¿Por qué el Estado Islámico atacó específicamente París?

París es un símbolo del modo de vida occidental que los extremistas islámicos quieren destruir (AFP)
París es un símbolo del modo de vida occidental que los extremistas islámicos quieren destruir (AFP)

La capital francesa ha sido otra vez la diana del terror. Pero los autores de los atentados no solo aspiraban a amedrentar a los parisinos. Los proyectiles en el teatro Bataclan apuntaban hacia el corazón del modo de vida occidental; las explosiones en el Stade de France, hacia los valores que sustentan la democracia. No por azar eligieron París. Hoy ningún otro sitio reviste tanto simbolismo en la lucha contra el extremismo islámico.

Ciudad de luces y sombras

París brilla en la postal turística –los museos, Notre Dame, la torre Eiffel, el Sacré Cœur—y más aún en su joie de vivre, el mítico hedonismo de sus habitantes. Sin embargo, en los suburbios esa luz se atenúa.

En la banlieue de la capital y otras urbes residen millones de inmigrantes y franceses de origen extranjero. Esos barrios, donde el desempleo, la pobreza y la discriminación ahuyentan a los turistas, demuestran el fracaso del modelo de integración del país galo. Allí donde glamour es una palabra extraña, distinguen bien a los “Français de souche” (franceses de pura cepa) de los que tienen sangre magrebí, africana o de otro rincón del planeta; la Francia blanca y cristiana que defienden los partidos de derecha, frente a la no blanca y musulmana.

En las afueras de París los jóvenes musulmanes aprenden los rigores de una sociedad dividida (Pop H - Flickr)
En las afueras de París los jóvenes musulmanes aprenden los rigores de una sociedad dividida (Pop H - Flickr)

Cerca de cinco millones de musulmanes llaman a Francia su hogar. La mayoría sufre la segregación cotidiana en una sociedad que se resiste a aceptarlos. El 70 por ciento de los presos en esa nación europea son musulmanes, aunque estos representan menos del 10 por ciento de la población. Las autoridades galas han tardado en iniciar programas contra la radicalización en las prisiones. En los suburbios pobres de París y tras las rejas el terreno es fértil para las prédicas del Estado Islámico y otros grupos terroristas.

Los ataques buscar encender el discurso xenofóbico de los partidos de derecha en Francia: Les Républicains del ex presidente Nicolas Sarkozy y el Front National de Marine Le Pen. Un aumento de la islamofobia alimentará el resentimiento entre los jóvenes musulmanes de los suburbios. El triunfo probable de la ultraderecha en las elecciones presidenciales de 2017 exacerbaría la tensión.

La vigilancia imposible

Las autoridades francesas reforzaron las medidas de vigilancia tras la masacre de Charlie Hebdo en enero pasado. Los servicios de seguridad desmantelaron al menos seis ataques organizados por militantes islámicos en meses recientes. Pero detectar todos los planes resulta una tarea irrealizable.

El gobierno francés no podrán mantener el estado de emergencia de manera permanente (REUTERS/Benoit Tessier)
El gobierno francés no podrán mantener el estado de emergencia de manera permanente (REUTERS/Benoit Tessier)

La lista de extremistas bajo control ronda los 1,200 nombres. Al menos 200 regresaron a Francia luego de combatir junto a los yihadistas en Siria. Los servicios de inteligencia galo han reconocido su incapacidad para monitorear los movimientos de cada uno, 24 horas, siete días a la semana.

Las fronteras francesas en Europa suman 2,889 kilómetros (unos 256 kilómetros menos que el límite entre México y Estados Unidos). Ante semejante extensión, ¿cómo impedir la infiltración de armas y terroristas?

El precio del liderazgo

Bajo la administración del socialista François Hollande, el ejército francés ha emulado el papel tradicional de Estados Unidos y el Reino Unido en la guerra contra el terrorismo.

En 2013 Francia intervino militarmente en Mali para combatir a la rama de Al Qaeda en el Magreb (AQIM). Desde entonces ha mantenido una presencia militar en la región del Sahel, donde apoya a Mauritania, Mali, Burkina Fasso, Níger y Chad, en la lucha contra los grupos armados yihadistas.

La aviación gala participa desde septiembre pasado en los bombardeos contra el Ejército Islámico con una docena de aviones, a los que pronto sumará el portaaviones nuclear Charles de Gaulle. La promesa de Hollande de responder “sin piedad” a los atentados del viernes anuncia una mayor presencia de tropas en el Medio Oriente. El Estado Islámico ha ascendido a Francia al puesto de “enemigo número uno”.


Un mensaje de miedo

Los terroristas no atacaron el Palacio del Elíseo –sede del gobierno francés—, otro edificio gubernamental o una base militar. Pretendían masacrar a miles de espectadores en un partido amistoso de fútbol, tirotearon restaurantes en un barrio popular, asaltaron un concierto de rock. En lugar de símbolos del poder, escenarios de la vida cotidiana en París. Porque en esos momentos simples alienta un modo de vida que los extremistas detestan.

El Estado Islámico sabía que los atentados provocarían una intensa cobertura mediática. París es uno de los faros de la vida en Occidente. Y cuando las familias en Nueva York, Toronto, Londres, Sídney u otra ciudad en los países miembros de la coalición vieran las imágenes, sentirían miedo. Porque desde ahora cualquiera de ellos podría morir una espléndida noche de otoño, en la terraza de un café, en una sala de conciertos, en las gradas de un estadio.

París habitaba las vivencias o la imaginación de millones de personas antes del viernes 13 de noviembre. Desde ese día un recuerdo de terror y muerte empañará el esplendor de la ville lumière. O no. Todo dependerá de cómo defendamos esos valores que nos diferencian del fundamentalismo destructor.