El desgarrador testimonio de la niña que fue violada más de 43,000 veces

Entre los 12 y los 16 años, Karla Jacinto fue violada 43,200 veces. Se dice rápido, pero no se llega siquiera a imaginar. Solo ella sabe qué carga encima de sus hombros, de su piel y de su historia.

Pudiera creerse que la astronómica suma es fruto de su imaginación o que el ser humano tiende a exagerar sus proezas y sus dolores, pero el caso de la trata de mujeres que enlaza no pocas ciudades de México con muchas otras de los Estados Unidos esconde historias y cifras que ningún organismo internacional podrá un día calcular.

De acuerdo con una entrevista concedida a CNN, Karla Jacinto, ahora de 23 años, relata el vía crucis que vivió cuando, con tan solo 12 años, cayó en manos de un traficante.

Tampoco pudiera decirse que antes de esa fecha la adolescente tuviera una vida marcada por la felicidad: "Vengo de una familia disfuncional—apunta-. Fui abusada sexualmente y maltratada desde la edad de 5 años por un pariente".

Fue entonces que, con 12 años, conoció a un hombre diez años mayor, procedente de Zacatelco, en las proximidades de la célebre ciudad de Tenancingo, feudo de la trata y la prostitución masificada, quien utilizó todos los ardides para cortejarla.

Tenía, insisto, 12 años. Bastó un simple caramelo para que se iniciara el contacto. El hombre se acercó, le contó de su vida, incluso le confesó que él también había sido abusado de niño. Karla lo recuerda entonces afectuoso, caballeroso.

Una semana después el joven la llamó por teléfono. Ella se emocionó, corrió a su encuentro. Viajó con él a la localidad de Puebla. Tan solo su brillante auto Firebird Trans Am, color rojo, bastó esta vez para convencerla de que en manos de su nuevo amor sería un día una mujer muy feliz.

“Cuando vi el auto no lo podía creer –continúa-. Estaba muy impresionada por tan grandioso auto. Fue emocionante para mí”.

El papa Francisco conversa con víctimas del trabajo forzado: Anna Laura Perez Jaimes y Karla Jacinto, junto al alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en el Vaticano, el 21 de julio de 2015. Foto: REUTERS/Tony Gentile
El papa Francisco conversa con víctimas del trabajo forzado: Anna Laura Perez Jaimes y Karla Jacinto, junto al alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en el Vaticano, el 21 de julio de 2015. Foto: REUTERS/Tony Gentile


Una noche la madre de Karla no le quiso abrir la puerta de la casa. La jovencita no pudo dormir en su cama. Empezaba entonces su vertiginosa entrada en el infierno del tráfico, la prostitución y la violencia. "Al siguiente día me fui con él –continúa-. Viví con él por tres meses y durante ese tiempo me trató muy bien. Me amaba, me compraba ropa, me daba atención, me traía zapatos, flores, chocolates, todo era hermoso".

Pero algo raro se movía a su alrededor. Mientras ella esperaba por su novio en el apartamento, los primos de este traían a casa todo tipo de chicas. Cuando al fin Karla se decidió a preguntar, su novio le confesó: “Ellos son proxenetas”. Pocos días más tarde ya el hombre empezó a explotarla sexualmente.

La primera vez la llevaron a Guadalajara: "Empecé a las 10 a.m. –asegura ahora esta activista contra la trata de mujeres- y terminé a la medianoche. Estuvimos allí durante una semana. Hagan cuentas. Veinte por día, durante una semana. Algunos hombres solían reírse de mí porque yo lloraba. Tenía que cerrar mis ojos para no ver qué me estaban haciendo, así no sentiría nada".

En lo sucesivo, aquella niña conoció moteles de carretera y prostíbulos con todas sus características, sitios al aire libre y hasta casas de familia. Sin días libres, sin feriados, sin descanso…, durante mucho tiempo Karla trató a 30 hombres al día, sin siquiera haber pasado de los 16 años. Su hombre la maltrataba, la escupía, la humillaba y hasta la dejó embarazada.

Karla Jacinto (extrema derecha) con el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio. REUTERS/Tony Gentile
Karla Jacinto (extrema derecha) con el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio. REUTERS/Tony Gentile

Pero antes, con tan solo 13 años, ocurriría una escena más que lamentable.

Una noche, mientras trabajaba en un hotel habilitado para este tipo de manejos, se apareció la policía. Los hombres huyeron, las chicas pensaron que serían rescatadas. Pero ocurrió lo contrario. Los uniformados encargados del operativo no fueron más indulgentes.

Treinta hombres armados, frente a un grupo de niñas, todas menores de edad, y las puertas del edificio cerradas a cal y canto. El infierno se repetía en todas las habitaciones. Las obligaron a colocarse en posiciones comprometedoras, les grabaron videos, las chantajearon con difundirlos, con hacérselos llegar a sus familias. Solo tenían que complacerlos…, una vez más.

“Ellos sabían que éramos menores de edad –relata-. Ni siquiera estábamos desarrolladas. Teníamos caras tristes. Algunas niñas apenas tenían 10 años de edad.”

Había cumplido sus 15 años cuando dio a luz una niña. El padre de la criatura era el culpable de su secuestro y de la sinrazón de aquellos cuatro años. El mismo que se llevó a la criatura y amenazó a Karla con que nunca más la vería si no continuaba obedeciéndole.

Finalmente, en 2006, con apenas 16 años, Karla Jacinto fue rescatada de veras. Y para siempre. Ahora es una de las más enérgicas activistas que pugna porque la realidad del tráfico de mujeres en México llegue a todos los medios de prensa y a las instituciones internacionales.

Mucho de lo que Jacinto ha relatado a CNN se lo narró en persona al papa Francisco, cuando visitó el Vaticano en julio pasado. Un mes antes había sido escuchada en el Congreso de los Estados Unidos. Aquella etapa de su existencia ha sido cerrada, pero Karla quiere que no quede en el olvido. Es por ello que no se esconde, que da la cara, que clama para que su historia no se repita con ninguna de las niñas y jóvenes de hoy.