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Roerich, el desconocido “Leonardo” del siglo XX

Los multimillonarios rusos se disputan sus obras en cuanto alguno de sus hermosos lienzos salen a la venta en las casas de subastas más prestigiosas; en 1929 estuvo nominado para recibir el Premio Nobel de la Paz, y entre sus admiradores amigos se encontraron figuras de la talla de Gandhi, Einstein o Franklin Roosevelt. Pero, a pesar de todo lo anterior, la figura y la obra de Nikolài Roerich es prácticamente desconocida para el gran público.

Roerich nació en la ciudad rusa de San Petersburgo en 1879, y desde muy joven mostró un notable interés por numerosas culturas. De hecho, cuando se matriculó en la universidad en dos carreras de forma simultánea –Derecho y Bellas Artes–, cultivó al mismo tiempo otras pasiones, en especial la arqueología –fue miembro de la Sociedad Arqueológica Rusa–, llegando a participar en varias campañas que tuvieron como resultado hallazgos de enclaves neolíticos.

Su primera etapa artística estuvo caracterizada por la plasmación de motivos relacionados con las fuentes históricas de Rusia. De hecho, poco después de iniciado el nuevo siglo, en 1904, Roerich y su esposa Helena realizaron un viaje por todo el país en el que fueron visitando todos los monumentos antiguos más importantes de la nación. Fruto de aquel viaje fue una serie de 90 pinturas dedicada a la arquitectura rusa.

En aquellos años de las primeras décadas del siglo XX Roerich destacó también como pintor de obras religiosas para iglesias y basílicas ortodoxas, creando tanto lienzos como pinturas murales. Pero, al mismo tiempo, Nikolài sobresalió también creando escenografías, decorados y vestuarios para obras de teatro, ballets y óperas de grandes directores y compositores rusos de la talla de Diáguilev, Borodín, Stravinski o Rimski-Kórsakov.

De forma paralela a su producción artística, Roerich fue profundizando también en su faceta más espiritual y filosófica. Profundamente interesado en la espiritualidad oriental, el artista ruso estudió y se interesó por los textos de místicos y pensadores como Ramakrishna o Tagore. Por aquellas mismas fechas Roerich estaba interesado también por las ideas de la Teosofía, al igual que muchos otros artistas de la época, como ya hemos visto alguna vez. De hecho, su esposa Helena fue la traductora al ruso de La doctrina secreta, de Blavatsky.

Tras los episodios de la Revolución Rusa, en 1920 Roerich fue invitado por el director del Instituto de las Artes de Chicago para realizar una exposición itinerante por treinta ciudades estadounidenses. Con aquella muestra, que reunía 115 pinturas del artista, Roerich comenzó su etapa estadounidense, donde su obra comenzó a ser conocida con gran éxito.

Roerich aprovechó su estancia en los EE.UU. para crear varias instituciones culturales y artísticas, pero además los beneficios que le reportaron la venta de sus pinturas le permitió cumplir uno de sus sueños: realizar una ambiciosa expedición científica que recorrió –entre otros lugares–, Cachemira, China, Siberia, Altái, Mongolia y Tíbet.

Durante aquel fascinante viaje, que se prolongó por espacio de tres años, Roerich y su equipo visitaron lugares aún no explorados de los Himalayas, descubrieron valiosos objetos arqueológicos y realizaron una intensa labor antropológica.

Al mismo tiempo, Roerich continuó desplegando su actividad artística, hasta el punto de que en aquellos tres años realizó más de 500 cuadros a lo largo de la ruta. Muchas de estas pinturas tenían como protagonista al Himalaya, el que sería uno de sus temas preferidos durante toda su carrera. De hecho, de las cerca de 7.000 obras que produjo durante toda su vida, unas 2.000 tienen como protagonista a la célebre cordillera.

Durante aquella expedición es muy posible que Roerich tuviera también su mente ocupada en la posible localización de Shambhala, un mítico reino que según antiguas tradiciones se esconde en algún remoto rincón del Himalaya.

La polifacética vida de este singular artista no acabó aquí. En el año 1929 fue nominado al Premio Nobel de la Paz por su programa para proteger los tesoros artísticos e históricos de la Humanidad durante los tiempos de guerra. Finalmente Roerich no obtuvo el prestigioso galardón, pero hasta su muerte nunca dejó de luchar por su sueño.

El artista ruso diseñó un símbolo que sirviera para señalar aquellos enclaves u obras que debían ser protegidos de la destrucción: la llamada bandera de la paz: un distintivo compuesto por una circunferencia roja con tres círculos rojos en su interior, símbolo de la unidad del pasado, el presente y el futuro dentro de la eternidad.

A su muerte en la India en 1947, su obra había trascendido lo puramente artístico, ampliándose a centros educativos, museos, iniciativas para promover la paz, la defensa de los derechos de la mujer e incluso escuelas de yoga.

Aunque hoy en día no sea muy conocido entre el público, no son pocos los gestos de reconocimiento a su vida y su obra. Un pico del macizo de Altái lleva su nombre, e incluso ¡un asteroide! fue bautizado en su honor. En la actualidad varios centros –tanto en EE.UU. como en su Rusia natal– exponen buena parte de su obra y su legado, y museos de todo el mundo cuentan en sus fondos con alguna de sus pinturas.

Fuente: Yahoo! España
Roerich, el desconocido “Leonardo” del siglo XX