Collin Morikawa: cómo sumarse a la mesa de los mejores quemando etapas a toda velocidad


Si el golf se había vuelto muy democrático en los últimos años, la brillante conquista de Collin Morikawa en el PGA Championship revalidó esta idea de que el más alto nivel de este deporte goza de muchos candidatos fuertes en condiciones de ganar. Ya lejos en el tiempo quedó aquel dominio con rienda firme de Tiger Woods; ahora se apiñan golfistas brillantes que levantan la mano reclamando el título en torneos mayores. Cada vez más y mejores.

Un reflejo de esta paridad quedó patentado en un leadearboard que el domingo exhibió a una larga lista de jugadores igualados o separados por un golpe en los primeros puestos: allí estaban aquellos que ya habían abrazado la gloria de los majors y fueron Nº 1 del mundo (Dustin Johnson, Brooks Koepka, Jason Day) y varios sabuesos dispuestos a dar su primer golpe, como Bryson DeChambeau, Tony Finau, Paul Casey -ya con sus 43 años- y Matthew Wolff, entre otros. Pero en San Francisco surgió este campeón de raíces japonesas que desde muy chico cultivó en gran medida la parte mental del juego, al margen de las prácticas habituales con los palos. Fue gracias a Rick Sessinghaus, el instructor con el que aprendió desde los 8 hasta los 18 años y que además es doctorado en Psicología del Deporte.


"No me fijo expectativas, sino objetivos. Las expectativas son las que me pone el periodismo. Eso es lo que filtro y lo que no escucho, porque yo me marco metas", señala Morikawa, con apenas 23 años y solo uno como profesional. Durante su impecable etapa en el amateurismo, en paralelo con su curso en la Universidad de California, este golfista nacido en Los Angeles fue cargando en el disco rígido varios aprendizajes que, sabía, iba a volcar en un momento culmine. Lo hizo el domingo, en el TPC Harding Park, cuando tomó una decisión clave que se convirtió en el golpe del campeonato; un instante para el recuerdo que evidenció la lucidez de cómo un jugador triunfa al cambiar en el momento justo.

En la última vuelta, cuando llegó al tee del 16, -un vibrante par 4 de riesgo/recompensa-, escuchó a su caddie informarle la distancia al principio de green (278 yardas) y a la bandera (294). Morikawa no lo dudó: "Dame el driver", le dijo. Esa elección no estaba en los planes y su caddie insistió: "¿Estás seguro de que quieres pegar el driver?". La pregunta era lógica, porque en los tres días anteriores habían decidido jugar corto ese hoyo, con un balance positivo: un birdie el sábado y dos buenas opciones de birdie el jueves y el viernes. Sin embargo, Morikawana no se movió de sus convicciones: "Sí, es de drive, es la distancia perfecta", respondió tajante, para luego empuñar el palo más poderoso del golf y darle en el hígado a la pelota.

Con su swing plástico terminó haciendo un golpe sublime, una genialidad que escapó del guion. "JJ (su caddie) se me acercó y empezó a hablarle a la pelota. A mí no me gusta decirle cosas a la bola cuando está en el aire, no suelo hacerlo, pero de repente me vi gritándole: "¡Picá bien, un buen piqueee.!». Y efectivamente, dio un rebote perfecto", recordó el campeón de la primera gran cita del calendario. Terminó concretando allí un eagle que sentenció el campeonato; un impacto que, lamentablemente para él y para el show en sí, no tuvo su correlato en el estruendo del público, porque el coronavirus fijó la restricción y vació la cancha de espectadores. Así que nada de ovaciones, apenas hubo festejos de los empleados del torneo. "Escuché unos aplausos, más o menos lo que correspondería en cualquier torneo con público a dejarme una oportunidad de eagle de unos 15 metros.", bromeó.


El impacto de Morikawa es sorprendente porque hace solo quince meses -cuando se jugó el anterior PGA Championship- recién estaba descorchando champagne como egresado de la universidad, con el título de Administración de Empresas bajo el brazo. De pronto, ahora ni él se cree dueño de algunas estadísticas que lo emparentan con los más grandes. En sólo 29 torneos como profesional ya suma tres victorias. Casualmente, Tiger Woods ganó el Masters de 1997 en su vigésimo novena aparición en un certamen profesional. Por otro lado, sólo siete jugadores desde que se fundó el Masters en 1934 se habían llevado un major en una de las dos primeras apariciones. "Mi comienzo en el profesionalismo está siendo una locura, cada vez que estás en la conversación de los grandes, Jack Nicklaus, Rory McIlroy, Tiger, no importa quién sea, significa que estás haciendo algo bien. Me doy cuenta que lo que hice en los cuatro años de universidad valió la pena".

Morikawa no habrá estado preparado para alzar correctamente la copa del PGA Championship -se le cayó la cúpula del trofeo y protagonizó una celebración graciosa de cierre - pero sí jura estar listo para emprender el próximo nivel. Muchos golfistas han dado el primer zarpazo y allí se quedaron; habrá que ver cómo responde este angelino en la continuidad del circuito, sobre todo en un año que todavía le da pista para disputar otros dos majors (US Open y Masters) y la FedEx Cup. ¿Sabrá asumir lo presión y seguirá con ese ritmo arrollador? Por lo pronto, es llamativa la manera en que quemó etapas rápidamente, una carrera a toda velocidad y con progresos que se registran en sus ascensos en el ranking: el 1º de junio de 2019 era el Nº 2066 del listado; hoy es el Nº 5 y aparece segundo en la FedEx Cup.

Entre todas las buenas noticias para él, ya se quitó el lastre de "la promesa que no logra consagrarse en torneos grandes", la pregunta incisiva que padecieron durante tanto tiempo el norteamericano Phil Mickelson y el español Sergio García, por citar dos casos. En lugar de esperar el primer cimbronazo, la gente y la prensa contemplarán hasta dónde podrá llegar este increíble pegador de pelota que parece estar libre de lagunas mentales y que asombra con una madurez prematura. Mientras varios jugadores consolidados siguen persiguiendo su ingreso a las páginas doradas del golf, Morikawa ya alcanzó su primera cumbre, y con mucho de la magia de Tiger.