La Casa Blanca, un imán para magnates

El dinero no puede comprar amor… ni asegurar una candidatura, pero ayuda, y mucho. No por nada Donald Trump, exitoso empresario e inversor en el mercado inmobiliario, reconoció que una parte importante de su atractivo como aspirante a la Casa Blanca radica en que es muy, muy rico. “Si necesito 600 millones de dólares, los pongo yo mismo. Es una gran ventaja sobre los otros candidatos”, dijo una vez, con una lógica imbatible.

El polémico Trump no es el primer multimillonario que se prueba en las aguas de la política. Acostumbrados a nadar entre tiburones en el mundo de los negocios, cada tanto los dueños de grandes fortunas se tiraron a la pileta, con distinta suerte. Una tentación que viene desde los albores de la historia norteamericana, ya que el propio George Washington, además de excelso militar, era un acaudalado terrateniente de Virginia, donde tenía una plantación en la que llegaron a trabajar más de 300 esclavos.

Otro millonario cuyo nombre sonó este año (al igual que en 2012) es Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York entre 2002 y 2013. El sucesor de Giuliani –que dejó el Partido Republicano para ser independiente– es considerado el dueño de la séptima fortuna norteamericana y la decimocuarta en el mundo, amasada gracias a la concreción de un objetivo que siempre lo había desvelado: proveer información de calidad a inversores y hombres de negocios con la rapidez que permitían las nuevas tecnologías.

Para Darrell M. West, analista del Brookings Institution, los millonarios parten con una ventaja: "Son francos, líderes fuertes que les dicen a los votantes que ellos son demasiado ricos para ser comprados. Para los ciudadanos acostumbrados a los políticos con dobleces o corruptos, es un fuerte atractivo". Darrell recuerda otros casos en el mundo: Berlusconi en Italia, Petro Poroshenko (actual presidente de Ucrania, ex empresario del chocolate y productos de confitería), Thaksin Shinawatra (servicios de telefonía celular y computación) en Tailandia y Bidzina Ivanishvili (negocios inmobiliarios, bancarios e industriales) en Georgia.

Steve Forbes, acaudalado nieto del fundador de una revista que publica listas de las personas más ricas del planeta, se postuló como candidato republicano en 1996 y 2000. En ambas oportunidades quedó a mitad de camino. Pocos años después fue el turno de Mitt Romney, gobernador de Massachusetts entre 2003 y 2007. Proveniente de una familia de mormones, fue cofundador de un desprendimiento de Bain & Company, la firma de fondos de inversión Bain Capital, que le permitió obtener jugosos ingresos. En 2008 participó de las primarias republicanas, en las que se impuso John McCain. La revancha la tuvo en 2012, al proclamarse candidato presidencial. Perdió frente al presidente Obama.

En la década del 90, un multimillonario texano ocupó las tapas de los diarios del mundo: Ross Perot. Había amasado su fortuna tras dejar su cargo en IBM y fundar la empresa de procesamiento de datos Electronic Data Systems. Se postuló como independiente en 1992, utilizando gran parte de su dinero para pagar "infomerciales" en el horario nocturno de las cadenas de TV. Obtuvo el 18% de los votos, detrás de Clinton y George Bush. Lo intentó de nuevo en 1996, luego de fundar el Partido de la Reforma, pero cayó al 8%.

Un Rockefeller progresista

Un caso muy particular fue el de Nelson Rockefeller. Nieto del cofundador de la Standard Oil e integrante de una de las familias más adineradas del país, fue en su momento uno de los republicanos más "liberales" (en EE.UU., progresista), circunstancia que finalmente le jugó en contra. Tras desempeñarse en el sector petrolero y en las administraciones de Franklin D. Roosevelt y de Eisenhower, Rockefeller fue entre 1959 y 1973 gobernador de Nueva York. Tres veces se postuló para la nominación republicana, en 1960, 1964 y 1968, y perdió. Tras la renuncia de Nixon en 1974 por el escándalo Watergate y el ascenso de Gerald Ford a la Casa Blanca, éste lo designó vicepresidente. En las elecciones de 1976, Ford prefirió tener como compañero de fórmula a un representante del influyente sector conservador del partido (en el que militaban Reagan y Goldwater) para ganarse su apoyo. Finalmente el elegido fue Bob Dole. Y Ford perdió frente a Jimmy Carter.

"Estaba en el partido equivocado", dijo cuando se le preguntó por qué no había podido llegar a la presidencia, según recuerda Dick Morris en su libro Los juegos del poder.

Hubo otros casos de millonarios en política, producto de la riqueza familiar, lista en la que podría incluirse el actual secretario de Estado, John Kerry, que recibió una abultada herencia de la rama materna y se casó con Teresa Heinz, viuda de un integrante de la familia propietaria de la reconocida salsa ketchup. Algo parecido puede decirse de McCain, cuya segunda y actual esposa, Cindy Henley, es hija del dueño de una de las principales distribuidoras de Anheuser-Busch, fabricante de la cerveza Budweiser.

En esta nómina no puede faltar John F. Kennedy, beneficiado por la ambición de su padre, cuya fortuna (acumulada por sus inversiones en la bolsa, los bienes raíces y la importación de whisky) era estimada al momento de morir en unos 500 millones de dólares, cifra que probablemente haya sido mucho mayor.

“El dinero le aportó a Joseph P. Kennedy una enorme libertad personal, y a su hijo, la presidencia”, resumió Seymour M. Hersh, autor de una biografía de JFK.