Por qué bailar es una excelente medicina para el cerebro

No necesitamos que un científico nos convenza de la importancia del baile. Lo sabemos bien desde la adolescencia, cuando conocer los pasos del ritmo de moda nos abre las puertas a la diversión. O desde antes, porque ese movimiento del cuerpo al compás de la música ha acompañado a la humanidad durante milenios.

La danza es una expresión artística que atraviesa todas las culturas (Gabriela Fab - Flickr)
La danza es una expresión artística que atraviesa todas las culturas (Gabriela Fab - Flickr)

A pesar de esta vasta experiencia colectiva, las neurociencias han empezado a interesarse por la danza hace poco más de una década. Lo que a primera vista parece un tema trivial, promete revelaciones trascendentales sobre el funcionamiento del sistema nervioso. Y no solo para llenar currículos y revistas académicas. Los experimentos en esta área han mejorado ya la vida de personas afectadas por enfermedades degenerativas.

Remedio contra la enfermedad de Parkinson

Temblores, rigidez, dificultad para caminar… y luego la fatiga, la depresión, la disminución de capacidades cognitivas. Los pacientes aquejados por el mal del Parkinson sufren un progresivo calvario, diferente en cada caso, pero idéntico en su dolorosa pérdida del control sobre las funciones motoras del cuerpo.

El tango ha demostrado una notable eficacia como terapia para el Parkinson (AFP/Filippo Monteforte)
El tango ha demostrado una notable eficacia como terapia para el Parkinson (AFP/Filippo Monteforte)

La enfermedad ataca a las neuronas de los ganglios basales, que dejan de producir una sustancia química conocida como dopamina. El deterioro de estas células termina por interrumpir la comunicación con la corteza motora del cerebro. Es un padecimiento crónico y extendido por todo el planeta.

En 2001 la historia del Parkinson hizo una pirueta. El Grupo de Parkinson de Brooklyn, en Estados Unidos, selló una alianza con el Grupo de Danza Mark Morris. De ese feliz encuentro nació el proyecto Dance for PD (Parkinson Desease), que unió a pacientes y bailarines profesionales de esa compañía de danza moderna en talleres gratuitos.

El éxito del experimento ha trascendido las fronteras estadounidenses. Hoy se estima que un centenar de comunidades en al menos nueve países participan en esa confluencia del baile con la medicina. Los profesores utilizan el jazz, el tap, la danza contemporánea… Pero entre todos, uno de los géneros musicales emerge con frecuencia en los textos científicos sobre el asunto: el tango.

Desde Buenos Aires hasta Montreal, este tesoro de la cultura rioplatense alivia. Un estudio reciente, organizado por la Universidad de McGill, en Quebec, demostró que el aprendizaje del tango puede mejorar de manera significativa el equilibrio y la movilidad funcional de los enfermos de Parkinson. Los movimientos rítmicos hacia detrás y delante, por ejemplo, podrían reducir las caídas de los pacientes.

Por otra parte, las clases de tango han resultado más estimulantes que las terapias tradicionales de ejercicios. En las clases, los participantes olvidan su condición médica y se entregan a la expresión de un arte: la danza. La interacción con los profesores y otros bailarines aficionados garantiza la fidelidad a los cursos.

El cerebro de los bailarines se transforma para ejecutar los movimientos coreográficos (EFE/Anatoly Maltsev)
El cerebro de los bailarines se transforma para ejecutar los movimientos coreográficos (EFE/Anatoly Maltsev)

El cerebro baila

Tal vez no exista movimiento más complejo para los humanos que el baile. Cumplir una coreografía exige una coordinación perfecta entre la corteza motora y los músculos. Las órdenes se desplazan en fracciones de segundos de la cabeza a las extremidades, mediante una compleja red de fibras nerviosas, para lograr las contracciones precisas, el ángulo exacto.

Ese esfuerzo estimula un proceso conocido como neurogénesis, es decir, el nacimiento de nuevas neuronas. La danza contribuye a que estas células se conecten eficazmente a la red neuronal. Como consecuencia, el cerebro desarrolla su plasticidad, lo cual se traduce en mayores capacidades para la memoria y el aprendizaje.

Los bailarines constatan un efecto inmediato del entrenamiento en el equilibrio y la desaparición progresiva de los mareos. ¿Por qué las estrellas del ballet clásico pueden ejecutar numerosas piruetas sin caer? La danza cambia definitivamente la estructura cerebral.

Pero lo más interesante de la fascinación de las neurociencias por el baile, es que no se trata de una actividad compleja o costosa. Para “mover el esqueleto”, como decimos en cierta isla del Caribe, solo necesitamos “una lata y un palo”, y las ganas de disfrutar el momento. Luego, si sabemos que estos minutos de goce harán bien al cerebro… ¡a bailar!