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Una nueva clase de crisis: la guerra y el calentamiento chocan en Afganistán

Sirios protestan contra el presidente sirio Bashar Al Asad en Khirbet al-Jouz, en la frontera entre Siria y Turquía, 17 de junio de 2011.  (Daniel Etter/The New York Times)
Sirios protestan contra el presidente sirio Bashar Al Asad en Khirbet al-Jouz, en la frontera entre Siria y Turquía, 17 de junio de 2011. (Daniel Etter/The New York Times)

Algunas zonas de Afganistán se han calentado el doble que el promedio mundial. Las lluvias de primavera han disminuido, sobre todo en algunas de las zonas agrícolas más importantes del país. Las sequías son más frecuentes en vastas franjas del país, como un periodo de sequía muy intenso que se está viviendo en el norte y el oeste, el segundo en tres años.

Afganistán encarna una nueva clase de crisis internacional, en la que los peligros de la guerra chocan con los del cambio climático, lo que crea un círculo vicioso que castiga a algunas de las personas más vulnerables del mundo y destruye la capacidad de sus países para hacerle frente.

Y aunque sería fácil atribuir el conflicto de Afganistán al cambio climático, los efectos del calentamiento actúan como lo que los analistas militares denominan multiplicadores de la amenaza, al amplificar los conflictos por el agua y dejar sin trabajo a la gente en una nación cuya población vive en gran medida de la agricultura, mientras el conflicto mismo consume atención y recursos.

“La guerra ha exacerbado los efectos del cambio climático. Durante 10 años, más del 50 por ciento del presupuesto nacional se ha destinado a la guerra”, comentó por teléfono el jueves Noor Ahmad Akhundzadah, profesor de Hidrología de la Universidad de Kabul. “Ahora no hay gobierno y el futuro es incierto. Nuestra situación actual es totalmente desesperada”.

Una tercera parte de los afganos se enfrenta a lo que las Naciones Unidas denominan niveles de crisis de inseguridad alimentaria. Debido a los enfrentamientos armados, mucha gente no ha podido plantar sus cultivos a tiempo. Debido a la sequía, es muy probable que la cosecha de este año sea escasa. El Programa Mundial de Alimentos afirma que el 40 por ciento de las cosechas se han perdido, el precio del trigo ha subido un 25 por ciento y las reservas de alimentos de la agencia de ayuda se agotarán a finales de septiembre.

Afganistán no es el único país que se enfrenta a esta miseria agravada. De las 25 naciones del mundo más vulnerables al cambio climático, más de una decena están afectadas por conflictos o disturbios civiles, según un índice elaborado por la Universidad de Notre Dame.

En Somalia, azotada por décadas de conflicto, los fenómenos meteorológicos extremos se han triplicado desde 1990, en comparación con el periodo anterior de 20 años, lo que hace casi imposible que la gente común se recupere después de cada impacto. Según las Naciones Unidas, en 2020, más de un millón de somalíes tuvieron que abandonar sus hogares, alrededor de una tercera parte a causa de la sequía.

Refugiados somalíes desplazados por la sequía esperan las raciones en Dadaab, Kenia, el 14 de julio de 2011. (Tyler Hicks/The New York Times)
Refugiados somalíes desplazados por la sequía esperan las raciones en Dadaab, Kenia, el 14 de julio de 2011. (Tyler Hicks/The New York Times)

En Siria, una sequía prolongada que se ha visto agravada por el cambio climático provocado por el hombre, según los investigadores, expulsó a la gente del campo y aumentó las quejas antigubernamentales que condujeron a un levantamiento en 2011 y, en última instancia, a una guerra civil declarada. Este año, la sequía se cierne de nuevo sobre Siria, en particular sobre su región agrícola, la provincia nororiental de Hassakeh.

En Mali, una insurgencia violenta ha dificultado a los agricultores y pastores hacer frente a una serie de sequías e inundaciones, según las agencias de ayuda.

No se puede culpar al cambio climático de una sola guerra y menos de la de Afganistán. Pero el aumento de las temperaturas, y las perturbaciones meteorológicas que conlleva, actúan como lo que Marshall Burke, profesor de la Universidad de Stanford, llama “una inclinación en la balanza que empeora los conflictos subyacentes”. El catedrático argumenta que esto es así sobre todo en lugares que han sufrido un conflicto largo y donde las instituciones gubernamentales son casi inexistentes.

“Nada de esto significa que el clima sea el único factor o el más importante en los conflictos”, dijo Burke, coautor de un artículo de 2013 que analizaba la importancia del cambio climático en decenas de conflictos a lo largo de muchos años. “Pero con base en estas pruebas, la comunidad internacional sería tonta si ignorara la amenaza que representa el calentamiento climático”.

El colapso del gobierno también ha ocasionado que la participación de Afganistán en los próximos diálogos internacionales sobre el clima sea totalmente incierta, dijo uno de sus miembros, Ahmad Samim Hoshmand. “Ahora no lo sé. No formo parte de ningún gobierno. ¿A qué gobierno debo representar?”, preguntó.

Hasta hace poco, era el funcionario encargado de hacer cumplir la prohibición del país sobre las sustancias que causan la reducción de la capa de ozono, incluidos los refrigerantes utilizados en los viejos aparatos de aire acondicionado y que están prohibidos por el Protocolo de Montreal, un acuerdo internacional que Afganistán había ratificado. Pocos días antes de que los talibanes tomaran Kabul, huyó a Tayikistán. Los traficantes de sustancias ilegales que ayudó a detener están ahora fuera de la cárcel, deseosos de vengarse. Dice que lo matarán si regresa.

Hoshmand está tratando de emigrar a otro lugar. Su visado en Tayikistán expira en cuestión de semanas. “Mi única esperanza es la comunidad del ozono, la comunidad del Protocolo de Montreal, si pueden apoyarme”, dijo.

La geografía de Afganistán es un estudio de peligros extremos, desde las montañas del Hindu Kush, con sus picos glaciares, en el norte, hasta sus granjas de melones en el oeste, pasando por el árido sur, azotado por las tormentas de arena.

Los datos climáticos de Afganistán son escasos. Pero un análisis reciente basado en los pocos datos existentes sugiere que la disminución de las lluvias primaverales ya ha afectado a gran parte del país, pero con mayor intensidad el norte, donde los agricultores y pastores dependen casi por completo de las lluvias para cultivar y abrevar sus rebaños.

“Los efectos de la intensa sequía se ven agravados por el conflicto y la pandemia de COVID-19 en un contexto en el que la mitad de la población ya necesitaba ayuda”, declaró el jueves el coordinador humanitario de la ONU, Ramiz Alakbarov, por correo electrónico desde Kabul. “Con escasas reservas económicas, la gente se ve obligada a recurrir al trabajo y al matrimonio infantiles, así como a la arriesgada migración irregular que los expone al tráfico de personas y a otros riesgos de protección. Muchos están asumiendo niveles catastróficos de deuda y vendiendo sus bienes”.

Akhundzadah, padre de cuatro hijos, también espera emigrar. Pero, al igual que sus compañeros universitarios, dijo que no ha trabajado para gobiernos extranjeros y que no tiene manera de ser evacuado del país. La universidad está cerrada. Los bancos están cerrados. Está buscando trabajos de investigación en el extranjero. Por ahora, no hay vuelos comerciales para salir del país.

“Hasta ahora, estoy bien”, dijo por teléfono. “El futuro es incierto. Será difícil vivir aquí”.

© 2021 The New York Times Company