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¿Por qué los gobiernos deberían entregar dinero a las mujeres?

¿Quiénes deberían administrar el dinero en el hogar? ¿Las mujeres o los hombres? Y si ese ingreso proviene de un programa gubernamental de ayuda, ¿a quién asignarlo? La experiencia exitosa del sistema Bolsa Familia en Brasil parece inclinar la balanza hacia el control femenino de las finanzas domésticas.

Una mano para salir de la pobreza

Bolsa Familia, junto a otros programas de bienestar social implementados por los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), han sacado de la extrema pobreza a más de 36 millones de brasileños. Al parecer las mujeres que han decidido cómo utilizar los subsidios estatales no lo han hecho nada mal.

El programa entrega como promedio 152 reales al mes (unos 65 dólares estadounidenses) a los hogares beneficiados. Esa cifra representa apenas la cuarta parte del salario mínimo en el país suramericano, pero las condiciones para las transferencias han potenciado el valor de la ayuda. Las madres, jefas de familia en el 93 por ciento de los casos, deben comprometerse a enviar a sus hijos a la escuela y llevarlos a exámenes médicos periódicos y gratuitos. Si están embarazadas deberán asistir a chequeos prenatales.

El estímulo monetario se ha traducido concretamente en el descenso de la mortalidad infantil, en especial en los estados del nordeste, la región más pobre de Brasil. Además, han caído los índices de desnutrición y las muertes relacionadas con el hambre crónica entre los menores. Las mejoras en la atención médica y la alimentación han influido también en el bajo porcentaje de deserción escolar.

Aún 13,8 millones de familias brasileñas reciben los depósitos de Bolsa Familia. Los críticos del sistema temen que la ayuda se eternice y fomente la dependencia entre los sectores de bajos recursos y el Estado. Sin embargo, apuntan los defensores del programa, los montos asignados a cada hogar no alcanzan para mantenerse sin trabajar. Por otra parte, los resultados de esa inversión en la salud y la educación de los niños, y el estímulo a las mujeres, elevarán el nivel de la fuerza de trabajo, un motor fundamental del auge económico brasileño.

El poder a las mujeres

Brasilia confía más en las mujeres que en los hombres, al menos cuando se trata de administrar los escasos recursos de un hogar pobre. El programa Bolsa Familia ha empoderado a las brasileñas, que utilizan esa ayuda para reducir su dependencia de los hombres y, en no pocos casos, liberarse del yugo machista. Gracias a ese dinero ellas pueden, por ejemplo, tomar decisiones sobre su salud sexual –el uso de anticonceptivos—y sobre sus derechos reproductivos –determinar cuántos hijos quieren.

Este sistema anima también a las mujeres a incorporarse a otros programas sociales, que les ofrecen formación para integrarse al mercado de trabajo. Los estipendios mensuales permiten una mínima independencia económica, el primer escalón para ascender hacia la realización profesional. El cambio es enorme en comunidades muy conservadoras, donde los hombres deben sustentar a la familia y las mujeres se ocupan tradicionalmente de los quehaceres domésticos.

Y no se trata de una campaña feminista. El gobierno brasileño, desde la administración de Luiz Inácio Lula da Silva, comprendió que la prevalencia del alcoholismo entre los hombres de las zonas más desfavorecidas amenazaba la efectividad del programa. En manos de las amas de casa, la tarjeta de débito de Bolsa Familia suele invertirse en alimentos y mejoras para toda la familia.

Una respuesta de género

¿Quiénes deberían gestionar el presupuesto familiar? Las mujeres, sin dudas, a juzgar por el éxito de Bolsa Familia. Pero más allá del programa brasileño, la historia nos revela por qué ellas merecen la confianza de los gobiernos y las organizaciones internacionales cuando se aspira a reducir la pobreza.

Los roles de género asignados a lo largo de siglos de patriarcado predominante las han convertido en excelentes administradoras. Los hombres, demasiado ocupados en asuntos fuera de la casa, poco conocen sobre cómo satisfacer cotidianamente las necesidades de una familia. La mayoría, en países dominados todavía por culturas machistas, apenas se preocupa por entregar una parte de sus ingresos y espera a cambio un “servicio a la clientela” excelente.

Programas similares a Bolsa Familia han sido aplicados en otros países como Argentina, México, Colombia y Chile. Estas iniciativas alientan una progresiva revolución en las sociedades latinoamericanas, que benefician a la economía y fortalecen la democracia. Los hombres latinos, si queremos conservar el aprecio de nuestras compañeras, tendremos que aceptar estos cambios o resignarnos a desaparecer como animales prehistóricos.