El infortunado viaje del St Louis, un episodio funesto en la historia americana

Un prurito de decencia administrativa, prejuicios raciales e ignorancia política coincidieron para causar uno de los más tristes episodios de la historia americana del último siglo: el infortunado viaje del trasatlántico alemán St. Louis que zarpó de Hamburgo hacia La Habana el 13 mayo de 1939 con 938 pasajeros a bordo, la mayoría de los cuales eran judíos que trataban de escapar de la creciente persecución nazi.

Pasajeros abordando el St. Louis en Hamburgo. (Wikimedia Commons)
Pasajeros abordando el St. Louis en Hamburgo. (Wikimedia Commons)

Luego de la llamada “noche de los cristales rotos“ (Kristallnacht) en que las turbas nazis salieron a romper las vidrieras de los establecimientos judíos en Alemania, el gobierno de Hitler, que todavía no había emprendido el masivo exterminio de los judíos, aceleró el ritmo de las migraciones forzadas. Desafortunadamente, y pese a que muchos judíos pudieron emigrar (sobre todo a Suiza, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos), las democracias occidentales no cayeron en cuenta, hasta muy tarde, de que no habían sido lo suficientemente generosos con los que huían de la persecución que habría de culminar en uno de los mayores genocidios de la Historia: la muerte de seis millones de judíos en los campos de exterminio.

Los pasajeros del trasatlántico en el puerto de La Habana. (Wikimedia Commons)
Los pasajeros del trasatlántico en el puerto de La Habana. (Wikimedia Commons)

Los refugiados que salieron de Hamburgo no pensaban establecerse en Cuba: tan sólo habían solicitado visas de tránsito al gobierno cubano con la intención de ser admitidos luego en Estados Unidos.

El Director General de Inmigración en Cuba en ese momento, Manuel Benítez González, hacía tiempo que venía cobrando un mínimo de 150 dólares por el otorgamiento de estas visas de tránsito, documentos que casi todos los pasajeros del St. Louis habían comprado. Para el tiempo en que el barco estaba por zarpar de Alemania, las denuncias de corrupción contra Benítez lo habían llevado a renunciar y, al mismo tiempo, importantes órganos de opinión en la isla criticaban al gobierno por la admisión de refugiados de Europa y Asia que redundaría en menoscabo de la fuerza laboral cubana. Cuando el St. Louis llegó al puerto de La Habana en la madrugada del 27 de mayo, las visas de tránsito expedidas por Benítez habían sido anuladas por el presidente Federico Laredo Bru. La entrada ahora requería una autorización de los secretarios de Estado y del Trabajo y una fianza de 500 dólares, que estaba fuera del alcance de muchos de los viajeros.

El 8 de mayo, convocados por el principal partido de oposición y su líder, el ex presidente Ramón Grau San Martín, hubo una manifestación en La Habana que puede considerarse la más abiertamente antisemita en toda la historia de ese país: cerca de 40.000 personas aplaudieron a los oradores que abogaban no sólo por cerrar las puertas a la inmigración judía, sino por la expulsión masiva de los judíos que ya residían en el país. Se ha dicho después que la embajada alemana en La Habana no fue ajena a esta agitación con el fin de demostrar que los judíos no eran bienvenidos en ningún país del mundo. En Estados Unidos, donde la inmigración judía había sido numerosa desde el siglo XIX, había un clima de oposición al recibo de nuevos inmigrantes, estimulado sin duda por la gran depresión.

El St. Louis en Hamburgo. (Wikimedia Commons)
El St. Louis en Hamburgo. (Wikimedia Commons)

Cuando el barco atracó en el puerto de La Habana el gobierno sólo permitió el desembarco de 28 pasajeros, de los cuales 22 eran judíos y tenían visas norteamericanas válidas, y los otros seis eran cuatro españoles y dos cubanos.

Otro pasajero, luego de intentar suicidarse, fue ingresado en un hospital de la ciudad. Los restantes se vieron de momento en una suerte de limbo. Aunque Lawrence Berenson, ex presidente de la Cámara Cubanoamericana de Comercio, llegó a La Habana el 28 de mayo para persuadir al presidente Laredo Bru de que admitiera a los pasajeros, este pidió una garantía de 453.000 dólares (unos 500 por pasajero) para permitirles el tránsito, a lo que Berenson hizo una contraoferta que el presidente rechazó. El 2 de junio, las autoridades ordenaron que el barco saliera de las aguas cubanas.

El St. Louis se encaminó entonces a Miami donde la gestión de asilo tampoco tuvo éxito, pese a que muchos pasajeros le enviaron mensajes al presidente Roosevelt. El 6 de junio el barco regresaría a Europa. Gracias a las gestiones de las organizaciones judías no tendría que volver a Alemania: los refugiados se repartieron entre Gran Bretaña, Francia, Holanda y Bélgica; pero cuando, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, Alemania invadió estos últimos tres países, buen número de estos refugiados terminó en los campos de concentración: 254 de ellos murieron en el Holocausto.