Cisjordania ocupada: dividida por la fe y unida por el miedo

Residentes palestinos del área de Cisjordania de Huwara observan a soldados israelíes cerrar la entrada a su barrio, el 25 de octubre de 2022. (Samar Hazboun/The New York Times)
Residentes palestinos del área de Cisjordania de Huwara observan a soldados israelíes cerrar la entrada a su barrio, el 25 de octubre de 2022. (Samar Hazboun/The New York Times)

TEKOA, Cisjordania — Moish Feiglin se detiene al llegar al asentamiento en que vive en el área de Cisjordania ocupada por Israel y señala hacia una losa de concreto de 2,5 metros que se levanta a la mitad del camino.

“Eso es nuevo”, comenta.

Conduce lentamente para rodearla e inclina la cabeza como señal de saludo conforme pasa más barreras de seguridad y algunos soldados fuertemente armados se asoman detrás de la reja de entrada. “También es nuevo esto, aquello y lo de allá”.

En el mes pasado, su poblado, llamado Tekoa, se ha convertido en una “base militar”, explica, algo que va totalmente en contra de su código personal.

“Las ventanas de mi automóvil no son de cristal a prueba de rocas”, dice. “No quiero cristal a prueba de rocas”.

“Pero deben entender para qué se prepara la gente”, añade. “Se preparan para que vengan 200 terroristas”.

Reservistas del Ejército israelí hacen guardia cerca de Tekoa, un asentamiento en el territorio ocupado de Cisjordania, el 22 de octubre de 2023. (Tamir Kalifa/The New York Times)
Reservistas del Ejército israelí hacen guardia cerca de Tekoa, un asentamiento en el territorio ocupado de Cisjordania, el 22 de octubre de 2023. (Tamir Kalifa/The New York Times)

Cisjordania, un área en la que entraría varias veces la Franja de Gaza y con sus propias complicaciones, de nuevo es un foco de tensión y el nerviosismo es evidente en todos los bandos.

Aunque por todo el mundo se critica cada vez más el bombardeo de Gaza por parte de Israel, también aumenta la inquietud en torno a las acciones del Ejército israelí y los colonizadores judíos en Cisjordania, un mosaico en disputa de áreas palestinas y asentamientos israelíes como Tekoa que la mayoría del mundo considera ilegales.

Colonizadores judíos de todas las ideologías políticas se están armando y los extremistas de entre esos grupos han atacado a los palestinos y forzado a cientos de ellos a abandonar su tierra.

Al mismo tiempo, ha habido más incursiones del Ejército israelí, manifestaciones más violentas, más arrestos y más ataques palestinos contra israelíes este mes que en cualquier periodo similar en años.

El resultado es una atmósfera cada vez más volátil en que las personas se encuentran divididas por la fe y unidas por el temor, y se pone a prueba la humanidad de prácticamente todos.

“Me siento muy confundido”, comentó Abu Adam, guía de turistas palestino que pidió ser identificado con su patronímico por temor a sufrir “aislamiento social” (o algún tipo de lesión) por expresar una postura moderada. “Nosotros sufrimos, ellos sufren. Todo está suspendido”.

“Y se va a poner peor”, añadió.

La historia de Moish Feiglin y Abu Adam, dos profesionistas cuya vida ha cambiado por completo debido a la violencia, revela cuán profundo es el temor de ambas partes, con todo y que la dinámica de poder entre ellas es infinitamente desigual.

Como ciudadano israelí, Feiglin no puede sacarse de la cabeza los ataques del 7 de octubre. La escala y el horror de las acciones de los terroristas de Hamás, que se calcula masacraron a 1200 personas en Israel, la mayoría ciudadanos civiles y a algunos de ellos con enorme crueldad, han provocado, según él mismo admite, que “cierre” parte de su corazón.

No le gusta llevar consigo una pistola Glock. Pero está permitido, así que lo hace. Al Ejército israelí se le encomendó proteger a su comunidad. De cualquier manera, observa con cautela las expuestas colinas que separan a su poblado de áreas árabes y comienza a poner en duda muchas ideas fundamentales en las que solía creer.

“Vivo un conflicto interno”, explica. “Hace seis semanas, promovía la paz, planeaba enviar a mis hijos a un campamento de verano israelí-palestino, compraba en el pueblo en tiendas árabes y aceptaba la ideología asociada. Ahora, me pregunto: ‘¿Qué va a pasar? ¿De verdad podremos volver a lo de antes? ¿Será que, en el pasado, era demasiado ingenuo?’”.

Abu Adam solía participar en proyectos comunitarios de promoción de la paz y también se pregunta si su antigua actitud no es adecuada para esta época. Es un palestino que enfrenta las dificultades cotidianas de vivir la ocupación de Israel, que lo convierte en apátrida, restringe sus movimientos y considera ilícito que él o cualquier otro ciudadano palestino porte un arma de fuego. El bombardeo de Gaza, a 96 kilómetros de distancia, por parte de Israel, ha matado a más de 11.000 personas, según el Ministerio de Salud del enclave, dirigido por Hamás. Comenta que las imágenes que ve en la televisión de sus compatriotas palestinos, ensangrentados y moribundos, llorando y sumidos en una inmensa pena lo han endurecido.

“Hemos perdido todo”, afirma. “A veces, solo quieres escapar. Pero no tienes a dónde ir”.

Estos hombres viven muy cerca, comparten pensamientos similares e incluso su trabajo tiene ciertas similitudes.

Pero nunca se han visto y, en el territorio ocupado de Cisjordania, viven en mundos distintos.

Tekoa es uno de alrededor de 130 asentamientos de Cisjordania construidos en tierra que Israel sitió durante la guerra árabe-israelí de 1967. Muchos son como islas puestas en medio de áreas árabes. Con frecuencia son blanco de críticas, incluso entre muchos israelíes, por ser el mayor obstáculo para la paz. Aproximadamente 500.000 residentes judíos viven en Cisjordania junto con unos 2,7 millones de palestinos. Los poblados reflejan un amplio rango de afiliaciones políticas y estilos de vida, desde comunidades ultranacionalistas hasta otras más moderadas dedicadas a la agricultura.

A media hora al sur de Jerusalén y con 4300 residentes, Tekoa se ubica alrededor del punto medio del espectro político de los habitantes. Conocido por algunos como “el asentamiento jipi” por su considerable número de artistas y activistas a favor de la paz, también es el hogar de algunos partidarios de la ideología de derecha que están a favor de tomar más territorio palestino.

Feiglin es terapeuta, músico y guía del desierto. Se especializa en trabajo de respiración y terapia musical. Pero ahora que los turistas huyen de Israel, su negocio en ese sector, como el de Abu Adam, ha dejado de producir.

A ambos se les está acabando el dinero. A ambos les preocupan sus hijos. La hija de 10 años de Feiglin se dirigía a la escuela esta primavera, según relata, cuando un grupo de palestinos atacaron su autobús con piedras. Todavía está alterada por el incidente. En cuanto a Abu Adam, le preocupa que sus hijos terminen siendo quienes lancen piedras.

Precisamente por sus hijos, Abu Adam se había unido a proyectos locales de promoción de la paz que organizaban reuniones en que palestinos e israelíes dialogaban para encontrar la forma de vivir juntos. Cuando era joven, lo encarcelaron por participar en manifestaciones violentas en contra de la expansión de Tekoa, cuya erección en su tierra consideran ilegal tanto él como otros palestinos.

“Pero el problema que tuve en la vida”, afirma, “no quería que también lo enfrentaran mis hijos”.

Feiglin, de 39 años, es una especie de contradicción. Nacido en Australia, se mudó a Cisjordania hace ocho años. Dice disfrutar pasar el tiempo con palestinos comunes y corrientes y promover la paz y la coexistencia.

¿Pero acaso no es cierto que la mera existencia de su asentamiento complica la paz y la coexistencia?

“Es algo que me he preguntado”, señala. “Mi presencia en el asentamiento no va a cambiar los hechos sobre el terreno”.

Dice haber decidido vivir en Tekoa por su atmósfera de comunidad y los efectos embriagadores de vivir al borde de un desierto espectacular. A veces piensa en los palestinos que conoce, como Ismail, propietario de una ferretería al que solía ver todo el tiempo, pero no ha visto en semanas.

“Todas estas microinteracciones”, dice, y su voz se va apagando durante una conversación en su cocina. “No sé cuánto terreno ganado perderemos por esto”.

“Pero confiar sería riesgoso, ¿no?”, pregunta su esposa, Adena Firstman, sentada a su lado. “Estamos como en modo de supervivencia”.

Feiglin muerde una almendra y responde: “Estamos en modo Rambo”.

c.2023 The New York Times Company