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¿Por qué reímos? Una pregunta simple con una compleja respuesta

En los momentos de júbilo y en las horas de tristeza, la risa nos acompaña, casi tan esencial como el oxígeno. Durante milenios los científicos se han preguntado “¿por qué reímos?”, sin hallar una respuesta definitiva. Las más recientes investigaciones desmontan algunos de los mitos en torno a nuestras saludables carcajadas.

Ni tan graciosos, ni tan únicos

Quizás no exista empleo menos comprendido que el de humorista. Presuntamente los cómicos practican un oficio fácil: hacernos reír. Sin embargo, no existe una teoría capaz de garantizar el éxito de determinado chiste, pues las reacciones del público dependen del contexto, la cultura y otros intrincados factores individuales. El humor no es una ciencia exacta.

Según el psicólogo estadounidense Robert Provine, los humanos reímos casi siempre en circunstancias que difícilmente podrían catalogarse como graciosas. En observaciones realizadas para su libro “La risa: una investigación científica” (Laughter: A Scientific Investigation), este experto en neurociencias detectó que ese gesto constituye un elemento inherente a la comunicación humana, sin importar la comicidad del diálogo.

No obstante, desde el siglo XIX los estudiosos de la risa humana han establecido una clara distinción entre la sonrisa común y lo que podríamos llamar carcajada –o sonrisa de Duchenne, en honor al investigador francés Guillaume Duchenne. A juicio del médico galo y sus sucesores, durante la evolución nuestra especie aprendió a utilizar esa expresión de alegría como herramienta en sus interacciones sociales –para disimular el miedo, manifestar nerviosismo, burlarse de otro, subvertir una situación—pero no consiguió, a nivel fisiológico, imitar los efectos de episodios auténticamente graciosos.

Aprendemos entonces a valernos de la risa, cuando comprendemos su valor en el escenario de la vida. Tal vez seamos la única especie consciente de cómo utilizar esta “arma”, mas el acto de reír no nos diferencia de otros animales, como se pensaba antaño. Desde las ratas hasta los simios, otros habitantes del planeta también ríen para expresar placer y como parte de las relaciones con sus semejantes. Nada que ver con la famosa risa de la hiena, un medio de comunicación en las jaurías de esos mamíferos carroñeros.

Puedes reírte, no es para tanto



Un equipo de científicos estadounidenses reunidos en el Laboratorio de Investigaciones sobre el Humor (HuRL), de la Universidad de Colorado, llegó a la conclusión de que la comicidad surge al juntarse dos condiciones: se produce una violación, o sea, un reto a nuestras creencias sobre lo que es correcto; y la situación que se deriva no nos amenaza seriamente.

El ejemplo clásico, usado por Peter McGraw, director del HuRL, son las cosquillas. Se trata de una “agresión” física, pero nos divierte porque sabemos que el “agresor” no quiere hacernos daño, ni podría si se limita a cosquillear. McGraw es el autor del libro “The Humor Code: A Global Search of What Makes Things Funny”, que salió al mercado el pasado 1 de abril. 

La Teoría de la Violación Benigna también se aplica a eventos trágicos de la vida. Según el equipo del HuRL, la distancia psicológica con respecto los hechos, contribuye a que consideremos con un matiz humorístico ese pasado dramático. Por el contrario, cuando observamos pequeños contratiempos, exentos de graves consecuencias –una caída, una situación equívoca, un juego de palabras—la cercanía psicológica determina nuestra reacción, o sea, la risa.

Los humanos hemos convertido el humor en un arma poderosa para sobreponernos a las adversidades de la vida. En circunstancias políticas difíciles, las bromas pueden aliviar la exasperación y retar el empeño de gobiernos represivos por aniquilar la voluntad de la ciudadanía. Entonces compartimos ese humor subversivo, preñado de confianza en que muy pronto las cosas cambiarán.