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Tras las rejas en el fin del mundo

Tierra del Fuego, Ushuaia —la única ciudad argentina emplazada del otro lado de los Andes— es una pintoresca localidad entre el canal Beagle y la cordillera nevada Martial, con calles empinadas y una urbanización que se expande desordenada en la medida que su accidentada geografía lo permite. Pero esta ciudad, la más cercana al continente blanco, ha sabido sacarle el máximo partido a su lema de "fin del mundo, principio de todo", convirtiéndose en un atractivo destino para los amantes de la historia. Porque un siglo atrás, cuando en Ushuaia apenas había 40 casas, aspiraba a ser una colonia penal.

Por su aislamiento geográfico y las duras condiciones climáticas que reforzaban la seguridad, el presidio militar que hasta el momento había funcionado en la Isla de los Estados, fue trasladado a la ciudad trasandina en 1902 para encarcelar a criminales de alta peligrosidad y presos políticos. En 1911 se fusionó con la Cárcel de Reincidentes, que albergaba a delincuentes comunes desde 1896. Una década después, la prisión del fin del mundo ya tenía 5 pabellones de dos niveles, cada uno con 76 calabozos personales (380 en total).

Los pabellones convergen en una sala central, y sus extremos exteriores rematan con otro edificio en forma de "T" que, según la ubicación y la circunstancia, cumplió diferentes funciones: baños, biblioteca, duchas y enfermería. Como sus calabozos eran personales, cuando la población del penal excedía su capacidad se improvisaban celdas comunes en esos espacios. La cárcel llegó a alojar a 600 reclusos.

Quizás buscando su propia redención en la soledad del fin del mundo y a pesar de que no todos eran ciudadanos de Ushuaia, el trabajo de los cautivos fue parte integral en la vida cotidiana del otro lado de los muros. Dentro de la prisión se realizaban unos 30 oficios, entre ellos carpintería, ebanistería, sastrería, zapatería, panadería, herrería, mecánica, y se ofrecían servicios de telefonía, imprenta, bomberos y electricidad; de manera que prisioneros y ciudadanos dependían uno del otro. Además, muchos de los proyectos de obras públicas y viviendas fueron construidos por los presos. Para facilitar su transportación y también para la explotación de los bosques, se habilitó un tren conocido como "el tren del fin del mundo" (dejó de funcionar en 1952), con una extensión de 25 kilómetros. En 1947 los marinos remplazaron a los presos cuando la cárcel fue transferida a este Ministerio, y en 1950 se instaló la Base Naval.

Cuatro décadas más tarde la Asociación Civil Museo Marítimo local propuso a las autoridades que la armada abandonara el predio para inaugurar dos museos: el Museo Marítimo, una colección de maquetas y modelos navales, que recrea la historia de Tierra del Fuego, y el Museo del Presidio, con historias, mitos y artefactos de los presos célebres por su liderazgo político, como el anarquista ucraniano Simon Radowitzky, o por su peligrosidad, como Mateo Banks, quien mató a toda su familia para cobrar por adelantado su herencia, o el asesino en serie Cayetano Santos Godino, conocido como "El Petiso Orejudo", que se divertía ahorcando a menores de edad y luego yendo a su velorio.

Restaurada y declarada Monumento Histórico en 1997, la cárcel también alberga el Museo Antártico, Dr. José María Sobral (en homenaje al primer marino y científico argentino que invernó en el continente austral) con utensilios usados por las primeras expediciones polares, historia de la actividad ballenera, fotografías, una colección de fósiles, y maquetas de las naves de la Armada y los aviones que participaron en la exploración y el Museo de Arte Marino, una muestra de artistas que trabajan la temática del agua y la pesca, el puerto y las embarcaciones.

Muchas leyendas siguen alimentando mitos de la sombría cárcel del fin del mundo, como la fuga de Radowitzky o el supuesto encierro de Carlos Gardel. Lo cierto es que un siglo después, el extinto proyecto de colonia penal sigue cambiando dolor y castigo por cultura, entretenimiento y creación: además de las galerías de arte hay una biblioteca y hemeroteca, un auditorio y hasta un restaurante, donde los camareros se visten con uniformes a rayas como los reos.

Fotografías: RAYANDBEE, aloys_dharambure, renata miyagusku, suzienewshoes, fylin y Lionel Fernández Roca.