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Las costosas ofertas de los operadores de tours para cazar leones en África

La muerte del icónico león Cecil en Zimbabwe a manos del dentista estadounidense Walter Palmer –cacería que habría sido ilegal porque el animal fue inducido a salir del área protegida donde se encontraba y fue abatido en el marco de varias faltas a las normas de la caza autorizada en ese país africano– ha volcado la atención y la irritación pública a un hecho que no es nuevo y que en Estados Unidos, al parecer, se desarrolla de modo prolífico: la venta a acaudalados estadounidenses ansiosos de emociones de safaris de cacería de leones en África.

En algunos países africanos la caza de esos felinos está prohibida, pero en otros es legal bajo ciertas condiciones, como es el caso de Zimbabwe, Sudáfrica o Tanzania. Por ello, esos safaris para ir a matar leones no serían en sí mismos ilegales en varias zonas de África, aunque ciertas prácticas irregulares, como sucedió en el caso de Cecil, resulten, según se ha denunciado frecuentes.

El león Cecil, que fue cazado al parecer ilegalmente en África por el dentista estadounidense Walter Palmer. (AP)
El león Cecil, que fue cazado al parecer ilegalmente en África por el dentista estadounidense Walter Palmer. (AP)

De acuerdo a Christopher Ingraham en The Washington Post, ricos turistas matan cada año unos 600 leones en África de modo legal, y quizá más. Así que Palmer no es para nada el único estadounidense que se va de cacería para matar un gran felino. En realidad, la mayoría de los cazadores de leones africanos son estadounidenses y ellos abaten el 64% de esas presas cada año. El problema en el caso de Palmer fueron las supuestas irregularidades que se registraron y acabaron con la muerte del león. Pero muchos estadounidenses han ido a África, y lo seguirán haciendo presumiblemente, para cazar un león de modo legal. Cuesta bastante dinero, pero es muy factible. La moralidad de ese acto es otra cosa.

Ingraham hace en el Post un repaso a las ofertas online de varios operadores de safaris que ofrecen a turistas estadounidenses la posibilidad de ir a un país africano y cazar legalmente un león.

Los precios varían, por ejemplo, entre el paquete de 16,500 dólares por un ejemplar de melena rubia ofrecido por la entidad Africa Hunt Lodge, a los 58,000 dólares (dependiendo del tamaño y tipo del león) que cobra la entidad Safari Bwana.

Algunos incluyen curiosos beneficios. La entidad African Sky Hunting cobra 29,130 dólares por un paquete de siete días para cazar que ofrece lujoso alojamiento y suntuosa comida. Otros piden más si la presa es un león blanco y algunos, como la entidad Serapa Safaris, tiene esquemas que podrían parecer más módicos: 690 dólares al día (con un mínimo de 10 días) para cazar un león, incluyendo además servicio de spa y habitaciones con aire acondicionado. Alguno tiene como oferta especial un costo de solo 150 dólares por observador (acompañante) y 28,500 dólares por cazador, una ganga quizá si se compara con otros proveedores que llegan a cobrar 1,350 dólares por acompañante. Y el operador Safari Hunter Njema tiene tarifas de entre 29,800 y 46,200 dólares para cazar un macho, y en ello está incluido el pasaje aéreo. Y allí las leonas en oferta: 10,500 dólares por matar una de ellas.

Desde luego, muchas de esas empresas también organizan sesiones de cacería de otras grandes presas, como leopardos, hipopótamos, cocodrilos, elefantes, búfalos, cebras y demás. Fotos de orgullosos cazadores mostrando el cadáver de sus presas abundan desde luego en los sitios web de esas empresas.

Ingraham hace un recorrido narrativo por esos sitios y sus ofertas y su lectura por momentos cobra un tono tragicómico, sarcástico: matar esos tremendos animales se ofrece como cualquier otra mercancía, con ofertas, rebajas y “valor agregado”. Pero en ello hay también mucho de drama y brutalidad.

Manifestantes repudian la caza de leones frente a la clínica dental de Walter Palmer en Minnesota. (Reuters)
Manifestantes repudian la caza de leones frente a la clínica dental de Walter Palmer en Minnesota. (Reuters)

Con todo, salvo casos irregulares (que no serían infrecuentes) como el de Palmer, es de suponer que los servicios de las empresas mencionadas por Ingraham son totalmente legales y se apegan a las normas. Pero convendría, también, estar alerta a los abusos, a las prácticas engañosas y otras triquiñuelas. Palmer dijo en un comunicado que él suponía que los guías que lo llevaron a cazar a Cecil cumplían todas las reglas y contaban con los permisos necesarios, lo que no fue al parecer así. Y aún falta mucho por saberse al respecto.

Por lo pronto, irse de viaje para matar un león es ahora visto con mucho más disgusto y rechazo que antes, pero es una actividad que continuará. Muchos desean el absoluto fin de esa clase de actividades de caza y otros las defienden como una forma válida de llevar recursos y empleos a las comunidades donde la cacería tiene lugar. Algunas de esas cacerías son de leones en libertad, pero otras son de felinos que fueron criados en cautiverio o mantenidos en áreas restringidas para que cazadores puedan abatirlos, como denuncia la organización CACH.

Sea como sea, es de esperar que ahora el escrutinio público sobre esas actividades ayude, al menos, a que todo se haga de modo legal y se eviten estragos como el que despojó al mundo del majestuoso Cecil.