¿Hay esclavos en el champú?

Por su bajo costo, el aceite de palma podría remplazar al aceite de soja en el futuro (AFP/Romeo Gacad)
Por su bajo costo, el aceite de palma podría remplazar al aceite de soja en el futuro (AFP/Romeo Gacad)

Probablemente sí, y en otros cosméticos y en una extensa lista de alimentos procesados y hasta en los automóviles que utilizan biodiesel. El trabajo forzado impregna una parte de la producción de aceite de palma, un ingrediente esencial de la vida moderna. En plantaciones de Indonesia y Malasia, dos de los principales cultivadores de la palma africana, miles de inmigrantes laboran en condiciones inhumanas para saciar a una industria multimillonaria.

A la sombra de la riqueza

La producción de aceite de palma genera más de 44.000 millones de dólares anuales (el equivalente al Producto Interno Bruto de Panamá, por ejemplo). Pero ese enorme caudal apenas beneficia a quienes cosechan el fruto.

En Malasia los inmigrantes representan alrededor del 70 por ciento de la mano de obra. Provienen de Indonesia, Filipinas y otros países vecinos. Muchos, engañados por agencias de empleo o seducidos por promesas de trabajo estable y bien pagado, quedan expuestos a la explotación de empresarios inescrupulosos.

Primero los condenan al pago de deudas por los gastos de viaje y otros trámites nebulosos. Luego los fuerzan a comprar lo esencial a precios inflados. Por cualquier motivo les recortan el sueldo o finalmente les pagan una fracción de lo prometido. Las autoridades locales prefieren ignorar el drama, porque la industria aporta millones de dólares a la economía.

La deforestación en Indonesia y Malasia avanza al ritmo de la demanda del aceite de palma (AFP/Chaideer Mahyuddin)
La deforestación en Indonesia y Malasia avanza al ritmo de la demanda del aceite de palma (AFP/Chaideer Mahyuddin)

En Indonesia, desde la década de 1960, el gobierno ha entregado grandes extensiones de tierra a compañías privadas para convertirlas en sembradíos de palma africana. Esas transacciones ignoran la presencia de comunidades indígenas. Los que sobreviven al despojo, terminan laborando en las plantaciones por salarios de miseria. Los usurpadores explotan a los dueños legítimos. Paradoja.

Y junto a sus padres, miles de niños obligados a contribuir con el mantenimiento de las familias. La Oficina de Asuntos Laborales Internacionales de Estados Unidos (ILAB) ha clasificado a Malasia e Indonesia dentro de los países que emplean a menores en la explotación del aceite de palma. Hijos de inmigrantes indocumentados o de pobres cosechadores, ¿a qué futuro pueden aspirar? Ellos integran el ejército de 168 millones de niños que trabajan en la producción de bienes de consumo.

Grandes compañías como Nestlé, Procter & Gamble y Cargill -reunidas en torno a la Mesa sobre Aceite de Palma Sostenible (RSPO)- se han comprometido a no adquirir aceite de palma de zonas donde se violen los derechos humanos. Sin embargo, en la práctica resulta casi imposible verificar el cumplimiento de normas laborales en distantes regiones del sudeste asiático. La complicidad de las autoridades garantiza impunidad a los abusos.

La caza y la destrucción del hábitat de los orangutanes amenaza su supervivencia (AFP/Sutanta Aditya)
La caza y la destrucción del hábitat de los orangutanes amenaza su supervivencia (AFP/Sutanta Aditya)

Salvar a los orangutanes, ¿para qué?

Porque a veces a los humanos nos conmueve más la imagen de un pobre animalillo a punto de extinguirse que la de un congénere al borde la muerte. La expansión de la palma africana está destruyendo las selvas de Indonesia y Malasia a un ritmo frenético. Y con los árboles originales desaparecen los orangutanes.

Hace un siglo en el planeta habitaban unos 230.000 ejemplares de este simio. Si la deforestación actual se mantiene, en 25 años no quedará ninguno.

Pero si solo se tratara de la conservación de una especie –con tantas que han desaparecido en las últimas décadas—entonces podríamos entender la indiferencia. Entender, mas no aprobar. El problema es que la destrucción de la selva tropical también incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero y, en consecuencia, acelera el calentamiento global.

Las plantaciones de palma africana han transformado el paisaje en Indonesia y Malasia (glennhurowitz - Flickr)
Las plantaciones de palma africana han transformado el paisaje en Indonesia y Malasia (glennhurowitz - Flickr)

¿Qué mensaje sería más convincente? La demanda creciente de aceite de palma agudiza las violaciones de derechos humanos en los países productores; o el auge del monocultivo de palma africana contribuye al calentamiento global; o, simplemente, el consumo de aceite de palma puede relacionarse con la extinción de los orangutanes.

Hoy parece improbable que por cualquier razón –humanitaria o ambientalista—la industria renuncie a las ventajas del aceite de palma. Su bajo costo y cualidades químicas lo han convertido en un ingrediente imprescindible. Y aunque algunas importantes compañías como Ferrero –Nutella—han apostado por la producción sostenible, la explotación en las plantaciones apenas reproduce un fenómeno habitual en otros sectores.

El ciudadano común no se entera. No lee los ingredientes. No se hace preguntas sobre el origen del producto. Solo elige, paga, consume y calla.