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La bronca de Macarena Olona a una periodista está calculada y ya la hemos visto antes

La diputada de Vox, Macarena Olona, se ha encarado este 21 de septiembre con una periodista a su salida del hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Pero ese discurso frente a los medios y las formas de enfrentarse a la prensa no son nuevas. Son un calco de lo que ya hemos visto anteriormente en EE.UU. o Brasil.

Sin ir más lejos, hace tres meses, y con aún menos educación, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, mandó callar a una periodista que le preguntaba por su negativa a usar mascarilla: "¡Cállate la boca! ¡Ustedes son unos canallas! Practican un periodismo canalla, que no ayuda en nada. ¡Ustedes destruyen la familia brasileña, destruyen la religión brasileña!”, le gritó Bolsonaro a la reportera.

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En 2016, en campaña electoral, Trump ya acusaba a los medios de “mentirosos” por informar de las acusaciones de abusos sexuales que habían hecho al menos cuatro mujeres contra él. Desde entonces, la guerra contra la prensa de Donald Trump no hizo más que aumentar decibelios.

El expresidente tachó a varios medios y periodistas de “farsantes”, “asquerosos” u “horribles”, entre otras lindezas. “Los medios son el enemigo del pueblo americano” les dijo a sus seguidores en más de una ocasión. E insistía en su cuenta de Twitter: “No crean a los medios, la Casa Blanca funciona perfectamente”.

Demandó a varias cabeceras, como The New York Times o The Washington Post, a las que ha dirigido reproches por publicar artículos críticos con su gobierno o informaciones sobre la trama rusa. Además, impidió la entrada a varios periodistas a diferentes conferencias de prensa y eventos oficiales.

Por ejemplo, a la reportera de Bloomberg, Jennifer Jacobs o al reportero Kaitlan Collins, entre otros, se les prohibió asistir a eventos de la Casa Blanca. Exactamente lo mismo que ya ha hecho Vox con periodistas de la Cadena Ser, La Sexta o eldiario.es.

De hecho, el partido de Macarena Olona tiene una lista de medios con los que “ni habla ni hablará”, a los que tacha de activistas. Vox reparte y asigna la etiqueta de “fake news” a conveniencia como si ellos estuvieran en posesión de la verdad que, curiosamente, nunca les perjudica. Ellos deciden qué se pregunta y qué deben contar los medios de comunicación. Pura libertad de expresión. Pura democracia.

El Tribunal Supremo ya sentenció este año que la “exclusión” de determinados medios supone un “evidente menoscabo” de las garantías de “transparencia y objetividad” del proceso electoral, ante la decisión de Vox en 2019 de no conceder acreditaciones a ningún periodista vinculado al grupo Prisa.

Durante la presidencia de Trump, la Casa Blanca llegó a revocar el pase de prensa de Jim Acosta, corresponsal de CNN, por el pecado de ser demasiado “polémico” y tuvo que ser un tribunal el que devolviera las credenciales al periodista. Uno de los abogados del presidente llegó a amenazar con una demanda por "publicidad falsa" a CNN por su eslogan “Most Trusted Name in News”.

La desinformación es una estrategia consciente y muy peligrosa para la democracia. ¿Cómo saber qué es verdad y qué no, como tratan de hacernos creer, si todos mienten de acuerdo a sus intereses? ¿Cómo sostener una democracia si los periodistas solo preguntan de acuerdo a los dictados de los dueños de imperios mediáticos que solo tienen objetivos perversos?

El objetivo no es otro que minar la credibilidad de la prensa para poder negar y sembrar dudas ante cualquier información que salga a la luz y no les convenga; deslegitimar el trabajo de la prensa y crear confusión en la mente del público sobre lo que es real y lo que no lo es; en qué se puede confiar y en qué no, como señala un análisis de la Universidad de Harvard.

“Sus ataques son estratégicos, diseñados para socavar la confianza en los informes y generar dudas sobre hechos verificables”, han explicado el relator especial de la ONU sobre libertad de expresión, David Kaye, y el representante de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Edison Lanza.

Trump y Bolsonaro ya han usado previamente esta estrategia. (REUTERS/Tom Brenner)
Trump y Bolsonaro ya han usado previamente esta estrategia. (REUTERS/Tom Brenner)

Trump y su administración trataron de socavar las informaciones que destapaban fraudes, abusos o posibles conductas ilegales. “Cada vez que el presidente llama a los medios de comunicación 'enemigos del pueblo' o no permite preguntas de reporteros de ciertos medios”, han indicado los expertos, “sugiere que lo hace por sus motivaciones nefastas o su animadversión hacia él”.

Sin embargo, el expresidente estadounidense no pudo demostrar ni siquiera una sola vez a lo largo de los cuatro años que estuvo en la Casa Blanca que una información fuese falsa, fabricada o elaborada por supuesta “mala voluntad” o aversión hacia él.

Esta guerra contra los medios, o lo que es peor: contra ciertos medios y señalamiento de periodistas no afines, ha llevado a un aumento de los ataques a los informadores en EEUU y en Brasil pero también en España.

Actitudes soberbias, lenguaje inflamatorio, identificación del “enemigo” y señalamiento de “ellos” frente a nosotros son los ingredientes que añadir a la receta de Trump, Bolsonaro o Vox, cuyas campañas de desinformación están dirigidas contra un pilar fundamental de la democracia: la prensa. Con todas sus imperfecciones, sin ella, estamos perdidos.

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