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¿Qué tienen en común las respuestas a la COVID-19 y al extremismo violento?

<span class="caption">Manifestantes flamencos de derecha y extrema derecha encienden bengalas durante una protesta contra el Pacto de Migración de Marrakech en Bruselas, Bélgica, el 16 de diciembre de 2018. </span> <span class="attribution"><a class="link " href="https://www.shutterstock.com/es/image-photo/protesters-rightwing-farright-flemish-associations-light-1288063057" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Shutterstock / Alexandros Michailidis;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas">Shutterstock / Alexandros Michailidis</a></span>

La COVID-19 y el extremismo violento son, en apariencia, dos fenómenos completamente alejados entre sí. Sin embargo, ambos están afectando de manera directa a la seguridad y la vida de los individuos, la sociedad y la cultura. Además, ambos han sido respondidos siguiendo muchas claves similares. Veamos por qué.

El concepto de seguridad colectiva

El concepto de seguridad colectiva se relaciona con organizaciones como la OTAN, la PCSD (Política Común de Seguridad y Defensa), el Consejo de Defensa Suramericano o la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái).

Todas ellas comparten la misión de hacer efectiva y salvaguardar la seguridad colectiva. Este concepto, central en el siglo XX, fue discutido por autores como Rousseau. Se desarrolla a partir del fin de la Primera Guerra Mundial y está en el centro del desarrollo del marco de acción de las Naciones Unidas.

Desde su origen, se ha tratado de diferenciar la seguridad colectiva de otros conceptos cercanos como seguridad común y se ha definido de diferentes maneras.

En su formulación más simple, podemos decir que la seguridad colectiva es un compromiso por parte de los Estados de coaligarse contra un agresor. El motivo no es altruista, sino completamente interesado, al concebir que la seguridad individual (de cada Estado) impone esa necesidad de colaboración interestatal. Dicho de otra manera, el carácter de la amenaza (transnacional o global) hace que sólo una acción coordinada y conjunta sea eficaz y permita la supervivencia de todos y cada uno de los aliados.

LA COVID-19 y la seguridad colectiva

Esa descripción de la amenaza recuerda mucho a la de la pandemia actual. El virus SARS-CoV-2 tiene unas características de letalidad y expansión que exigen poner en marcha medidas de seguridad colectiva para permitir la supervivencia de todos: sean estados, sociedades, sistemas económicos o ciudadanos.

En este caso, la emergencia no se combate con el uso de la fuerza y los instrumentos de defensa tradicionales. Pero, sin duda, necesita de una respuesta coordinada y colectiva, no solo entre estados sino también dentro de cada estado, para garantizar la supervivencia (física) de todos los actores afectados.

A pesar de las diferencias, podemos identificar tres elementos clave del sistema de seguridad colectiva como fundamento para dirigir las acciones contra la pandemia.

  • La necesidad de orientar la respuesta hacia la seguridad de todos sus miembros. La supervivencia individual, tanto en su dimensión física como económica, está supeditada a la respuesta coordinada conjunta, no solo de los Estados sino también de las Comunidades Autónomas, gobiernos locales y ciudadanos. Durante la pandemia se ha conseguido instruyendo a cada parte en medidas de higiene individual, distancia social o comportamientos como “quédate en casa” o “protegiéndote tú, proteges a todos”.

  • Se debe prestar especial protección a los más débiles o vulnerables en esa búsqueda de la seguridad colectiva. Ellos forman parte de ese sistema al que proteger y tienen menos posibilidades de sobrevivir solos o aislados. La supervivencia del todo dependerá de la de sus miembros.

  • La respuesta se ha de cimentar en relaciones de cooperación. Lo contrario impide el éxito y la consecución de ese objetivo común. Así, se ha planteado la respuesta mundial a la pandemia como un “juego cooperativo” en el que, si todos cooperamos, todos ganamos.

La seguridad individual se construye de manera colectiva

No es la primera vez que la respuesta y, posible solución, a un problema no militar se plantea en estos términos. Recientemente, Roberto Aramayo y Txetxu Ausín afirmaban que “tendemos a identificar la seguridad con el conjunto de medios y medidas destinados a velar por el orden público, como hacen las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Pero no se puede reducir la seguridad a la policía, el servicio de bomberos o las emergencias”.

Su afirmación se sitúa en la línea argumental de que la seguridad es un bien no solo de disfrute colectivo, sino al que se contribuye de manera conjunta y cooperativa. Esta idea, que ha quedado clara recientemente con la pandemia de la COVID-19, ya se conoce desde hace tiempo en relación a otros problemas cuya respuesta requiere una colaboración amplia de todos los sectores de la sociedad. Este es el caso de la radicalización violenta.

El virus de la violencia extremista

Las ideas radicales y extremistas se han entendido como un “virus” que se expande y afecta a los más vulnerables, y cuya prevención no puede recaer exclusivamente en las fuerzas de seguridad.

Se trata de fenómenos sociales de gran complejidad en los que el trabajo multidisciplinar, en el ámbito académico y de la investigación, se completa en la práctica con la intervención de múltiples agencias gubernamentales, pero sobre todo con actores de la denominada sociedad civil.

En este sentido, desde hace más de una década, las ideas de cocreación de la seguridad o la participación de múltiples y distintos actores para conseguir la seguridad colectiva y societal, han llevado a cambiar la percepción de cómo se deben prevenir conductas y procesos como la radicalización violenta o el extremismo.

No se puede esperar a la respuesta gubernamental reactiva (como en la tradicional lucha contra el terrorismo), sino que hay que trabajar en las fases previas para evitar que esas ideas se propaguen entre esos individuos más vulnerables.

Reflexión final

En muchos países, las apelaciones a la responsabilidad individual y social para prevenir y evitar el contagio y la transmisión han funcionado. Los comportamientos individuales responsables han sido un instrumento útil en la lucha contra la pandemia. Esta misma estrategia lleva tiempo implementándose en el ámbito de la radicalización violenta.

Tal vez sea un modelo que funcione de nuevo, esta vez en la lucha contra otro virus: el de la propagación de ideas extremistas que polarizan las sociedades y justifican la violencia contra el diferente. Sin duda, la respuesta a la siguiente oleada vírica será más fácil si hemos logrado analizar la situación y la respuesta en términos cooperativos y de seguridad colectiva.