La combinación de COVID y diabetes representa una crisis de salud

David Donner, que tiene diabetes y se está recuperando de COVID-19, prepara una inyección de insulina en su casa en Centreville, Alabama, el 23 de marzo de 2022. (Charity Rachelle/The New York Times).
David Donner, que tiene diabetes y se está recuperando de COVID-19, prepara una inyección de insulina en su casa en Centreville, Alabama, el 23 de marzo de 2022. (Charity Rachelle/The New York Times).

Después de que se le infectara una picadura de insecto en la espalda, David Donner, un camionero jubilado de la zona rural de Alabama, esperó con su mujer seis horas en una sala de urgencias abarrotada antes de que las vacunas contra la COVID-19 estuvieran disponibles de manera generalizada. Unos cuantos días después, ambos comenzaron a experimentar síntomas de la enfermedad.

Debra Donner se recuperó rápidamente, pero David Donner, de 66 años, terminó en la unidad de cuidados intensivos. “El virus apenas la detuvo a ella, pero yo acabé rodeado de enfermeras con trajes de protección”, comentó. Su recuperación titubeante ha hecho que dependa de una silla de ruedas. “Camino seis metros y pierdo el aliento como si hubiera corrido 30 kilómetros”.

Para los Donner, sus reacciones tan distintas no son un misterio: David Donner padece diabetes, una enfermedad crónica que afecta la capacidad del cuerpo para regular el azúcar en la sangre e inexorablemente causa estragos en la circulación, la función renal y otros órganos vitales.

Después de las personas mayores y los residentes de ancianatos, quizá ningún grupo se haya visto tan afectado por la pandemia como los diabéticos. Estudios recientes sugieren que entre el 30 y el 40 por ciento de todas las muertes por coronavirus en Estados Unidos se han producido entre personas con diabetes, una cifra aleccionadora que se ha visto eclipsada por otros datos sombríos de un desastre de salud pública que va camino a cobrar un millón de vidas estadounidenses en algún momento de este mes.

Las personas con diabetes son especialmente vulnerables a la enfermedad grave de COVID, en parte porque la diabetes deteriora el sistema inmunitario, pero también porque quienes padecen la enfermedad suelen tener problemas de hipertensión, obesidad y otras afecciones médicas subyacentes que pueden empeorar gravemente una infección por coronavirus.

“Es difícil exagerar lo devastadora que ha sido la pandemia para los estadounidenses con diabetes”, señaló Giuseppina Imperatore, que supervisa la prevención y el tratamiento de la diabetes en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.

Los pacientes diabéticos hospitalizados con COVID pasan más tiempo en la UCI, tienen más probabilidades de ser intubados y tienen menos probabilidades de sobrevivir, según varios estudios, uno de los cuales descubrió que el 20 por ciento de los pacientes diabéticos hospitalizados por coronavirus murieron al cabo de un mes de su ingreso. Aunque los investigadores todavía están tratando de comprender la dinámica entre ambas enfermedades, la mayoría está de acuerdo en una cosa: la diabetes no controlada deteriora el sistema inmunitario y disminuye la capacidad del paciente para tolerar una infección por coronavirus.

Betty Ángeles, una trabajadora comunitaria del sector de la salud que orienta a los hispanohablantes sobre cómo tratar su diabetes, en Santa Bárbara, California, el 24 de marzo de 2022. (Daniel Dreifuss/The New York Times).
Betty Ángeles, una trabajadora comunitaria del sector de la salud que orienta a los hispanohablantes sobre cómo tratar su diabetes, en Santa Bárbara, California, el 24 de marzo de 2022. (Daniel Dreifuss/The New York Times).

La diabetes es una enfermedad perjudicial y a la vez omnipresente e invisible, en parte porque la mayoría de las personas que la padecen no tienen la apariencia de estar enfermas. Afecta a 34 millones de estadounidenses, el 13 por ciento de todos los adultos, pero atrae menos fondos y atención pública que otros grandes asesinos como el cáncer, el alzhéimer o las enfermedades cardiacas.

Aunque la atención de los líderes políticos y el público sobre la pandemia empieza a desvanecerse, los investigadores, médicos y otros expertos en la materia esperan que el sufrimiento y la muerte desproporcionados entre los diabéticos atraigan de nuevo la atención a esta enfermedad, que cobra 100.000 vidas al año y absorbe uno de cada cuatro dólares destinados a la atención médica.

“Millones de estadounidenses ya estaban luchando contra la diabetes, y luego apareció la COVID y generó un enorme porcentaje de sufrimiento y miseria que los ciudadanos y los creadores de políticas han pasado por alto”, comentó David Kerr, director de investigación e innovación del Instituto Sansum de Investigación de la Diabetes en California. “La diabetes es un problema grave, y la COVID acaba de arrojar una luz esclarecedora sobre esta crisis”.

Al igual que la pandemia, que ha causado estragos desproporcionados en las comunidades de color, la carga de la diabetes recae en mayor medida sobre los latinos y los estadounidenses de raza negra, lo que pone de manifiesto los fallos sistémicos en la prestación de atención médica que también han hecho que el coronavirus sea mucho más mortífero para los pobres, explicó Nadia Islam, socióloga médica de NYU Langone Health. “No es que la diabetes en sí misma empeore la COVID, sino la diabetes no controlada, que es en realidad un sustituto de otros indicadores de perjuicio”, especificó.

Para agravar las preocupaciones, algunos estudios sugieren que una infección por coronavirus puede aumentar el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, una enfermedad que se puede prevenir en gran medida con una dieta sana y ejercicio. El tipo 1, por el contrario, es un trastorno genético que suele aparecer a una edad temprana y a veces se denomina diabetes juvenil. Más del 90 por ciento de los casos de diabetes en Estados Unidos son de tipo 2.

Un estudio publicado el mes pasado reveló que los pacientes que se habían recuperado de COVID tenían un 40 por ciento más de probabilidades de que se les diagnosticara diabetes tipo 2 en un plazo de doce meses, en comparación con los no infectados, aunque los investigadores aún no han determinado una conexión entre ambas afecciones.

En los últimos dos años, los médicos también han informado de un fuerte aumento del diagnóstico de diabetes tipo 2 en los jóvenes, un incremento que muchos creen que está relacionado con el drástico aumento de la obesidad infantil durante la pandemia. “Hemos visto a niños que llegan tan enfermos y deshidratados que a veces requieren atención en la UCI”, aseguró Daniel Hsia, especialista en diabetes del Centro de Investigación Médica Pennington de la Universidad Estatal de Luisiana.

Según los CDC, cada año se les diagnostica diabetes a casi 1,5 millones de estadounidenses, y cerca de 96 millones de estos, alrededor de uno de cada tres adultos, corren alto riesgo de desarrollar la enfermedad.

Aunque el número de diagnósticos nuevos ha empezado a disminuir, el número total de estadounidenses con diabetes se ha duplicado en las dos últimas décadas, un aumento que refleja el alarmante incremento de la obesidad, que afecta a más del 42 por ciento de los adultos.

La diabetes es una enfermedad perniciosa y traicionera que eleva de forma significativa los riesgos de ceguera prematura, derrames cerebrales, y problemas circulatorios y neurológicos que pueden provocar infecciones que requieran la amputación de dedos y pies gangrenados.

Como ocurre con muchas enfermedades crónicas, las tasas de diagnósticos de diabetes entre los pobres y las personas de color son desproporcionadamente más altas. Los estadounidenses de raza negra y latina tienen más del doble de probabilidad de recibir un diagnóstico de diabetes que los blancos, y el acceso inadecuado a la atención médica puede dificultarles el manejo de los complejos regímenes de alimentación, monitoreo y tratamiento que pueden evitar sus devastadoras complicaciones.

Aunque hay mucho que los investigadores no entienden, muchos creen que la diabetes no controlada amplifica en gran medida los peligros de un diagnóstico de COVID. Esto se debe a que un estilo de vida sedentario, el aumento de peso o la falta de control de los niveles de azúcar en la sangre alimentan la inflamación crónica del organismo, lo que puede aumentar la resistencia a la insulina y debilitar el sistema inmunitario.

En algunos aspectos, la pandemia ya ha tenido algunos efectos positivos en la atención a la diabetes, con un incremento de adopción de la tecnología que permite monitorear la enfermedad a distancia. El aumento de la telemedicina, por ejemplo, ha hecho posible que los proveedores de atención sanitaria detecten una herida preocupante en el pie de un paciente confinado en casa.

Al principio de la pandemia, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) autorizó a los hospitales y centros de atención a largo plazo a distribuir dispositivos de monitorización continua de la glucosa a los pacientes con coronavirus, como una estrategia para reducir los riesgos para el personal médico. Los terapeutas también han aprendido los matices de la atención a los diabéticos hospitalizados con COVID a través de un control y gestión más intensivos de los niveles de azúcar en la sangre.

No obstante, muchos avances se han distribuido de forma desigual. Las personas que no están aseguradas no pueden costear los dispositivos más modernos de monitorización de la glucosa o de administración de insulina, y en las comunidades económicamente desfavorecidas con escasos conocimientos digitales, los expertos afirman que los médicos son menos proclives a ofrecer nuevas tecnologías y tratamientos a los pacientes negros e hispanos, incluso cuando su seguro lo cubre.

El costo exorbitante de la insulina, un medicamento básico para el control de la diabetes, también ha tenido un mayor impacto en los pobres. Un estudio de 2019 reveló que una de cada cuatro personas con diabetes había racionado el uso de la insulina, lo que puede tener consecuencias nefastas para la salud. El jueves, la Cámara de Representantes votó para limitar el precio de la insulina a 35 dólares al mes. El presidente Joe Biden apoya la medida, que el Senado aún debe considerar.

Betty Ángeles, de 59 años, ve de primera mano los desafíos que supone el control de la diabetes para los campesinos, los meseros y otros trabajadores con salarios bajos en Santa Bárbara, California, y sus alrededores. Ángeles, nacida en Perú, compagina tres trabajos: limpiadora de casas, pastelera y trabajadora de salud comunitaria en el Instituto Sansum de Investigación de la Diabetes, donde ayuda a los clientes de habla hispana a navegar las complejidades del tratamiento de la diabetes.

“Cuando no se tiene seguro y se tienen dos o tres trabajos, es difícil acudir regularmente al médico como se debería”, afirmó Ángeles, que ha controlado su diabetes durante casi tres décadas.

Sansum ofrece programas para facilitar que los pacientes se mantengan sanos. Eso significa medir regularmente sus niveles de azúcar en la sangre; animar a los clientes a hacer ejercicio, aunque eso implique trotar en el mismo sitio durante quince minutos entre empleos; y enseñarles a preparar comidas que favorezcan los productos frescos en lugar del pan, el arroz y las tortillas, carbohidratos con almidón que pueden complicar la capacidad del cuerpo para regular la glucosa.

Arianna Larez, que supervisa el programa de diabetes tipo 2 en el instituto, dice que Ángeles y otros trabajadores miembros de la comunidad son la clave de su éxito. Ella cree firmemente que los especialistas merecen algo de crédito por un dato alentador: aunque muchos se han contagiado del coronavirus, ninguno de los 400 clientes de Sansum ha muerto de COVID.

“Establecer relaciones de confianza y crear información fácil de entender y relevante a nivel cultural tiene implicaciones en el mundo real”, afirmó Larez.

Los expertos afirman que para hacer frente a la crisis de la diabetes en el país será necesario hacer más que ampliar el número de trabajadores comunitarios de la salud: se necesitan campañas de educación pública bien financiadas para difundir la importancia del ejercicio y la alimentación sana, así como cambios radicales a un sistema alimentario orientado a la comida barata y procesada, lo que supone un gran esfuerzo dado el poder político de la industria de la alimentación y las bebidas.

No obstante, los investigadores afirman que los gobiernos estatales y locales pueden marcar la diferencia mediante programas que subvencionen productos frescos para las personas con salarios bajos y medidas de zonificación para atraer supermercados a los llamados desiertos alimentarios.

“En lugar de decirles a los pobres que son holgazanes por no mantener una actividad física, ¿por qué no hacer sus barrios más seguros para que no tengan miedo de salir a la calle y hacer ejercicio?”, se preguntó Sudip Bajpeyi, investigador de la Universidad de Texas, en El Paso, cuyo estudio sobre los pacientes hospitalizados por COVID el pasado mes de junio fue uno de los primeros en poner de manifiesto el enorme número de muertes entre las personas con diabetes. “La única forma de cambiar la situación de manera considerable es reformar un sistema que da prioridad a los tratamientos y a los nuevos fármacos por encima de la prevención”.

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