Somos "ciegos" con los ojos abiertos

Los neurocientíficos todavía ignoran muchas cosas sobre el cerebro. Aún así, algunas de las pocas cosas que saben son muy relevantes. Por ejemplo, que la memoria, una de sus funciones más complejas, no trabaja como una cámara de video. No almacena toda la información que recoge a través de los sentidos (recordémoslos: vista, oído, olfato, gusto y tacto: el sexto aún no ha sido descubierto). Y menos mal; si la guardara, unas neuronas recargadas de datos inútiles no nos ayudarían a localizar recuerdos importantes, que son los que nos permiten tomar decisiones sin detenernos en minucias o en aspectos decorativos de la realidad.

"¿Para qué guardar en la memoria una reproducción al pie de la letra de todas y cada una de las conversaciones que hemos tenido, o de las canciones que hemos escuchado?", se pregunta Chris French, psicólogo del Goldsmiths College, de la Universidad de Londres. "El punto débil, continúa, es que, en ocasiones, sí sería útil ese grado de detalle, y quizás se nos haya escapado. Peor aún, podemos estar plenamente seguros de que nuestro recuerdo es un reflejo verídico de un suceso, cuando en realidad puede estar distorsionado hasta el punto de hacerlo irreconocible".

La memoria, cuyo estudio científico comenzó en el siglo XIX, es como un gran colador. De lo que captan nuestros sentidos casi todo pasa a través de los agujeros. Lo que el filtro atrapa es la esencia, aquello que necesitamos recordar. Esto incluye detalles que un sentido especializado como la vista, por ejemplo, es incapaz de captar, pese a que verlos "debería ser obvio". Esta "discapacidad" afecta a todos los seres humanos, incluso aquellos con buena vista. Son casos especiales de "ceguera". Tan especiales que miramos sin ver... ¡con los ojos abiertos!

Uno de estos fenómenos es la "ceguera inducida por el movimiento". Ante un estímulo de contrastes fuertes, el ojo se inclina por la figura predominante y "elimina" de su foco de atención detalles que están dentro del campo visual.

Si mirás con atención la cruz, los puntos en movimiento desaparecerán (pese a que siguen allí):

En el amplio espectro de ilusiones ópticas a menudo descubrimos imágenes que parecen moverse, pese a que están fijas. Este curioso gráfico, tanto en la pantalla como sobre un papel, causaría el mismo efecto "serpenteante" (agranda la imagen con un "click" y no mires directamente el "sector móvil").

Si fuese posible generalizar, el significado de las imágenes ambiguas (o que se prestan a más de una interpretación, como pasa con las tostadas donde algunos ven el rostro de la Virgen María) depende de las edades, experiencias, interacción social, educación, acceso a medios de difusión y educación de los perceptores. Así, a un adulto que a lo largo de su vida tomó una gaseosa de cierta marca le bastará ver un logo desenfocado para reconocer a su bebida favorita, ya que su lectura está en "piloto automático". Tampoco verá errores. El icono de abajo, por ejemplo, no dice "Coca-cola".

Otras situaciones de "ceguera" son algo más que errores de percepción. Llamaron la atención sobre ellos dos investigadores de la Universidad de Harvard, el estudiante de postgrado en el Departamento de Psicología, Christopher Chabris y el profesor adjunto de la misma carrera, Daniel Simons. Allá por 1999, hicieron un experimento: dividieron a un grupo de alumnos en dos equipos, uno usaba remera blanca y otro negra. Se movían y se pasaban la pelota, mientras el espectador debía contar cuántos pases hicieron los jugadores de remera blanca (e ignorar a los de negro). Un minuto después -el video no dura más que eso-, el espectador debe responder cuántos pases de pelota contó.

Si nunca lo viste puedes participar ya mismo de la experiencia:

Lo que menos importa, en realidad, es la cantidad de pases. Los investigadores sólo querían distraer tu amable atención. Mejor dicho, mantenerla enfocada en una situación alejada del nudo dramático, a saber: al promediar la escena, desfila lo más campante un "gorila", que se golpea el pecho y sigue su camino. En el experimento, pese a que el intruso permanecía unos nueve segundos en pantalla, cerca de la mitad fue incapaz de ver al gorila.

Este fenómeno es llamado "ilusión de ceguera por falta de atención". Otra vez, no tiene nada que ver con aberraciones ópticas o daños cerebrales. Pero sí sobre cómo funciona el cerebro en la vida cotidiana. Explica la naturaleza de las distracciones: por qué somos engañados por magos o presuntos "videntes" o por qué nos llevamos puesto un árbol por hablar con el móvil o mientras tratamos de controlar el GPS cuando manejamos.

En estos casos, la escenografía circundante cambia sorpresivamente. No sólo somos incapaces de notar el cambio, además creemos firmemente que lo notaremos ... antes de vivir la experiencia. En su libro El gorila invisible, Chabris y Simons advierten que "las personas son ciegas al alcance de su propia ceguera a los cambios". Nos cuesta hacernos cargo de que somos vulnerables a las trampas que nos tienden los sentidos.

A propósito, citan una observación de Ulric Neisser, un influyente psicólogo cognitivo de la Universidad de Cornell. "Mirar el video -comentó- es una actividad intrínsecamente pasiva: la acción se despliega delante nuestro, pero nos compenetramos con ella cuando interactuamos socialmente con otras personas". Neisser planteó que la "ceguera a los cambios" podría no suceder si el observador está sumergido en el entorno. Para él, las personas notarían esa alteración en el mundo real. Así surgió otro experimento, donde un hombre con un mapa en la mano le hace una pregunta a un transeúnte. Si durante la conversación se interpone una puerta o cartel entre el "turista perdido" y el consultado y, en el interín, el interlocutor es reemplazado por otra persona (más joven, con diferente color de piel, corte de pelo, voz e incluso del sexo opuesto), deberíamos advertir los cambios, ¿no es así? El ilusionista Derren Brown hizo el experimento para un canal de TV británico (ver video "Cambio de persona").

Pues bien: cerca del 50% de los peatones no descubrieron que hablaban con otra persona. Pusieron poca o ninguna atención al rostro, talla e incluso ropas de quienes preguntaban, concentrándose más en las indicaciones. "Hasta los científicos estábamos convencidos de que una persona extraña, en extremo olvidadiza, pasaría por alto el cambio", escriben los autores, que llaman al fenómeno "ilusión de memoria", en la medida de que sobrestimamos nuestra capacidad de percepción, reconocimiento y retención. Cuando un grupo de alumnos reclamó que "ellos sí hubieran advertido el cambio", los investigadores los enviaron a otro piso a completar un formulario "para participar de un segundo experimento". Detrás del mostrador, el empleado se agachó al piso "para guardar unos papeles". Pero éste fue reemplazado por otro y ¡ningún estudiante notó el cambio!

Por más seguro que estés de algo, nunca hay que descartar que la experiencia -gran maestra de la intución- nos puede llevar a sacar conclusiones equivocadas.

El cerebro nos engaña y nuestra memoria es determinante para dar forma a nuestras experiencias sensoriales. Podemos ilustrar esto con varios ejemplos. En septiembre pasado, en la Argentina, un grupo de vecinos sensibilizados ante la expectativa de la caída de chatarra espacial ha interpretado que una explosión por una pérdida de gas que sucedió en la madrugada fue causada por "algo que vino de arriba", cuando la atención recién se dirigió al sitio tras la explosión (y no antes, cuando la mayoría dormía). O el caso de los pasajeros de un hotel, a quienes la televisión sorprendió con una escena que, a priori, raya en la inocencia. El programa español "El Hormiguero" grabó una cámara oculta en el solitario pasillo de un hotel, donde puso a una niña "pálida, desaliñada y desorientada" zarandeando una muñeca rota.

La reacción de las personas está asociada con recuerdos estereotipados procedentes de diferentes películas de terror. Pero bastó una escena apenas sugerida para que el resultado fuese espeluznante. El desenlace -otro ejemplo de cómo la memoria afecta a la experiencia- corre por cuenta de la imaginación de las víctimas de la cámara sorpresa.

Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4