El curioso aspecto de las arañas pelícano

La forma de estas arañas, también conocidas como arañas asesinas, está en perfecta sintonía con su forma de vida

Una cosa que queda clara al estudiar a los seres vivos es que a la naturaleza parecen gustarle las formas raras. Un ejemplo de ello serían las arañas pelícano, o pelican spiders en inglés. El nombre no engaña. Son arañas, que por el aspecto de sus “mandíbulas” recuerdan a los pelícanos. El otro nombre común que reciben tampoco engaña. Las arañas asesinas se alimentan de otras arañas, y están perfectamente adaptadas para hace

By Michael G. Rix and Mark S. Harvey, Western Australia Museum, via Wikimedia Commons
By Michael G. Rix and Mark S. Harvey, Western Australia Museum, via Wikimedia Commons

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Hablando con propiedad, las arañas no tienen mandíbulas. La estructura que recuerda al cuello y cabeza de un pelícano son en realidad los quelíceros. Se trata de apéndices modificados – podríamos decir que son patas – que llevan en su extremo los aguijones con el veneno.

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La función principal de los quelíceros es cazar. En el resto de arañas, estos apéndices están junto a la boca. Por delante de ella, pero sólo ligeramente. Pero las arañas pelícano las tienen muy alejadas. Y no sólo de la boca, si no del resto del cuerpo.

Por un buen motivo. Si tu fuente principal de alimento son arañas, tienes que saber que se pueden defender. Que tus presas también tienen quelíceros, aguijones que inyectan veneno. Así que como te despistes, durante la caza te puedes llevar un buen susto. Salvo que las empales y les inyectes el veneno desde lejos.

Pero la estrategia de las arañas pelícano no queda aquí. No sólo mantienen a sus presas a distancia. Lo complementan con otra técnica muy interesante. Se comportan como “ninjas”, manteniéndose escondidas y a suficiente distancia hasta que realizan su movimiento.

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Las arañas pelícano – el nombre científico de este grupo es Archaeidae – no tejen redes. Lo que hacen es buscar las de otras arañas, gracias a sus largas patas. Cuando encuentran una, se quedan paradas justo en el borde. Con mucho cuidado, pegan sus patas delanteras – no los quelíceros, si no las que usan para andar – a la tela, y esperan a detectar el movimiento.

Crédito de la imagen: Jeremy Miller/Naturalis Biodiversity Center
Crédito de la imagen: Jeremy Miller/Naturalis Biodiversity Center

Aquí empieza la caza. Cuando han detectado a la araña en su tela, empiezan a producir un hilo de seda. Lo hacen muy lentamente, tanto que la otra araña es incapaz de detectarlo. Hasta que están a la distancia apropiada, momento en que “disparan” sus quelíceros, empalan a su presa y le inyectan el veneno.

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Y así se quedan durante un rato. De hecho, hasta que se han asegurado de que la araña cazada ha muerto y no supone un peligro para ellas. Esto lo consiguen con unos finos pelos que tienen tanto en sus patas delanteras como en los quelíceros, que detectan hasta el menor movimiento.

Con la presa muerta, comienzan a alimentarse de ella. Y esto lo hacen como el resto de arañas: expulsan jugos gástricos y enzimas sobre su presa, la digieren fuera del cuerpo, y luego “sorben” el alimento.

Una forma corporal muy curiosa, adaptada perfectamente a una estrategia de caza muy eficiente. Desde luego, si la naturaleza tiene gusto por las formas extrañas es porque funcionan.