Las claves de Marcelo Gallardo para seguir reciclando a River sin perder competitividad ni identidad

El valor de un proyecto está en el ciclo, no en los éxitos puntuales. Más aún, es justamente la permanencia lo que va incrementando las probabilidades de que esos éxitos lleguen. El proceso que viene desarrollando River en los últimos años hay que enfocarlo desde esa perspectiva, con esa mirada integral que permite encontrar patrones muy parecidos desde el comienzo del camino hasta hoy, y que explican porqué parece inmune a los cambios de jugadores y las fluctuaciones momentáneas.

No hay bien más preciado para un equipo que la identidad. Existe una consideración equivocada que cree que se pueden tener planes A, B, C o H para sacar del cajón y mezclarlos según convenga en cada momento de un partido. Es una utopía imposible de corresponderse con la realidad. Por el contrario, se necesitan ciertas ideas y lineamientos como base para no confundir al jugador, y estos surgen del pensamiento del entrenador.

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Marcelo Gallardo ya ha dado suficientes muestras de tener muy claras cuáles deben ser las pautas de juego que pretende para los suyos y poseer convicción para sostenerlas. A partir de ese primer paso, el siguiente es encontrar jugadores con perfiles adecuados para lo que necesita en la cancha. En ese sentido, el técnico de River siempre ha sido muy coherente en sus elecciones, incluso con las dificultades que plantea un fútbol tan cambiante como el nuestro, donde hay un éxodo permanente, y en el que a veces se trae lo que se quiere, pero en muchas otras, lo que se puede.

Hace dos o tres años, River pudo diseñar un plantel de jerarquía, con futbolistas que lentamente se le han ido, como Scocco, Quintero, Alario, Palacios, o que han bajado su nivel, como Pratto. Sin embargo, Gallardo ha sabido reciclar el equipo y, sobre todo, ir moldeando a su gusto algunos jugadores surgidos de las inferiores. No para transformarlos del todo, pero sí para acomodar algunas de sus aptitudes hasta hacerlas coincidir con su manera de interpretar el fútbol, y esto solo es posible si el entrenador sabe de fútbol, conoce en profundidad lo que hace y está atento a los detalles.

Para realizar esa tarea de moldeado por supuesto se necesita materia prima, pero el perfeccionamiento de las habilidades es patrimonio del entrenador. El Flaco César Luis Menotti dijo alguna vez que la mano de un técnico se ve entre los buenos y los muy buenos jugadores. Buenos son todos, muy bueno te hace el entrenador. Cuando uno encuentra el marco ideal se puede ir puliendo las virtudes de un futbolista, agregándole valor para que sea más completo. Fueron los casos de Palacios y Martínez Quarta en su momento; es el de Julián Álvarez ahora y puede serlo el de Sebastián Sosa en un futuro próximo.

Por lo general, no se pasa de suplente a titular de un día para el otro. Hace falta un período de asentamiento y adaptación, un proceso de enseñanza y aprendizaje que precisa de momentos, pero más que nada de partidos para ser llevado a cabo. También, y al mismo tiempo, de un equipo con la fortaleza suficiente para apoyar con funcionamiento colectivo la inserción de un nuevo integrante.

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En ese ámbito favorable y al compás del equipo, los chicos que van llegando pueden sentir que no son "tirados" a la cancha para salvar los papeles en un determinado contexto sino que son parte de un proyecto y que el técnico respalda su crecimiento individual, que por otra parte es la única manera de asegurar un crecimiento colectivo a largo plazo.

Este mismo mecanismo es el empleado por Gallardo con algunos jugadores que debieron superar resistencias y adversidades, aunque en esos casos tiene tanto valor el técnico como el jugador que debe enfrentarse a la situación. La mentalidad y la psicología, la capacidad para asumir retos, riesgos y responsabilidades deberían ser partes prioritarias en el diagnóstico que debe hacerse al elegir un futbolista. Descubrir el perfil adecuado permite después perseverar en la espera hasta lograr el objetivo. Los méritos se reparten, pero es el grupo el que termina ganando.

A todas estas cualidades, en el caso de Gallardo se agregan tres más: su indiscutible liderazgo, expresado en su manera de transmitir sus mensajes y que colabora en la estabilidad que muestra el equipo; su especial capacidad para detectar lo que le hace falta, ya sea en el juego durante un partido o en el armado del plantel; y el tiempo, un aliado indispensable para desarrollar cualquier proceso, porque potencia a los grandes entrenadores, los ayuda a adquirir un mayor conocimiento de sus equipos y, además, elimina los riesgos de tener que poner en juego su capital todos los domingos.

Dominar las situaciones y las circunstancias son elementos muy difíciles de conseguir. Sobre todo en el fútbol argentino, en el que cualquier viento leve suele tirar por la borda todo lo conseguido. Gallardo no nació con ese don divino: se ganó el tiempo necesario para trabajar en paz y poder así seguir reciclando a River sin perder ni la competitividad ni la identidad, incluso a pesar de cambios y ausencias.