Los Cojolites, herederos y protectores del son jarocho

“EL SON JAROCHO refleja la cosmovisión indígena. Lo cantamos en los versos. Es la enseñanza que nos dejaron los viejos con letras que no hablan de violencia, sino de lo bonito de la vida”. Así es como Ricardo Perry Guillén, fundador del Centro de Documentación del Son Jarocho y director general del grupo Los Cojolites, describe el arte del zapateado, desde Veracruz, en entrevista con Newsweek México.

En el sur de este estado se encuentra el municipio de Jáltipan de Morelos, lugar donde la cultura olmeca dejó algunos vestigios. En esta comunidad predomina el clima cálido con días lluviosos en el verano. Su significado en lengua náhuatl es “sobre la arena”.

Aquí, un grupo de músicos veracruzanos comprometidos con la preservación de sus raíces fundó el Centro de Documentación del Son Jarocho, que nació de un proyecto cultural dedicado a la enseñanza de las expresiones artísticas de la comunidad, en 1994.

El proyecto se inició en la comunidad de Cosoleacaque, que en náhuatl quiere decir “en el cerro de los cojolites”. Ahí, Ricardo Perry —a cargo de este proyecto— se encargó de la Dirección de Expresión y Difusión Cultural con el desafío de rescatar las tradiciones y expresiones de los pueblos originarios de la zona.

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“Casi desaparecía el telar de cintura, la medicina tradicional, la cestería, la alfarería y, entre ellas, el son jarocho que tocaban algunos viejitos en las navidades por ser una tradición en las posadas”, señala.

Para dirigir las clases de son jarocho el grupo contó con integrantes del grupo Chuchumbé, reconocido por interpretar este género musical. A este módulo lo bautizaron como el Taller de Los Cojolites.

Los niños que en aquel entonces permanecieron en el taller hoy son integrantes de la agrupación Los Cojolites, con Perry Guillén en la dirección general; Noé González Molina, en la dirección musical; Benito Cortés Padua, en la jarana tercera y voz; Nora Lara Gómez, en el zapateado; Joel Cruz Castellanos, en la guitarra vozarrona y voz; Noé González Lara, en la voz; Darío Abdala, en las percusiones, y Esteban Gonzalo Vega, en la jarana segunda y voz.

“A la larga formamos el grupo Los Cojolites”, señala Ricardo Perry. Sin embargo, al acabar la administración que apoyó este proyecto en Cosoleacaque, mudaron los talleres a Jáltipan con recursos propios para continuar con la preservación de la cultura y crear un centro cultural.

EL SON, UN PASADO QUE SE HEREDA

De acuerdo con el artículo “El son jarocho, tradición que se niega a morir”, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), este forma parte de una tradición musical de la región jarocha que se gestó a finales del siglo XVII, cuando barcos españoles iban y venían del viejo mundo no solo con mercancías, sino también con tradiciones e influencias culturales de otras regiones que se fusionaron.

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Para Ricardo Perry, director del Centro de Documentación del Son Jarocho, esta tradición nació de la represión al considerarla música prohibida pese a sus 300 años de existencia. Se desarrolló en un ambiente clandestino, privado a esclavos negros e indígenas.

“A los negros les fueron prohibidos los tambores. Con ello vino una transformación donde la tarima, la guitarra y la leona —instrumento de cuatro cuerdas percutidas que funciona como el bajo en el son jarocho— sustituyeron los sonidos de esos tambores”, señala.

Con la fusión de culturas, el son jarocho obtuvo de los españoles la herencia de las guitarras barrocas; de los esclavos negros, la fuerza sonora de los tambores que tocaban en las plantaciones de Veracruz; y de los indígenas la aportación, sobre todo, de su pensamiento, ideología y cosmovisión.

“En un principio, el son jarocho se diferenciaba por subregiones o subgéneros que aún aprecias en las montañas. En los indígenas prevalece un son jarocho más apegado a su espíritu, es suave y un poco lento, con un zapateado delicado”, agrega.

En cambio, en los llanos donde se establecieron las comunidades de negros —según describe Perry—, prevalece el sonido fuerte y grave de las leonas y del zapateado. De esa mezcla cultural se crea el son jarocho, un género único en el mundo.

“El son jarocho es música de zapateadores no danzantes. Crearon un estereotipo que se reprodujo en todo el mundo y piensan que nosotros andamos siempre con una sonrisa a toda boca porque es lo que en los bailes enseñan con una música de ritmo acelerado y vestidos de blanco, eso es irreal porque la tierra es muy fandangosa, de mucha lluvia”, señala Guillén.

De acuerdo con el experto, los estereotipos en la vestimenta de los jaraneros no muestran la realidad del son jarocho, puesto que, al ir a la orilla del río para transportar las tarimas en las canoas, de pueblo en pueblo, hay lodo y eso dificulta vestir de blanco.

Según una investigación hecha por el INAH, el son jarocho hoy “goza de buena salud gracias al trabajo de familias veracruzanas, quienes han formado generaciones de músicos, versadores y lauderos que han revitalizado este género musical”.

EMULAR A LA NATURALEZA

“A veces creo que los cantos del son jarocho se originan de las aves como las chachalacas donde uno emite un sonido y otra contesta”, describe Ricardo Perry, mientras al fondo, del otro lado del auricular, se escucha el canto de las aves que hay en los árboles que admira frente a él.

En el texto “El son jarocho, el arte que se niega a morir”, de Rocío Ramírez y el INAH, se habla de la región del sotavento, rica por su producción agrícola y semillero de músicos, quienes con jaranas, requintos y panderos interpretan estos cantos en las noches de fandango.

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Además, relata que en las notas festivas invitan a las mujeres a zapatear en el tablado mientras los versadores dicen coplas a sus amadas. El fandango es una fiesta popular, fundamental, para reproducir la cultura jarocha como un punto de reunión en la comunidad donde comparten música, cantos, charlas, alimentos y alegría.

Como lo ha señalado Perry, el son jarocho se identifica por su zapateado y en el país hay muchos tipos de sones. En Guerrero zapatean sobre un tronco ahuecado o con tablas, hacen un hueco en la tierra y ponen las tablas para zapatear en ellas.

En otras partes del país zapatean sobre el suelo. En Veracruz usan una tarima, instrumento de madera de cedro que es muy sonora y sustituye los tambores. “No solo se zapatea siguiendo el ritmo de la música, se crea música con los pies”, agrega.

El son jarocho del sur de Veracruz se distingue por sus versos de la vida del campo y el pensamiento indígena. Se lanza un pregón y se contesta acompañado de un estribillo.

Los Cojolites cuentan con 400 videos en la plataforma de YouTube, la mayoría grabados por Ricardo Perry, que muestran la música de la agrupación. Tras grabar su primer álbum, titulado El conejo, la directora de la película Frida, Julie Taymor, lo incluyó en el filme que obtuvo el Óscar por mejor banda sonora en la ceremonia de los 75° Premios de la Academia.

El grupo ha colaborado con cantantes como Eugenia León y recientemente con la veracruzana Natalia Lafourcade, con quien lanzaron el disco Un canto por México para la reconstrucción del Centro de Documentación del Son Jarocho tras sufrir daños por el sismo del 7 de septiembre de 2017.

“Es importante preservar la historia para que los jóvenes entiendan de dónde venimos, por eso no solo enseñamos a estudiar la música, sino el contexto geográfico, la historia y nuestra naturaleza, todo eso es importante”, añade.

Para Los Cojolites, la cultura no es una expresión particular, es todo lo que conlleva nuestra vida. Es amor y es la recuperación de los árboles. “Eso hace importante nuestro Centro porque es el único que documenta la conservación de nuestra cultura. Es un lugar único en el país y en el estado para la conservación cultural a partir del son jarocho”.