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En media hora… la muerte: la tortura de "morir" todos los días

Narrativa | Planeta | 552 páginas | 249 pesos
Narrativa | Planeta | 552 páginas | 249 pesos

Francisco Martín Moreno escribió 24 libros que tienen que ver con la historia de México, su país de origen. Caracterizado por hacer descripciones que exceden la superficialidad de los hechos -y por incomodar fuertemente a más de un sector de la sociedad mexicana-, se pasó su vida en bibliotecas para reconstruir tanto la historia precolombina de su país, como     lo que la conquista española le dejó como herencia a los mexicanos. Pero esta vez, le tocó contar la historia más difícil de todas: poco antes de morir, su tío Claus le dijo que le iba a hablar sobre su “verdadera” historia: Moreno no tenía ni idea, pero en sus orígenes había un ocultamiento que lo llevó a investigar sus propias raíces durante siete años.

“Tu verdadero nombre es Francisco Martín Moreno Bielschowsky”, le dijo el hermano de su madre, a tres semanas de morir. Hijo de padre refugiado de la guerra civil española y una madre que huyó de Auschwitz, Moreno descubrió sus raíces judías recién cerca de sus 60 años. ¿La razón? El ocultamiento identitario de su madre, que tenía terror a ser perseguida.

Moreno trabajó en las bibliotecas y hemerotecas de México para armar este rompecabezas que, más allá de su historia personal, es una verdadera bildungrosman: palabra que usan –casualmente- los alemanes para las “novelas de aprendizaje”, donde los personajes van atravesando vivencias que dejan tras de sí la estela de la historia.

Estuvo en Alemania, España, Marruecos, Israel. “Traté de hacer un libro equilibrado, no quería pura tragedia. Era importante contar otras historias”, explica Moreno. El libro es, también, eso: una anécdota atrás de otra, algunas realmente muy divertidas. “Voy poniendo caramelitos, para que el lector no se lleve un sabor amargo con la lectura”, cuenta.

Siete años le tomó escribir el libro. Y no pudo hacerlo de un saque: tuvo mareos, ataques de pánico, y malestares de todo tipo. El cuerpo le hablaba, y él todavía no puede hablar de Auschwitz sin que se le erice la piel. “Tenía que terminar el libro, porque se lo había prometido a mi tío Claus, que murió a las tres semanas de contarme la historia”, explica. Aquí, Moreno cuenta un poco sobre su nuevo libro, una historia que merecía ser contada y que vale la pena ser leída.

- ¿Cuál fue la historia oficial que te contaron cuando eras chico? ¿Cómo se conocieron y qué hacían tus padres?

- Yo sabía que mi padre había nacido en Madrid, en 1916 y mi madre en Berlín, cuatro años más tarde. Esos eran los datos duros que tenía: que los dos eran refugiados, uno de la guerra civil española y otro de la Segunda Guerra Mundial. Y los dos se conocieron en México. Eso es todo lo que yo sabía.

- Pero apareció tu tío Claus

- Claro, y yo no tenía relación con él. Había dejado de verlo hace 50 años, pero me llamó, sorprendiéndome, por teléfono: “Me estoy muriendo, y no quiero hacerlo sin contarte la historia de tu familia”, dijo. Allí le pregunté por qué se había peleado con mi madre, y su respuesta me sorprendió: “Ya no lo recuerdo”, dijo. No entendía exactamente qué pasaba allí, en mi historia familiar, porque mi tío me dijo que ni siquiera sabía cómo era mi nombre completo.

- Ahí empezó tu crisis de identidad

Francisco Martín Moreno: en busca de su identidad (Foto: Blanca Charolet)
Francisco Martín Moreno: en busca de su identidad (Foto: Blanca Charolet)

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Claro, me dijo que mi nombre completo era Francisco Martín Moreno Bielschowsky. A lo que le dije que sonaba como polaco, y me contó la verdad: “Eres judío polaco, porque yo lo soy y tu madre también. Lo que sucedió fue que cuando vino desde Europa, ella misma tuvo que borrar su identidad, por la persecución de los nazis”. Pero quedé perplejo, yo ni siquiera creo en Dios, ¿cómo era que era judío? Me contó que mi bisabuelo había llegado a Berlín en 1890 y ahí empezó a trabajar zapatos en la calle, donde terminó poniendo un taller que se expandió muchísimo. Terminó siendo una fábrica de calzado en Stuttgart, luego otra en Munich y otra en Hamburgo. Llegó a venderle botas al ejército imperial del Káiser, haciéndose multimillonario.

- ¿Y cómo tomaste esta noticia?

- Le pedí que me contara más sobre mi bisabuelo, estaba atónito. Me dijo que lo viera yo mismo en el museo de Yad Vashem de Jerusalén. Allí me encontré, efectivamente, con algo que me heló la sangre: estaba su apellido, junto a una leyenda tenebrosa. “Executed in Auschwitz” (“Ejecutado en Auschwitz”, el campo de concentración y exterminio más conocido de la Segunda Guerra). Mi bisabuela, mis primas, tías… todos muertos en campos de concentración.

- Toda esta es tu familia materna. ¿Y la paterna?

- Bueno, es terrible, también la destrozaron. Durante la Guerra Civil Española mataron a casi toda mi familia en cárceles franquistas. Mataron a 250 mil españoles. Por eso en casa somos tres, porque a todos los mataron. Y yo no sabía nada, todo me lo ocultaron. De todos modos, puedo comprenderlos: lo ocultaron por el miedo a la persecución. Necesitaban construir un presente diferente. Les costaba mucho ser judíos, porque les habían sacado todo, y habían matado a sus padres. Por eso nos cambiaron el nombre a todos.

- ¿Guardás algún tipo de rencor?

- No, para nada. Fue un recurso de supervivencia el que adoptaron. Mira, te cuento algo para que dimensiones el miedo que sigue teniendo mi madre. Hace poco le comenté a que iba a sacar el pasaporte alemán. Y cuando se enteró, me dijo: “El día que hagas la solicitud de tu pasaporte, pasarán pocos días hasta que vengan por mí”. Sorprendido, le respondí: “¿Quién va a venir por ti, madre? ¿La señora Merkel? ¡Hace 70 años terminó la guerra!”. Pero ella no lo podía entender, es tremendo. “Si te quieres deshacer de mí, haz tu solicitud”, me respondió. Esto fue hace ocho meses. Nunca se le va a quitar ese pánico.

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- Parece una catarsis personal, pero con reflexiones universales. ¿Qué dirías que fue lo mejor del libro?

- Haberle dado voz a los muertos. Volver a darle a mi familia la voz fue muy gratificante. Fue poner otro ladrillo en la pared de la memoria. Debemos luchar en contra de cualquier tipo de totalitarismo, de izquierda o de derecha. Es importante apartarse de cualquier imposición o atentado en contra de la democracia.

- Hay una crítica que oficia de hilo conductor a Hitler, Franco y Mussolini en el libro: la Iglesia católica. En México, la Iglesia tiene un poder muy fuerte. ¿A qué se debe tu crítica?

El campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, un duro recuerdo
El campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, un duro recuerdo

- Yo creo, por empezar, que la Iglesia Católica ha sido el peor enemigo que tuvo México en su historia. Yo tengo un libro que se llama México ante Dios, donde cuento la historia criminal del clero católico. El peor enemigo que hemos tenido, y también lo tuvo Europa. Hoy la Iglesia en México ya no quema en las hogueras, como lo hicieron durante 300 años, pero son unos auténticos manipuladores y cínicos que hacen todo por debajo de la mesa.

- En Argentina, la identidad es un tema muy sensible, por la experiencia de la dictadura militar de 1976. ¿Te cambió como persona saber la verdad de tu identidad? ¿En qué sentido?

- La identidad es aquello con lo que creces, lo que tienes como un espejo. Cuando era pequeño, como mi papá era español, pero y mexicano, me dijo: “Tienes prohibido hablar con la zeta, tu eres mexicano”. No quería que creciera con confusiones. Mi madre nunca me habló en alemán, aunque me metió en el colegio alemán para distraer sus orígenes. Yo crecí con una identidad muy clara: la de ser mexicano. Soy profundamente mexicano, por eso escribí tantos libros sobre mi país. No tengo identidad religiosa sobre ningún tipo. Y averiguar mis orígenes no cambió quien soy, pero saber la verdad purifica y tranquiliza. En ese sentido sí hay un cambio.

- ¿Es el libro más difícil que escribiste?

- Sí, durante muchos momentos de la redacción del libro pensé en abandonarlo. Tuve cuatro o cinco ocasiones en las que me pregunté qué necesidad tenía en meter el dedo en la llaga, la pasé realmente muy mal.

- ¿Por qué En media hora… la muerte?

- Se lo debo a mi tío Eduardo. A él lo sorprendieron en Alicante. No pudo salir de allí, junto con los veintitantos mil republicanos que no pudieron ir hacia África del Norte. Los arrestaron y se los llevaron a la cárcel de Yeserías, en 1939. Ahí pusieron a mi tío en el pabellón de los condenados a muerte. Y en este lugar, llegaba siempre un pelotón de fusilamiento a las 7 de la mañana. Decían el nombre de uno de los presos, y éste, al enterarse de su fatal destino, se despedía del resto de sus compañeros. Exactamente media hora después del anuncio, escuchabas la detonación del fusilamiento y los tiros de gracia. Entonces los presos siempre decían: “En media hora, la muerte”.

- ¿Y qué te representó este episodio?

- Me sirvió para hilvanar también a los que mataron en Auschwitz, como mi bisabuelo. Y eso es una tremenda incógnita: cuando sabes que tienes los minutos contados, ¿en qué piensas? ¿Qué pasa por tu cabeza, sabiendo que te van a matar? Mi tío contaba que cuando llegaba el pelotón y no decían su nombre, los insultaban, porque ya pedían a gritos que los mataran. Porque con esta situación, ellos sentían que morían todos los días. Si no era hoy, era mañana. “Llevo muriéndome todos los días 4 años”, decía mi tío. Al final, afortunadamente, ese llamado que esperaba, esa última media hora, no le llegó nunca.

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