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Por qué parece que hay cada vez más conflictos

Un grupo de Iraquíes inspecciona los daños causados tras la explosión de un coche bomba en Kirkuk, al norte de Irak, en un atentado contra una comisaría de policía. EFE/Archivo
Un grupo de Iraquíes inspecciona los daños causados tras la explosión de un coche bomba en Kirkuk, al norte de Irak, en un atentado contra una comisaría de policía. EFE/Archivo

En julio se ha juntado todo. Hay al menos tres grandes crisis en marcha: Gaza, Ucrania e Irak. La semana pasada se aplazaron las negociaciones nucleares con Irán. El presidente sirio, Bashar al Asad, juró el cargo para siete años más mientras su país sigue en la guerra más salvaje y enquistada de la década. China quiere controlar mejor su mar del Sur y no se encoge al usar la violencia. Afganistán no acaba de escoger nuevo presidente. Nigeria vive pendiente de una banda terrorista. Cada vez más niños solos emigran por la violencia de Centroamérica a Estados Unidos.

Esta semana, a propósito de Gaza, me preguntaron en una charla en la Universitat Internacional de la Pau quién puede hacer algo desde fuera para detener ese conflicto. La respuesta es “nadie”. Puede "intentarse" hacer algo, pero en relaciones exteriores no hay policía ni ley.

Cada país puede hacer unilateralmente lo que quiera: ir a la guerra como Israel, invadir sin que se note como Rusia, sancionar como Estados Unidos o solo dialogar como la Unión Europea. Pero nadie es capaz de poner un orden exterior si no es por la fuerza -sanciones también son fuerza- o si todos están de acuerdo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que no pasa casi nunca.

A falta de un candidato claro a policía del mundo, en una pregunta así siempre queda recurrir al país más poderoso y su hoy presidente: Barack Obama. A menudo sale como responsable de acontecimientos que puede controlar poco. Hace unos días le nombraron por ejemplo “Primer asesino de niños”:

Como se ve en la imagen, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, también ganó un certificado de muertes.

Estados Unidos se mueve por intereses, como los demás. Si sus intereses están en juego en una crisis, intentará hacer algo. Si no, no. A menudo los intereses son difíciles de definir y, sobre todo, de conseguir. El New York Times lleva hoy una noticia de las crisis que tiene Obama encima de la mesa. En este párrafo describen bien cómo es de difícil que Estados Unidos logre lo que quiere en cada caso:

Las contracorrientes pueden marear. Mientras Obama presiona a Rusia para que deje de fomentar una guerra civil virtual en Ucrania, intenta colaborar con Moscú en una campaña diplomática para forzar a Irán a reducir su programa nuclear. Mientras presiona a Irán por su programa nuclear, se ve en el mismo bando que Teherán para enfrentarse a una creciente insurgencia suní en Irak. Mientras envía fuerzas especiales para ayudar a eliminar esos insurgentes iraquíes, intenta ayudar a sus hipotéticos aliados contra el gobierno de Siria en el país vecino.

Además, claro, está Gaza, donde según el New York Times, Obama “parece estar perdiendo la paciencia”. El martes su secretario de Estado, John Kerry, estuvo en Egipto para negociar con su ministro de Exteriores y ver al nuevo presidente, Abdul Fatah al Sisi.

Después de un año de coquetear con eliminar la ayuda norteamericana al ejército egipcio tras el golpe de Estado, Kerry tuvo que decir esta frase en su discurso en el Ministerio de Exteriores: "Quiero agradecer [a los egipcios] el trabajo duro en su transición a una democracia”.

Por si fuera poco, a todo un secretario de Estado le hicieron pasar por un detector de metales antes de sentarse con Sisi:

Así de locas y difíciles de gestionar son las relaciones exteriores. Por eso dan para tantas teorías conspirativas y a menudo son difíciles de seguir y entender.

*

Ahora, además, también parece que ocurran más líos. O al menos más inestabilidad. Puede tener una explicación. En Foreign Affairs debaten este mes sobre “la vuelta de la geopolítica”. Walter Russell Mead, catedrático de Relaciones Exteriores en el Bard College, cree que Occidente se confió después de la Guerra Fría y confundieron quién había perdido: “Percibieron mal lo que significaba el derrumbe de la Unión Soviética: el triunfo ideológico de la democracia liberal capitalista sobre el comunismo, no la obsolescencia del poder duro”.

La derrota del comunismo no evita que los países que perdieron puedan volver a la carga con otras ideologías. Rusia y China son hoy grandes ejemplos. Pero hay también democracias -Brasil, Turquía, Sudáfrica- cuyos intereses son ambiguos respecto a Estados Unidos. La victoria fue puntual.

Occidente -sobre todo Europa- creyó que con el fin del gran enemigo soviético y el inicio de la exitosa Unión Europea, los conflictos iban a ser menores, puntuales y manejables. Pero no. Mead explica mejor qué quiere decir aquí:

[Tanto Estados Unidos como Europa] preferirían que cuestiones de territorio y poder militar quedarán atrás y poder centrarse en orden mundial y gobernanza global: liberalización del comercio, no proliferación nuclear, derechos humanos, imperio de la ley, cambio climático, y demás. De hecho, desde el fin de la Guerra Fría, el objetivo más importante de la política exterior de Estados Unidos y la Unión Europea ha sido alejar las relaciones internacionales de asuntos de suma cero [donde solo gana uno o ninguno] hacia temas donde todos ganan algo. Ser arrastrados de nuevo a conflictos de la vieja escuela como el de Ucrania no solo desvía tiempo y energía de esas cuestiones importantes, también cambia el carácter de la política internacional. Si la atmósfera se vuelve más oscura, la tarea de promover y mantener el orden mundial se hace más compleja.

La atmósfera se ha vuelto más oscura. En la Guerra Fría los bandos estaban más claros: con Estados Unidos, con la URSS o en una difícil tierra de nadie. Ahora, aparte de Estados Unidos, los referentes son más difusos. Las combinaciones son más débiles, como demuestra el párrafo de arriba del New York Times o los acuerdos de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica).

Los críticos con la política exterior de Obama lamentan que su aparente debilidad ha traído estos problemas. Pero la cantidad y volumen de los retos no permite pensar que el próximo presidente -sea republicano o no- vaya a poder lidiar con todo como si fuera un jefe que ordena a sus empleados.

El mundo es menos violento que hace unas décadas. La extensión de la democracia es quizá la mayor responsable. Pero eso no impide que muchos crean aún que el poder duro sigue siendo útil. Ahora los ejemplos se suceden.

Estados Unidos está preparado para este mundo. Obama prefiere la diplomacia, pero si quiere tiene a su disposición los mejores misiles, drones y comandos. Europa está a otra cosa. Es verdad que Putin se asustaría si el poder económico europeo se uniera y atreviera a sancionarle con fuerza. Pero si no funciona, Europa tiene pocos recursos más. Quizá es mejor que sea así. Pero sería mejor no tener que comprobarlo.


Publicado originalmente por World Wide Blog