La campaña de Trump obliga a Obama a salir del retiro

Prendedores a la venta en Cleveland, Ohio, mientras el expresidente Barack Obama daba un discurso el 13 de septiembre de 2018. (Maddie McGarvey/The New York Times)

Justo después de saber que Donald Trump había sido electo presidente, Barack Obama se dejó caer en su silla del Despacho Oval y se dirigió a un asistente que estaba de pie cerca de un frutero con manzanas colocado en un lugar prominente, un emblema de su política de refrigerios saludables que, como tantas otras, estaba a punto de desaparecer.

“Ya estoy harto”, dijo Obama acerca de su trabajo, según varias personas que saben acerca de ese intercambio.

Sin embargo, desde entonces supo que el suyo no sería un retiro convencional de la Casa Blanca. Obama, quien en ese momento tenía 55 años, se había quedado varado con la estafeta que planeaba pasarle a Hillary Clinton todavía en la mano y encima debía lidiar con un sucesor que, al parecer, tenía una fijación en su contra basada en una extraña antipatía personal y que enarbolaba una política de reacción racial violenta ejemplificada en la mentira sobre el lugar de nacimiento de Obama.

“No hay ningún modelo capaz de predecir el tipo de vida que tendré después de la presidencia”, le dijo al asistente. “Es evidente que no puede dejar de pensar en mí”.

Lo que no quiere decir que Obama estuviera dispuesto a olvidar cómo había vislumbrado su retiro antes del triunfo de Trump: una vida plácida dedicada a escribir, disfrutar juegos de golf en días soleados, impulsar políticas a través de su fundación y gozar mucho tiempo en familia en su nueva finca de 11,7 millones de dólares en Martha’s Vineyard.

De cualquier forma, más de tres años después de su salida, el 44.° presidente de Estados Unidos se encuentra de regreso en el campo de batalla político, obligado a participar en el enfrentamiento por un enemigo empecinado en borrarlo de la historia, Trump, y un amigo que ha demostrado la misma determinación de aprovechar su presencia, Joe Biden.

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Era bien sabido que volver al campo de batalla sería muy arriesgado. Obama ha demostrado un gran interés en proteger su legado, en especial de los múltiples ataques de Trump. Pero después de realizar entrevistas con más de cincuenta personas que rodeaban al expresidente, el retrato que percibimos es el de un combatiente atribulado que intenta equilibrar el profundo enojo causado por su sucesor con el instinto de evitar el enfrentamiento por temor a que pudiera dañar su popularidad y afectar su lugar en la historia.

Sin embargo, es posible que el cálculo de ese equilibrio haya comenzado a cambiar tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis. Barack Obama, el primer presidente de raza negra de Estados Unidos, ve la concientización social y racial actual como una oportunidad para darle un valor más significativo a las elecciones de 2020, que habían estado marcadas por el estilo de lucha en el lodo de Trump, y canalizar un nuevo movimiento juvenil hacia un objetivo político, como sucedió en 2008.

El expresidente Barack Obama camina por el pasillo que conecta la residencia con el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington, el 8 de noviembre de 2016. (Al Drago/The New York Times)
El expresidente Barack Obama camina por el pasillo que conecta la residencia con el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington, el 8 de noviembre de 2016. (Al Drago/The New York Times)

Actúa con cautela, con su intención característica de mantener la calma, ser fiel a su reputación, conservar su capital político y mantener intactos sus sueños de un retiro tranquilo.

“No creo que tenga dudas. Más bien, creo que ha adoptado una actitud estratégica”, señaló Dan Pfeiffer, uno de sus principales asesores durante más de una década. “Siempre ha usado su voz de manera estratégica; es su posesión más valiosa”.

Muchos seguidores ejercen cada vez más presión para que sea más agresivo.

“Para variar, sería bueno que Barack Obama saliera de su cueva y ofreciera (o más bien EXIGIERA) una ruta para seguir adelante”, escribió el columnista Drew Magary en una publicación de Medium que se ha compartido muchísimo desde su aparición en abril con el título “¿Dónde diablos está Barack Obama?”.

El argumento para rebatir esta postura es que Obama cumplió su trabajo y merece que lo dejen en paz.

Obama parece ubicarse en algún lugar intermedio. Todavía le preocupa la fecha de publicación de su esperada autobiografía. No obstante, la semana pasada redobló sus críticas “indirectas” al gobierno de Trump cuando condenó el “enfoque de gobierno caótico, desorganizado y malintencionado” durante un evento en línea para recaudar fondos para Biden. Además, expresó una especie de compromiso cuando les dijo a los seguidores de Biden: “Lo que han hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Y lo mismo va para mí, para Michelle y para nuestras hijas”.

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El jueves, durante un evento de recaudación por Zoom accesible solo con invitación, Obama expresó su indignación porque el presidente utilizó las frases “kung flu” y “China virus” para describir al coronavirus. “No quiero un país en el que el presidente de Estados Unidos promueva de manera activa la discriminación contra los asiáticos y encima le parezca gracioso. No quiero eso. Todavía me da escalofríos y me enfurece”, dijo Obama, según una transcripción de sus comentarios proporcionada por alguien que participó en el evento.

Obama habla frecuentemente con el exvicepresidente y los principales asesores de la campaña para darles sugerencias sobre el personal y los mensajes. El mes pasado, le aconsejó a Biden sin rodeos mantener sus discursos cortos, hacer entrevistas entusiastas y recortar la extensión de sus tuits, pues lo mejor es hacer que la campaña funcione como referendo de Trump y la economía, según algunos funcionarios demócratas.

Los funcionarios mencionaron que un aspecto de particular interés para el expresidente Obama es la operación digital de Biden, que está en preparación y para la cual ha buscado que aliados poderosos como el fundador de LinkedIn, Reid Hoffman, y el ex director ejecutivo de Google, Eric Schmidt, compartan sus conocimientos.

Con todo, todavía se toma su tiempo para dar respuesta a algunas solicitudes, en especial las que se refieren a encabezar más actividades de recaudación de fondos. Algunos colaboradores de Obama dieron a entender que no quiere eclipsar al candidato, pero los partidarios de Biden no están convencidos de que sea así.

“Por favor, que venga y nos eclipse”, bromeó uno de ellos.

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Desde el momento en que se anunció el triunfo de Trump, Obama adoptó un enfoque minimalista: criticaba sus decisiones de política pública, pero no al hombre que las tomaba, conforme a la norma de civilidad observada por sus predecesores, en especial George W. Bush.

El problema es que para Trump las normas no significan nada. Desde un principio dejó muy claro que quería erradicar cualquier rastro de la presencia de Obama en el ala oeste. “Tenía el peor gusto”, le dijo Trump a un visitante a principios de 2017 mientras presumía sus nuevas cortinas (que no eran muy distintas de las de Obama, en opinión de otras personas que entraron al despacho durante ese periodo caótico).

Esos esfuerzos por desaparecerlo fueron más enfáticos en lo referente a las políticas. Un exfuncionario de la Casa Blanca comentó que Trump interrumpió una presentación para verificar que una propuesta del personal no fuera “una cosa de Obama”.

Durante la transición, a un colaborador de Trump se le ocurrió imprimir una lista detallada de las promesas de campaña de Obama del sitio web oficial de la Casa Blanca y utilizarla como una especie de lista de víctimas, según dos personas enteradas de esa acción.

“Es algo personal para Trump; solo se trata del presidente Obama y de acabar con su legado. Es su obsesión”, explicó Omarosa Manigault Newman, veterana del programa “Apprentice” y, hasta su salida, una de las contadas funcionarias negras en el ala oeste de Trump. “El presidente Obama no podrá descansar mientras Trump respire”.

Cuando la transición comenzó a hacerse eterna, Obama experimentó una creciente inquietud ante una actitud que le parecía indiferencia del nuevo presidente y su equipo de novatos. Muchos de ellos ignoraron por completo los documentos de información que el personal de Obama había preparado con tanto empeño por su encargo, recuerdan sus antiguos colaboradores.

En cuanto a Trump, no tiene “ni la menor idea de qué está haciendo”, Obama le dijo a un asistente después de su encuentro en el Despacho Oval.

Durante la transición, Paulette Aniskoff, asistente veterana en el ala oeste, comenzó a formar una organización política con antiguos asesores para ayudar a Obama a defender su legado, colaborar con otros demócratas y planear su lanzamiento como promotor en las elecciones intermedias de 2018.

Aunque se mostró abierto al planteamiento, lo que más le interesaba a Obama eran las salidas. “Haré lo que me pidan”, le dijo al equipo de Aniskoff, pero les pidió que identificaran con cuidado las apariciones que pudieran ser una pérdida de tiempo o un despilfarro de su capital político y las descartaran.

Entonces como ahora, Obama estaba tan determinado a evitar mencionar el nombre del nuevo presidente que un colaborador en broma sugirió que hicieran referencia a él como “el que no debe ser nombrado”, en alusión al archienemigo de Harry Potter, Lord Voldemort.

Por su parte, Trump no tenía el menor problema en mencionar nombres. En marzo de 2017, acusó en falso a Obama de haber ordenado que se vigilaran las oficinas generales de su campaña, como dijo en un tuit: “¡Qué bajo ha caído el presidente Obama, que intervino mis teléfonos durante el sagrado proceso de las elecciones! Es Nixon/Watergate. ¡Qué malvado (o enfermo) tipo!”.

Fue algo así como un punto de inflexión. Obama les dijo a Aniskoff y su equipo que hablaría de su sucesor en las elecciones intermedias de 2018, pero no mucho.

Fue muy reveladora la forma en que Obama habló acerca de Trump ese otoño: no tanto como una persona sino como una especie de padecimiento epidemiológico que sufría el cuerpo político, diseminado por sus secuaces republicanos.

“No empezó con Donald Trump; él es más bien un síntoma, no la causa”, afirmó durante su discurso inicial en la Universidad de Illinois en septiembre de 2018. Añadió que el sistema político estadounidense no gozaba de “salud” suficiente para formar los “anticuerpos” necesarios y combatir el contagio del “nacionalismo racial”.

El creciente clamor por justicia racial le ha dado a la campaña de 2020 la coherencia que necesitaba Obama, un político que se siente más cómodo si puede disfrazar sus críticas contra un oponente con el lenguaje de la política a favor de un movimiento.

La primera reacción de Obama a las manifestaciones, según sus colaboradores cercanos, fue de ansiedad, pues temía que los brotes de vandalismo se salieran de control y respaldaran la narrativa de Trump de una izquierda anárquica.

Por fortuna, los manifestantes pacíficos asumieron el control y despertaron un movimiento nacional que representó un reto para Trump sin convertir al presidente en su punto focal.

Poco después, durante una llamada estratégica con colaboradores políticos y expertos en políticas de su fundación, Obama dijo emocionado que había llegado “un momento hecho a la medida”.

Su respuesta al asesinato de Floyd no se basó en atacar a Trump, sino en alentar a los jóvenes, que no han mostrado gran entusiasmo por apoyar a Biden, a votar. Cuando decidió hablar en público fue para encabezar un foro en línea con el propósito de resaltar una lista de reformas a la policía que no prosperaron durante su segundo mandato.

En ese sentido, el papel en el que se desempeña con más comodidad es el cargo del que llegó a estar harto en cierto momento.

This article originally appeared in The New York Times.

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