Un dragón que respira en la Antártida

El Monte Erebus respira. Este volcán antártico, el más activo en el sur del planeta, comenzó a formarse hace 1,3 millones de años y aún el lago de lava en el interior de su cráter se agita como una criatura arcaica. Cada verano boreal desde 1972, expediciones científicas viajan a la montaña para develar sus misterios.

A través de su intrincada ciencia, los vulcanólogos han intentado básicamente comprender el funcionamiento de este gigante de 3.794 metros sobre el nivel del mar. El resultado de estas investigaciones podría ayudarnos a entender qué sucede en el interior de la Tierra y predecir erupciones de otros volcanes. Además, otros expertos han descubierto una extraña biosfera, que vive en las profundidades o en diminutas islas de calor en la superficie, rodeadas por temperaturas glaciales.

Cómo respira un volcán

El Monte Erebus fue descubierto en 1841, durante un viaje encabezado por el oficial británico James Clark Ross, cuyo apellido heredó la isla sobre la cual se yergue la montaña. Sin embargo, nadie se atrevió a escalar sus laderas hasta 1908, cuando otro inglés, Ernest Shackleton, ascendió a la cumbre en una de las escalas de la expedición Nimrod.

A pesar de las bajas temperaturas –alrededor de - 20 grados Celsius en verano—los científicos, liderados por el profesor Philip Kyle, del Instituto de Minería y Tecnología de Nuevo México, se han empeñado en encontrar una explicación a los ciclos de erupciones del volcán y los “jadeos” del lago de lava que hierve en el cráter. “Me gusta decir que el Erebus está respirando”, confiesa Kyle.

Mas este volcán de la Antártida no alberga un dragón, sino el secreto, quizás, de qué ocurre en lo profundo del sistema de cámaras y tuberías interconectadas por las que fluye el magma.

Kyle y su equipo han descubierto que la “respiración” del Erebus ocurre en ciclos de entre 5 y 18 minutos, durante los cuales el volcán lanza bocanadas de gas –dióxido de carbono, agua y pequeñas porciones de dióxido de azufre y cloruro de hidrógeno. Este patrón no se repite en ninguno de los otros tres lagos de lava del planeta: el Kilauea en Hawái, el Erta Ale en Etiopía y el Nyiragongo en la República Democrática del Congo.

En cambio, las esporádicas erupciones suceden cuando grandes burbujas de gas emergen y lanzan salpicaduras de lava hacia las laderas del volcán. Esas “bombas” ardientes pueden alcanzar el tamaño de un autobús y caer hasta una milla de distancia. A pesar de que estas explosiones reducen el volumen del lago de lava, la “respiración” no se altera. Ambos fenómenos, han concluido los científicos, son totalmente independientes.

El estudio de los movimientos del magma ha permitido elaborar modelos sobre cómo se mueven los gases y la masa hirviente en el interior de la tierra. Ese conocimiento serviría para pronosticar cuándo y por qué los volcanes estallan, además de calcular los períodos de calma y de actividad.

Vida entre el hielo y el fuego

En ese paraje inhóspito de la Antártida, la vida bulle gracias a una evolución que aún reta a la ciencia. Entre los - 50 grados Celsius en el invierno y cerca de 1.000 grados Celsius en el interior del volcán, existe una poco conocida población de musgos y microbios.

Una parte de esta biosfera reside en pequeñas áreas de tierra húmeda esparcidas por las laderas del Monte Erebus, que surgen cuando el calor de la tierra derrite la capa de hielo. Las condiciones allí son excepcionales. A poca distancia las bajas temperaturas y la acidez del suelo impiden la proliferación de cualquier tipo de vida.

Más desconcertante resultan las colonias de microbios encontradas en las cavernas de hielo en torno a la montaña. La ausencia de materia orgánica y la falta de luz solar obligan a estos microorganismos a alimentarse de metales como el manganeso y el hierro, que encuentran bajo la corteza terrestre. Algunos expertos estiman que un tercio de las bacterias del planeta habitan en estas rigurosas condiciones. Su estudio nos da pistas sobre primitivas formas de vida que imperaron en la Tierra hace miles de millones de años, cuando la humanidad no era.