En la Ciudad de la Iglesia, en Catar, el domingo llega el viernes

Personas en misa en un complejo religioso en Doha, Catar, el 2 de diciembre de 2022. (Tasneem Alsultan/The New York Times).
Personas en misa en un complejo religioso en Doha, Catar, el 2 de diciembre de 2022. (Tasneem Alsultan/The New York Times).

DOHA, Catar — El viernes, a puertas cerradas, en pequeños salones que generalmente se usan para enseñar el catecismo, los niños celebraron la Navidad.

Hubo comida, bebida y canciones. Coronas y medias que decoraban las paredes. Algunos adultos llevaban gorros rojos de Papá Noel.

Cerca de allí, al otro lado del complejo de edificios de color arena, en su mayoría sin ningún distintivo, se celebraba una misa en un santuario de 2700 asientos, con ángeles pintados y Jesús en una cruz detrás de su altar. Habría otra misa cada hora, 15 de ellas el viernes, oficiadas en 10 idiomas diferentes: inglés, tagalo, indonesio, coreano, urdu, malabar, tamil, konkaní, cingalés, árabe.

“Oficiamos tantas misas como sea posible, para que las personas sientan que pertenecen a algún lugar”, dijo el reverendo Rally Gonzaga.

Quizás el lugar más concurrido los viernes en Doha no sea ningún estadio de fútbol de la Copa Mundial. Podría ser esta isla autorizada de cristianismo, la única en el país, en el polvoriento extremo sur de Doha.

Los cataríes, y sus señales de tráfico, lo llaman crípticamente el Complejo Religioso. El resto de las personas se refieren a ella como la Ciudad de la Iglesia (Church City, en inglés).

Niños posan para una foto en la Iglesia Católica de Nuestra Señora del Rosario en Doha, Catar, el 2 de diciembre de 2022. (Tasneem Alsultan/The New York Times).
Niños posan para una foto en la Iglesia Católica de Nuestra Señora del Rosario en Doha, Catar, el 2 de diciembre de 2022. (Tasneem Alsultan/The New York Times).

En el centro de las ocho iglesias plantadas aquí, desde la anglicana hasta la ortodoxa griega, está la Iglesia Católica de Nuestra Señora del Rosario. El padre Rally, como lo llaman los feligreses, tiene 52 años, es de Filipinas y dirige a un equipo de 11 sacerdotes.

Esta iglesia tiene una congregación estimada de 200,000, o la tenía, dijo Gonzaga, antes de la pandemia de coronavirus, y tal vez antes de que Catar terminara o suspendiera los proyectos de construcción relacionados con la Copa del Mundo que habían empleado a tantos trabajadores migrantes. Ahora, tal vez sea de 100.000 feligreses. Él no está seguro. Solo sabe que vienen en masa.

“La mayoría de las personas son seres sociales, por lo que quieren comunidad”, comentó Gonzaga. “Quieren pertenencia”.

Catar es una nación profundamente arraigada en el islam. Las llamadas a la oración se pueden escuchar cinco veces al día en todo Doha. Los estadios de la Copa del Mundo tienen salas de oración para los aficionados, y algunos miembros del personal en los juegos dejan de hacer lo que están haciendo para arrodillarse y orar.

Pero solo hay unos 300.000 ciudadanos cataríes en Catar, un país con una población de casi 3 millones. Es una sociedad segregada y estratificada, donde casi el 90 por ciento de las personas son de otro lugar: del sur global, en su mayoría, lugares como la India, Nepal, Filipinas, pero también muchas partes de África: Egipto, Kenia, Uganda y Sudán.

Estas personas son jornaleros, trabajadores de servicios y amas de casa. Su trato, o maltrato, mientras hacen el trabajo sucio de construir esta nación rica en gas ha sido una narrativa importante en torno a esta Copa del Mundo.

Los inmigrantes todavía trabajan en todos los rincones del mercado laboral. En los estadios de fútbol son bedeles, conserjes, vendedores, cobradores de boletos. En muchos sentidos, son la cara pública de Catar, presentes en la experiencia de cada visitante.

Muchos de ellos no son musulmanes. El Departamento de Estado de Estados Unidos declaró que es probable que menos de la mitad de los que viven en Catar sean musulmanes.

Para tener presencia oficial en Catar, los grupos religiosos no musulmanes deben registrarse en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Solo ocho religiones cristianas han sido aprobadas.

El país no tiene santuarios hindúes ni templos budistas aprobados, tampoco sinagogas.

“Los grupos religiosos no registrados son ilegales”, señaló el Departamento de Estado en un informe sobre la libertad religiosa internacional, “pero las autoridades generalmente les permitieron practicar su fe en privado”.

Para los cristianos que buscan comunidad, existe la Ciudad de la Iglesia.

El complejo fue construido lejos del centro de la ciudad, en medio de vastas extensiones de lotes abiertos y barrios de inmigrantes hacinados con nombres sombríos como el Área Industrial. Los edificios están sin adornos, como si estuvieran disfrazados. No hay crucifijos u otros símbolos cristianos visibles en el exterior. La torre de la iglesia católica se extiende hacia el cielo, pero no hay una cruz en su ápice.

Aquí todas las iglesias se adhieren a la semana laboral de Catar, donde el viernes es el día libre habitual y el domingo es un día laboral. Entonces, aunque Nuestra Señora del Rosario ofrece misa al menos cuatro veces al día, de domingo a miércoles, y aproximadamente el doble los jueves y sábados, el viernes es, por mucho, el día más ajetreado de la semana.

“Hay tradiciones musulmanas y tenemos que adaptarnos”, dijo Gonzaga. “El viernes es nuestro domingo”.

El liderazgo católico en la Ciudad del Vaticano, mencionó, otorga un permiso especial a Nuestra Señora del Rosario para llevar a cabo la liturgia del domingo dos días antes.

El viernes pasado, las hectáreas de estacionamiento se llenaron de autos. Autobuses, taxis y vehículos del servicio Uber iban y venían y quedaban atascados en el tráfico. La gente ingresaba al complejo a través de puertas de seguridad y detectores de metales. Algunos habían caminado kilómetros desde los vecindarios circundantes. Muchos usaban su vestimenta más elegante para los viernes.

Gonzaga ha estado en Nuestra Señora del Rosario durante una década y se le asignó el liderazgo en 2017. Cuando dirigía una parroquia en Filipinas, casi todos eran del mismo país y la misma comunidad local, y la mayoría de los feligreses eran mujeres.

Aquí está al frente de una congregación de personas de todo el mundo, aunque la mayor parte proviene de la India y Filipinas. La mayoría de ellos son hombres, muchos de los cuales trabajan en Catar para mantener a sus familias en casa.

El viernes, Gonzaga caminó por los terrenos con su túnica blanca. Observó el grupo de personas en la gruta de oración, la fila que salía por la puerta de la capilla de adoración. Deambuló por el gran lugar sombreado donde la gente socializaba y conseguía té y pan gratis. Dentro de un edificio señalado como “Salón de Nuestra Señora de Arabia”, pasó por una habitación designada como “cafetería” que olía a curry y pasteles.

Al subir unas escaleras, se podía ver un pasillo de puertas que era un calendario de adviento en la vida real; al abrir cada puerta se revelaba una sorpresa. Detrás de una había una docena de personas cantando con los brazos en alto. Tras otra, 40 personas escuchaban atentamente a alguien predicar. Otra más revelaba a una banda de 15 miembros y una sala llena de cantantes. Cuando se abrió la puerta, su música se apoderó del pasillo.

Algunas personas, particularmente las de Filipinas, se acercaron a Gonzaga con una sonrisa, bajando la frente para que pudiera bendecirlas con el dorso de su mano.

Los más emocionados eran los niños. Un grupo de 15 niños de 10 años estaba celebrando las fiestas navideñas en un pequeño salón cuando Gonzaga apareció en la puerta. Los niños se acercaron a él, sonriendo, y recibieron una rápida bendición. Luego lo llevaron a la habitación para posar para una foto grupal.

“¡Feliz navidad!”, exclamaron los niños.

“Feliz Navidad”, respondió Gonzaga.

Pronto volvieron a salir, bajo el sol brillante y hacia el estacionamiento, regresando al mundo desértico al que llaman hogar. Llegaba más gente para ocupar sus lugares.

Más o menos al mismo tiempo, en el resto de Doha, los altavoces llamaban a los musulmanes a la oración.

c.2022 The New York Times Company