Angustia y desgano: en qué condiciones emocionales regresan los chicos a la presencialidad escolar plena

Ariel Escalante
Ariel Escalante

La madre de Delfina Peralta está algo preocupada por el desgano y la apatía que demuestra su hija hacia el regreso a la presencialidad absoluta. Creía que tendría el mismo entusiasmo ahora que a principios de este año, cuando las clases comenzaron bajo un sistema bimodal; una semana en la escuela y otra virtual. Delfina terminó la primaria en 2020. Cursó séptimo grado por Zoom, y no tuvo viaje de egresados. Este año empezó la secundaria en un nuevo colegio, y el curso está dividido en dos burbujas. El 9 próximo, según el nuevo calendario diseñado por el gobierno porteño, comenzará a ir a la escuela todos los días, como lo hacía en épocas de prepandemia. “No quiere. Dice que cuando está en el colegio se aburre, y que ya se acostumbró a este esquema híbrido. Que así está bien, y que no se imagina el aula con 30 compañeros juntos. Cuando le di la noticia creí que se iba a poner contenta, y ella me dice que le costó mucho poder organizarse y adaptarse a todo, y que una vez que lo logra vuelven a cambiar las reglas de juego”, cuenta Patricia, su madre.

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La salud emocional de los adolescentes viene en caída desde hace un año y medio. La última Encuesta Rápida Covid-19, realizada por Unicef en mayo pasado y que relevó 2869 hogares en todo el país, confirma que los sentimientos de angustia, incertidumbre y depresión crecieron a medida que pasó el tiempo. En cada una de las cuatro mediciones que hizo la organización desde que comenzó la cuarentena –la primera en abril de 2020, luego en julio, octubre de ese mismo año y ahora, hace apenas dos meses–, todos esos indicadores escalaron posiciones. Para los especialistas, son factores que inciden en la dificultad que en este momento muestran los adolescentes para el retorno a la presencialidad diaria. Sobre este punto, el último trabajo de Unicef, además, expone un dato que preocupa, porque cuando se indaga a los adolescentes con la intención de conocer sus reacciones frente al regreso a clases, el 40% dijo que “no les daba ganas de volver”.

De las opciones múltiples que podían elegir los chicos en ese apartado de la encuesta (por eso en este caso la suma de los porcentajes no da 100%), también se destacaron otras reacciones. El 42% dijo estar molesto porque solo iba algunos días a la escuela. Un 76% confesó estar más motivado con el estudio, y otro 26% se quejó de los protocolos en las instituciones educativas. Un 64% también manifestó estar preocupado por la salud de los adultos en el hogar. Sin embargo, el 91% destacó como una de las emociones más fuertes la de estar “contentos de reencontrarse con sus compañeros”.

“Se ha perdido el hábito de concurrir a la escuela, y que ese porcentaje de adolescentes manifieste que no tiene ganas de volver a la presencialidad no creo que se explique solamente por la supuesta comodidad de asistir a clases virtuales desde su casa, en caso de que formaran parte del grupo que dispone de dispositivos y conexión para realizarlo de manera remota”, dispara Guillermo Thomas, jefe del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano. Y afirma que los especialistas que trabajan en salud mental de niños, niñas y adolescentes percibieron un incremento de los problemas relacionados con los miedos, como ansiedad, angustias, fobias, incertidumbres e inhibiciones. “También la tristeza, en cuadros depresivos, irritabilidad, desgano y pérdida de intereses, con la conducta en general y las relaciones interpersonales”, detalla Thomas.

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Nuevas costumbres

Para los expertos, el contexto pandémico que persiste trastoca toda la organización y los hábitos que estructuran la cotidianeidad adolescente. “¿Cuál es hoy la normalidad para ellos?”, cuestiona la psicoanalista Susana Kuras Mauer, especialista en niñez y adolescencia. “La intermitencia presencialidad-virtualidad generó nuevos ritmos vitales, nuevas variantes en la construcción de hábitos. Y, sorprendentemente, para muchos adolescentes tanto el fenómeno burbuja, con menor cantidad de compañeros por grupo, como el esquema mixto y la reducción en la carga horaria resultó un hallazgo que no quieren abandonar. Los adolescentes sobreviven la pandemia con manifestaciones sintomáticas inquietantes: cambios bruscos de humor, desgano, angustia, trastornos del sueño o comportamientos alimentarios alterados. Un estado psíquico de falta de deseo que llamo astenia psíquica, que constituye uno de los malestares predominantes de la vida adolescente en pandemia”, describe.

Es un estado que, de acuerdo con la experiencia clínica de la psicóloga, se presenta como una fatiga anímica, en la que las motivaciones y los intereses parecen desvanecerse. “Podría ser interpretada como una depresión. Sin embargo, insisto en diferenciarlas aunque las separe una sutil línea en sus manifestaciones. La astenia psíquica no necesariamente implica tristeza. No se instala con la contundencia de un estado depresivo con vivencias de desmoronamiento y pérdida de sentido de la vida”, subraya la experta, que indica que la institución escolar perdió en este año y medio la característica de ser el ámbito que nuclea y ordena. Por eso, seguramente va a tardar un “buen tiempo” en recuperar ese lugar.

Desde la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), también advierten que son múltiples los factores emocionales como consecuencia de la pandemia, y que, en la dinámica familiar, las rutinas y los hábitos que se modificaron de un día para otro impactaron con más fuerza en los chicos y chicas, que cuentan con menos herramientas y recursos psíquicos para salir adelante que los adultos. “Lo que vemos ahora en las consultas es que muchos están contentos de volver a su vida social, pero también que están acostumbrados a esta nueva normalidad, que en algún punto es un poco más relajada. Hay una gran contradicción en lo que sucede, porque algunos no ven el sentido de volver todos los días. Son los que pueden manifestar algún signo de retraimiento, tristeza o de angustia –coincide la médica pediatra Angela Nakab, miembro de la SAP–. La adolescencia es individuación y autonomía, y todo este tiempo los chicos estuvieron conviviendo sin respiro con la familia. Ahora los adultos tenemos que acompañar en esa soledad”.

Si 2020 dejó a los chicos y adolescentes sin estructuras ni rutinas, un cambio que no fue vivido como un proceso, sino como un hecho traumático, este año, desde el punto de vista de la psicóloga Ileana Berman, les dio una mayor contención cuando la escuela habilitó el sistema bimodal. “Se fueron acomodando todos estos meses a este nuevo esquema, que de alguna manera les volvió a dar una estructura, y tal es así que muchos se acostumbraron a esta nueva normalidad”, opina la especialista en crianza.

Pautas de alarma

Atentos a ciertas pautas de alarma. Nakab recomienda a los adultos estar listos para ver los signos de riesgo que puedan aparecer. “En los escolares de primaria es importante observar si hay bajo rendimiento en la escuela y si las quejas son somáticas. Suelen aparecer dolores de cabeza, de panza o musculares que muestran de qué manera las emociones impactan en el cuerpo”, describe la pediatra. En los adolescentes, en cambio, marca la existencia de una huella de incertidumbre. “Que algunos digan que no tienen ganas de volver a la escuela y que prefieran un sistema híbrido es esperable. Pero tenemos que estar atentos a esos signos de retraimiento, de poco interés por sus pares. También si aparecen nuevos miedos, trastornos del sueño y dificultades en la alimentación”.

La escuela, señalan los especialistas, no es solamente un ámbito de aprendizaje. Es el entorno natural para que los adolescentes generen vínculos y socialicen con sus pares. Es un espacio casi irreemplazable, dice Nakab, de regulación emocional. “Esto es básico, y solo se consigue con la presencialidad. Por eso, es tan importante que los adultos dejemos a los chicos expresarse, y que se generen ambientes positivos que abran la comunicación”.

Durante todo este tiempo, agrega Thomas, se desdibujaron los “cruciales roles” que cumple la escuela para los jóvenes: contención física y emocional, espacio de socialización, de juego y de aprendizajes. “Para algunos, volver a tener el nivel de exigencia y esfuerzo que demanda la escolaridad normal los comenzó a asustar. Otros, con dificultades para socializar o con timidez elevada, quieren evitar la situación de tener que afrontar las vicisitudes propias de relacionarse con semejantes. Y un tercer grupo, durante todo este tiempo se ha aferrado en exceso a su zona de confort. Han perdido autonomía y les cuesta desprenderse”, concluye Thomas.