Reinas, reyes, príncipes y princesas, ¿un anacronismo justificado?

El rey Felipe VI durante su visita a México, donde España tiene importantes inversiones (Cortesía/Presidencia/JMA)
El rey Felipe VI durante su visita a México, donde España tiene importantes inversiones (Cortesía/Presidencia/JMA)

En América Latina guardamos una remota memoria de la realeza. La última en regir territorios en el continente fue María-Cristina de Habsburgo-Lorena, reina regente de España cuando en 1898 perdió las dos últimas colonias hispanoamericanas: Cuba y Puerto Rico. Pero en Europa, Asia y África las monarquías han sobrevivido al paso de la modernidad.

Acostumbrados a vivir en repúblicas –y resignados a sus numerosas imperfecciones—los latinoamericanos podríamos preguntarnos por qué en el resto del planeta las casas reales gozan aún de cierta popularidad. ¿Acaso los seduce el glamur de las cortes? ¿Admiran a los nobles como personificaciones de cuentos de hadas? ¿O los respaldan porque encarnan la identidad de una nación y garantizan la estabilidad política?

Pilares en tiempos de crisis

La mayoría de los españoles de las jóvenes generaciones no simpatizaban con Juan Carlos. La publicación de sus excesos, en particular un lujoso safari en África mientras sus súbditos padecían los efectos de la crisis económica en 2014, borraron prácticamente más de 30 años de popularidad. Sin embargo, el monarca desempeñó un papel fundamental en la transición del franquismo hacia la democracia. Su influencia trascendió las fronteras ibéricas y ganó respeto como estadista internacional.

La realeza despierta un fervor inextinguible entre los británicos (EFE/Andy Rain)
La realeza despierta un fervor inextinguible entre los británicos (EFE/Andy Rain)

Menos conocido entre los latinoamericanos, el rey Alberto II de Bélgica contribuyó decisivamente a terminar el impasse que mantuvo a ese país europeo sin gobierno durante 541 días. Entre abril de 2010 y diciembre de 2011, las diferencias entre valones y flamencos, expresadas por los partidos políticos belgas, impidieron la designación de un nuevo primer ministro. El soberano se opuso a la renuncia del 'formateur' Elio di Rupo, líder del partido socialista, quien finalmente juró como premier.

Jorge VI, monarca del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, mantuvo su residencia en el Palacio de Buckinhgam, a pesar de los bombardeos nazis. El rey visitó en varias ocasiones a las tropas británicas en Francia, el Norte de África y los Países Bajos. Cuando el régimen de Adolfo Hitler cayó en mayo de 1945, los ingleses se reunieron frente al palacio real en Londres para aclamar al hombre que, junto a Winston Churchill, había liderado el país hacia la victoria.

Atracciones turísticas y embajadores

Pero en tiempos de turbulencias económicas muchos en Europa se preguntan, ¿es rentable mantener a las monarquías? Frente a las imágenes de la prensa sensacionalista, que exhibe los lujos de la realeza, la respuesta fácil sería no. Los republicanos cuestionan el deber de los contribuyentes de sostener a las familias reales, cuyos privilegios no emanan de una elección democrática.

Sin hundirnos en el complejo debate entre monárquicos y republicanos, valdría la pena al menos considerar la “utilidad” económica de algunas monarquías europeas.

Harald V de Noruega, con un índice de aprobación por encima del 90 por ciento, es el rey más popular de Europa (Sámediggi Sametinget - Wikimedia Commons)
Harald V de Noruega, con un índice de aprobación por encima del 90 por ciento, es el rey más popular de Europa (Sámediggi Sametinget - Wikimedia Commons)

De acuerdo con el Palacio de Buckingham, mantener a la reina Isabel II y sus nobles parientes cuesta a los británicos alrededor de 33 millones de libras esterlinas anuales (51 millones de dólares), esto es, en torno a 50 peniques por ciudadano. La minoría republicana en el Reino Unido califica de incompleta esa cifra, la cual eleva a 200 millones de libras. No obstante, según datos de la Autoridad Turística Británica, la familia real genera ingresos por cerca de 500 millones de libras, fruto de la afluencia de visitantes a los sitios históricos vinculados a la monarquía.

¿Quién gana en esta batalla de números? Los índices de aprobación de la Reina Isabel II y sus futuros sucesores superan a los de cualquier político británico. ¿La república de Gran Bretaña? No, thanks! (parecen decir los súbditos).

Los reyes y reinas realizan también importantes labores diplomáticas. En sus viajes por el mundo y recepciones en casa abogan por los intereses económicos de sus países y median en negociaciones políticas. Un ejemplo concreto: la identificación directa del rey con la llamada Marca España, la estrategia de Madrid para mejorar la imagen de esa nación europea en el exterior y, en consecuencia, impulsar los lazos económicos allende los mares.

¿Nostalgia por la monarquía? En América no faltan los presidentes que desean eternizarse en el poder y traspasar el mando al margen de la democracia… Al menos los monarcas europeos deben respetar la Constitución.