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¿Tumbas conectadas a Internet?

¿Morir y seguir conectado a la red de redes? Algo parecido.

He aquí unidas la política, las tecnologías y la eterna presencia de la Muerte, así, con mayúsculas, esa en la que siempre pensamos (aunque lo disimulemos) y ante la cual exigimos la más férrea de las conductas.

Pues de un tiempo a esta parte, la avalancha tecnológica que disfrutamos y/o padecemos ha llegado a ser tema de debate incluso entre la raza de los políticos. Apenas había asumido su cargo de Ministro del Interior en Francia, cuando Bernard Cazeneuve fue interrogado la semana pasada por un senador sobre la moda de conectar nuestras tumbas con Internet.

Se trata de un proyecto todavía en expansión que pretende que coloquemos un código QR (de Quick Response, un código de barras en dos dimensiones) en algún lugar de la lápida sepulcral, de manera que cualquier persona, siempre y cuando entre al cementerio con su smartphone o su tableta, lo escanee, pueda “leerlo” como se lee una célula gracias al microscopio, y acceda al acto a una serie de informaciones sobre el difunto.

Claro que para nuestra tradición occidental resulta agradable e importante poder eternizar –si es que esto es posible en la era del 2.0—las fotos de un ser querido que ha fallecido, los mensajes de condolencia recibidos en su momento por la familia, así como poemas e incluso videos.

Según el sitio web de Epitag, una de las veinte empresas que proponen este tipo de servicio en Francia, “nuestros difuntos tendrán también una vida numérica después de su muerte y podremos hacerle homenaje en Internet gracias a los códigos QR para lápidas y monumentos funerarios”.

Pero además de la reticencia de los más viejos de la familia, obviamente poco dados a los malabares que la tecnología exige, estaría también la de los alcaldes de los cientos de pueblos esparcidos sobre territorio francés, quienes por ley tendrían que autorizar cada modificación en los cementerios municipales.

Otra de las dificultades que en teoría aparecería sobre el camino, sería la del nivel de perdurabilidad de estos códigos al ser expuestos al sol, la lluvia y la nieve, así como la grave repercusión de una falla en los servidores. Conocedores de la tecnología que no se encuentran muy de acuerdo con esta idea han llegado incluso a alertar sobre el riesgo de hackeo, lo que tristemente acarrearía situaciones sardónicas para la memoria del difunto, así como el malestar de sus familiares.

Mientras los políticos, los sentimentales y los tecnócratas se debaten, Epitag nos “propone una gran gama de placas funerarias originales y personalizadas ofrecidas desde nuestra tienda online…”

Y para convencernos, hace gala del dispositivo con código QR que el año pasado colocaron en la tumba del excelso bailarín ruso Rudolf Nureyev en el cementerio de Sainte-Genevieve des Bois, una comuna tranquila a veinte kilómetros al sur de París.