¿Es posible la felicidad sin hijos?

Las parejas sin hijos son cada vez más frecuentes en Europa y Norteamérica.
Las parejas sin hijos son cada vez más frecuentes en Europa y Norteamérica.

Han decidido no tener hijos, aunque la biología y la economía lo permitan. Millones de hombres y mujeres en el mundo engrosan las filas de las parejas sin descendencia, una opción que suele enfrentar desde la incomprensión hasta el más abierto rechazo. ¿Por qué esta voluntaria renuncia a la procreación provoca tanta alarma? ¿Acaso las sociedades temen que se derrumbe el tradicional modelo de familia feliz?

¿Una decisión egoísta?

En Estados Unidos las llaman Dual Income No Kids (DINK). Pero la tendencia desborda las fronteras de estadounidenses, para extenderse a Canadá, México, Brasil, Argentina y del otro lado del Atlántico a varios países de la Unión Europea.

Según el Censo de 2011, los hogares canadienses de parejas sin hijos representan el 29,5 por ciento, mientras las uniones con descendencia han caído a 26,5 por ciento. Los matrimonios estadounidenses sin hijos superan desde hace más de dos décadas a los que han concebido. En América Latina las cifras aún distan de esos números, sin embargo en México la proporción ha aumentado en los últimos años hasta alrededor del 10 por ciento.

Los medios han difundido una imagen hedonista de las parejas sin descendencia.
Los medios han difundido una imagen hedonista de las parejas sin descendencia.

Los medios han forjado una extravagante imagen de las DINK: jóvenes entregados a los placeres sensuales –gastronomía, viajes, entrenamiento físico, vida nocturna—ajenos a las preocupaciones que agobian a las familias “normales”. De acuerdo con esta versión, esta existencia se sustenta en un esencial egoísmo. Los más críticos acusan a las DINK de acelerar la debacle demográfica de Occidente. En pocas palabras: el fin de la civilización.

Otros prefieren un tono de lástima, en particular hacia las mujeres cuya realización estaría incompleta sin la maternidad. En esa línea, a las que eligen no ser madres les presagian una vejez infeliz porque no disfrutarán de la dicha de ser abuelas, ni tendrán quien se ocupe de ellas cuando pierdan la autonomía.

Del otro lado, hombres y mujeres sin hijos por elección personal defienden el derecho a dedicarse a sus carreras profesionales, evitar los inconvenientes económicos de la maternidad/paternidad o simplemente renunciar a algo que no constituye una obligación. Algunos señalan, además, el sombrío futuro que se vislumbra en sociedades donde crece la desigualdad, en un planeta corroído por el cambio climático, las crisis sociales y la incertidumbre económica. ¿No es una irresponsabilidad engendrar nuevas criaturas en esas condiciones?

El mito de la familia feliz olvida las tensiones normales ocasionadas por la crianza de los hijos.
El mito de la familia feliz olvida las tensiones normales ocasionadas por la crianza de los hijos.

Teoría de la felicidad relativa

En la carrera por la felicidad, los números parecen respaldar a las DINK. En enero de 2014 un estudio publicado en el Reino Unido levantó polvareda en los medios: las parejas sin hijos, casadas o no, eran más felices en su relación que sus pares con descendencia. La encuesta de la Open University solo confirmó lo que investigaciones anteriores habían adelantado.

Diez años atrás el economista Daniel Kahneman hizo público un sondeo entre mujeres de Texas, que contradecía la imagen de la madre realizada con los quehaceres de la maternidad. El cuidado de los pequeños apenas llegó en el lugar 16 de 19 actividades, organizadas según la satisfacción que proporcionaban. Estudios posteriores han coincidido en un resultado: si bien no puede afirmarse rotundamente que los hijos generen infelicidad, tampoco añaden mayor dicha a padres y madres.

Los niños, sobre todo en las edades más tempranas, incrementan el estrés de sus progenitores. Mantener económicamente y educar a un individuo dependiente no es tarea sencilla. Los jóvenes padres, hasta ayer libres para disfrutar de la vida social, pierden autonomía y sus contactos con el mundo exterior se difuminan, más allá de los familiares y amigos cercanos.

El resultado de la ecuación de la felicidad varía también según factores como el estatus económico, la edad, el apoyo social a la procreación y hasta el carácter de los pequeños. Imposible predecir qué sucederá después del nacimiento. El relato común de la felicidad familiar también se repite, como una leyenda urbana, porque muy pocos tiene el valor de reconocer públicamente el lado oscuro de ese “gran momento”: ser padres.

El ascenso de las DINK alcanzará su techo previsiblemente en las próximas décadas. Aunque el inocente atractivo de la paternidad se desvanezca, al menos en las sociedades más desarrolladas, siempre habrá millones de jóvenes parejas deseosas de procrear. No será esta nueva faceta de la libertad individual la que ponga en peligro a la especie humana.