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Los burros invasores del valle de la Muerte se convirtieron en alimento para felinos

Una cámara de rastreo instalada en el valle de la Muerte captó a un puma atacando a un burro en 2020. (Michael Lundgren vía The New York Times).
Una cámara de rastreo instalada en el valle de la Muerte captó a un puma atacando a un burro en 2020. (Michael Lundgren vía The New York Times).

Una mañana de junio en el Parque Nacional del Valle de la Muerte, una burra silvestre llevó a su cría a uno de los manantiales que hay dispersos por el desierto. Dos pares de ojos observaban al potrillo abrirse paso por el matorral. Uno de esos pares de ojos le pertenecía a un puma y el otro a una cámara de rastreo instalada en el camino.

Las imágenes de la matanza posterior se publicaron el mes pasado en la revista Journal of Animal Ecology, en un estudio que presentaba pruebas directas de la caza de burros por parte de pumas en los desiertos del oeste de Norteamérica. De acuerdo con los investigadores, los resultados de los ataques no consisten solo en tener restos de burros y pumas completos, sino que sugieren que los animales carnívoros autóctonos actúan como un control importante de las presas no nativas. El estudio también plantea dudas sobre el grado de daño que causan los burros en los paisajes desérticos silvestres donde se encuentran, aunque las autoridades federales de vida silvestre mantienen el objetivo de eliminarlos por completo.

Aun persisten

Los burros son originarios del norte de África, pero los llevaron a Estados Unidos a través de la industria minera a finales del siglo XIX. A las autoridades federales no les gustó que los robustos herbívoros se establecieran en el valle de la Muerte. En la década de 1930, los gestores de la fauna empezaron a sacrificar a los burros con el argumento de que estas manadas pisoteaban la vegetación, enturbiaban los manantiales y ahuyentaban a la fauna nativa, como el borrego cimarrón; sin embargo, los burros persistieron y, décadas más tarde, cerca de 4000 viven en el lugar, a pesar de los esfuerzos del Servicio del Parque Nacional de reducir su población a cero.

Erick Lundgren, biólogo de la Universidad de Aarhus, Dinamarca, se interesó por los efectos de los burros en los humedales del desierto. En un principio, se centró en la costumbre de los burros de cavar pozos (a veces de hasta 1,5 metros de profundidad) para llegar al agua bajo los lechos de los arroyos secos. Con frecuencia se ha hecho referencia a estos pozos como prueba de daños ecológicos, afirmó Lundgren, pero en un estudio de 2021, él y sus colegas descubrieron que los pozos de los burros servían de viveros y oasis para plantas y animales autóctonos.

También descubrió que los burros que se congregaban cerca de los campamentos del valle de la Muerte podían ocasionar daños.

“Prácticamente convierten estos humedales en un laberinto de senderos y suelo pisoteado”, explicó Lundgren. Aunque algunas especies vegetales se benefician de este tipo de pastoreo, añadió, los burros eliminan otros tipos de vegetación que atraen a las aves y almacenan carbono.

No obstante, Lundgren descubrió que los burros no solían quedarse en las arboledas más remotas alimentadas por manantiales y que su impacto en la vegetación era mucho menos grave. En muchos de los lugares, los investigadores encontraron escondites de pumas, es decir, cadáveres escondidos detrás de rocas o matorrales para evitar que los animales carroñeros y otros felinos los robaran. Muchos de los escondites del valle de la Muerte tenían restos de burros, lo que sugiere que en algunas partes del parque estos cumplían una importante función ecológica: ser el alimento de los felinos.

En 8 de los 13 lugares estudiados con cámaras de rastreo, los burros parecían ser la presa principal de los depredadores, ya que constituían 24 de los 29 cadáveres ocultos. (Michael Lundgren vía The New York Times).
En 8 de los 13 lugares estudiados con cámaras de rastreo, los burros parecían ser la presa principal de los depredadores, ya que constituían 24 de los 29 cadáveres ocultos. (Michael Lundgren vía The New York Times).

Lundgren y sus colegas estudiaron 13 humedales con cámaras de rastreo. Ocho de ellos, a menudo humedales más montañosos, mostraban restos de burros depredados. En esos lugares, los burros parecían ser la presa principal de los depredadores, ya que constituían 24 de los 29 cadáveres ocultos.

En esos puntos, en comparación con los manantiales alrededor de los campamentos, donde merodeaban menos pumas, había la mitad de suelo pisoteado y casi el doble de dosel arbóreo.

'Control'

“Nuestro estudio demuestra que los burros pueden desnudar los humedales, pero solo cuando no hay pumas”, comentó Lundgren. “Este es el caso de los manantiales más visibles del valle de la Muerte, que se encuentran en los campamentos, donde los pumas no van por temor”. También dijo que los lugares donde los burros salvajes hacen más daño son “lugares que son artificialmente seguros debido a la presencia humana”.

Según Lundgren, los depredadores actuaban como un control para los burros, pues moderaban su impacto en lugares sensibles y lo usaban para algo útil en el ecosistema: cavar pozos y abrir paso en los matorrales alimentados por manantiales.

Los responsables de la fauna silvestre a nivel federal no estuvieron de acuerdo con la conclusión de los investigadores.

“La depredación por parte de los pumas es insuficiente para controlar las poblaciones de burros silvestres en el parque, ya que se reproducen a un ritmo de alrededor del 20 por ciento cada año, y no contribuye de manera significativa al objetivo de la administración de no tener ni un burro no nativo dentro del parque”, señaló Abigail Wines, asistente administrativa del Servicio de Parques Nacionales.

Lundgren respondió que el índice de natalidad de burros que mencionó Wines se basaba en cálculos de hace décadas. En el valle de la Muerte, dijo, es difícil obtener cifras concretas sobre las poblaciones de burros. También se refirió a las investigaciones que sugieren que los pumas son depredadores potencialmente importantes para los caballos y burros salvajes. Un estudio realizado en 1999 reveló que los pumas ayudaban a controlar una población de caballos silvestres en Nevada, mientras que un ensayo de 2021 descubrió que algunos felinos de la misma región dependían por completo de los caballos salvajes como presa. Eso podría significar que los pumas que atacan a los burros no nativos en el valle de la Muerte quizá no cazan tantas especies en peligro de extinción, como el borrego cimarrón, dijo Lundgren.

Los miembros del personal del parque no accedieron a responder a las preguntas sobre si era posible lograr el objetivo de no tener ni un burro en el valle de la Muerte, pero ya habían reconocido que la eliminación total de los burros es, en el mejor de los casos, una ambición. “Siempre tendremos burros”, le comentó Alison Ainsworth, quien en esa época era bióloga del Parque Nacional del Valle de la Muerte, a la revista Undark Magazine en 2019, e hizo hincapié en que las manadas siguen rondando las tierras federales circundantes.

Si ahora los burros son una característica permanente en el paisaje, arguyó Lundgren, vale la pena considerarlos partes potenciales de un ecosistema funcional, no como algo ajeno a él.

“Muchas de las cifras de población que se difunden y estas historias de cuán invasivos son estos animales ignoran el hecho de que los depredadores pueden cazarlos, en especial si dejamos a esos depredadores en paz”, concluyó Lundgren.

© 2022 The New York Times Company

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