La paradoja de Caster Semenya: le obligan a hormonarse para poder competir

La atleta Caster Semenya durante un sprint.
Caster Semenya durante una carrera el pasado marzo. Foto: Phill Magakoe / AFP via Getty Images.

Una de las peores cosas que le pueden pasar a alguien es perder su credibilidad. La hipocresía, decir una cosa pero luego hacer otra completamente diferente, tira por tierra cualquier esfuerzo anterior para convencer al resto del mundo de la veracidad del propio discurso, por muy sensato y oportuno que parezca. Ya puedes decir cosas con toda la lógica del mundo, que nadie se las creerá ni te tomará en serio desde el momento en que empieces a comportarte de manera contradictoria.

Es lo que le está ocurriendo a las autoridades mundiales del deporte. Las mismas que nos insisten una y otra vez en decirnos que el dopaje es algo negativo y terrible, que evitar a toda costa no solo por la trampa que supone, sino por los riesgos para la salud. Las mismas que, sin embargo, están obligando a tomar hormonas a Caster Semenya. Lo que en cualquier otra circunstancia sería dopaje ahora se convierte en imposición legal.

Porque sí, es tan crudo como suena. La resolución del Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS) fuerza a la corredora sudafricana, cuyo cuerpo por naturaleza genera más testosterona de lo habitual en mujeres, a someterse a tratamientos médicos para reducirla si es que quiere seguir compitiendo en la élite del atletismo. Es decir, a consumir productos químicos que no necesita para modificar las prestaciones de su cuerpo.

Esa es, precisamente, la definición del dopaje, aunque hay un matiz diferenciador bastante importante: en este caso no va a ser para mejorar sus prestaciones, como ocurre en la inmensa mayoría de los casos, sino para reducirlas. Porque el rendimiento de Semenya es extraordinario. A sus 29 años ya ha sido dos veces campeona olímpica y tres veces mundial de los 800 metros lisos (sin menospreciar al resto, acaso la disciplina más difícil, por estar justo en la frontera entre las pruebas de velocidad y las de fondo) y tiene la cuarta mejor marca de todos los tiempos en esta distancia.

Tampoco hay que negar, porque nadie lo ha ocultado jamás, que la capacidad atlética tan asombrosa de Semenya se debe a que sufre un trastorno conocido como hiperandrogenismo. Se trata de una anomalía en el desarrollo sexual que hace que, aun siendo una mujer, tenga cromosomas masculinos y produzca más testosterona de lo habitual. Esta hormona, presente en los hombres en mucho mayor cantidad (de media diez veces más) que en las mujeres, es la responsable de que normalmente los varones tengan mayor masa muscular y ósea y, por tanto, más fuerza. Por eso se usan también versiones sintéticas como agente dopante.

Lo que hay que subrayar es que el cuerpo de Semenya la genera por sí mismo. No es que se la inyecte para rendir más y hacer trampas; su organismo está hecho de esta manera, ella no lo ha podido decidir. Aun así, para World Athletics (el organismo antes conocido como “Federación Internacional de Atletismo”) se trata de una injusticia con respecto a las corredoras que se mantienen en valores “normales” (que en este caso significa “habituales”). De ahí que le impusiera la obligación de tratarse para disminuirla, que ahora ha confirmado el TAS tras el pleito correspondiente.

Como excusa podría sonar bien, pero tiene el problema de que no es coherente con otras situaciones y circunstancias. Otros deportistas sufren síndromes y dolencias diagnosticados cuyas consecuencias no solo no les impiden hacer vida normal, sino que hasta les confieren alguna que otra ventaja para algunos deportes. Un caso claro es el gigantismo: un fallo en la glándula pituitaria que le hace crear mucha más hormona del crecimiento de la habitual, llevando a los que lo padecen a alcanzar estaturas muy por encima de lo común. Y sin embargo, nadie se plantea imponer a los afectados (uno de los más famosos actualmente es Boban Marjanovic, pívot serbio de 2,24 metros que ha hecho carrera en varios equipos de baloncesto de la NBA) que tomen nada para “corregirlo”. Simplemente se considera que la naturaleza les ha dotado con esa cualidad y se les deja seguir adelante con ella.

Sin embargo, con Semenya no se hace así (¿por sexismo? ¿Por racismo? Hay teorías para todos los gustos, dejamos en manos del lector elegir su conspiración favorita) y se considera que su propio cuerpo, en sí mismo, es una especie de trampa. Y se pretende hacer que se trate sin necesidad médica real, lo que es, ante todo, un ataque a su propia salud, que debería ser, por encima de cualquier otra consideración, la prioridad absoluta de World Athletics y de todas las demás entidades de gestión del deporte. Si se quiere buscar una manera de equilibrar y hacer más justa la competición, seguro que hay alguna forma mejor de lograrlo. No es nada sencillo, pero su trabajo es, precisamente, encontrarla.

Más historias que te pueden interesar: