Menos horas de trabajo, más estrés

El estrés ataca sobre todo a profesionales que reciben altos ingresos.
El estrés ataca sobre todo a profesionales que reciben altos ingresos.

Hace casi un siglo algunos economistas avizoraban un futuro donde la prosperidad económica nos permitiría trabajar menos horas y dedicarnos a los placeres de la vida. Aunque en los países avanzados la jornada laboral se ha reducido en general para todos, el estrés ha convertido en pesadilla aquella utopía de una existencia ociosa. En Estados Unidos ese agobio cotidiano ataca con particular saña a los más ricos y a las madres solteras.

Las estadísticas confirman la reducción del tiempo de trabajo fuera del hogar: en 1950 los estadounidenses ocupaban como promedio 1.909 horas en sus empleos cada año, mientras en 2012 ese número alcanzaba las 1.708 horas. Una tendencia similar, pero más acentuada, se ha manifestado en países de Europa. Los alemanes, por ejemplo, han reducido sus jornadas laborales en 41 por ciento y los holandeses cerca de 40 por ciento.

Trabajo y placer, todo mezclado

En un artículo publicado por The Atlantic, el periodista Derek Thompson presenta varias hipótesis que podrían explicar la paradójica relación entre jornadas de trabajo más cortas y el aumento del estrés. Una de ellas, la fluidez entre el trabajo y el ocio, resultará seguramente familiar a no pocos lectores.

Según Thompson, la vieja idea de que el trabajo concluye cuando abandonamos la oficina ha perdido validez en esta época de hiperconectividad. El acceso a fuentes de entretenimiento en los ordenadores que usamos para trabajar y la posibilidad de responder a demandas profesionales desde dispositivos móviles en casa ha difuminado las fronteras de nuestro tiempo. ¿Cuántas veces un mensaje de texto o un correo electrónico “urgentes” nos han privado del sueño, la diversión o simplemente de la compañía familiar?

Con los teléfonos inteligentes y otros dispositivos, es difícil no llevarse la oficina a casa.
Con los teléfonos inteligentes y otros dispositivos, es difícil no llevarse la oficina a casa.

"Mezclar el trabajo y el ocio genera una eterna expectativa que hace difícil a los empleados de cuello blanco escapar de la sombra de las responsabilidades laborales", señala el experto en temas de economía, mercado laboral e industria del entretenimiento.

Esos ricos, pobres de tiempo

Quienes han acumulado bienes y capital pueden sumergirse sin remordimientos en una vida de placeres: torneos de golf, paseos en yate, viajes a exóticos destinos, festines… Esa imagen, anclada en el sentido común de los grupos de menores ingresos, parece lejos de la realidad, al menos para los representantes de la clase alta que aún trabajan.

De acuerdo con la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de Estados Unidos (NBER), desde la década de 1970 el porciento de hombres que permanece 50 horas o más en la oficina ha crecido hasta alcanzar el 18,5 por ciento en 2001. Ese cambio se ha producido sobre todo entre aquellos con alto nivel educacional, elevados salarios y más edad.

¿Por qué estos profesionales privilegiados con salarios astronómicos se esfuerzan tanto? Una investigación de Peter Kuhn y Fernando Lozano, especialistas del NBER, apunta a los llamados incentivos adicionales: bonificaciones salariales, promociones, perfeccionamiento de competencias profesionales, ampliación de las redes de contacto y perspectivas de conservar el empleo en tiempos de crisis.

La reportera de The Washington Post, Brigid Schulte, ha propuesto otras hipótesis en su reciente libro “Overwhelmed: Work, Love, and Play When No One Has the Time”. Una de ellas señala cómo “estar ocupado” se ha convertido en un símbolo de estatus social. Esta idea ha desatado una competencia en la que una agenda desbordada –en realidad o en apariencia—representa el medio indispensable para obtener una reputación de persona importante.

Los grupos en la cima de la riqueza, que veneran el famoso adagio “el tiempo es dinero”, participan en este concurso como nadie. En consecuencia, para muchos de ellos la confortable situación económica no se traduce necesariamente en una vida menos estresante.

Paradójicamente, según las estadísticas, los hombres de bajos ingresos superan a sus vecinos ricos en cuanto al tiempo de ocio. Como ilustra la periodista Elizabeth Kolbert en The New Yorker, el humilde cajero de un supermercado puede tomarse una tarde libre para asistir al partido de béisbol de su hijo y sacrificar unos 40 dólares. Por el contrario, el manager de un fondo de inversiones se arriesga a perder millones si abandona su oficina a mitad de jornada.

En general las mujeres no han disfrutado del descenso de la jornada laboral en el último siglo.
En general las mujeres no han disfrutado del descenso de la jornada laboral en el último siglo.

Madres desbordadas

La revolución en los aparatos electrodomésticos ha ayudado sin dudas a las mujeres a reducir el tiempo que dedican al cuidado de los hijos y el mantenimiento del hogar. Pero las estadounidenses aún cargan con el mayor peso del trabajo doméstico: 248 minutos diarios, frente a 141 minutos los hombres, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

La peor parte la llevan las madres solteras. Uno de cada cuatro hogares en Estados Unidos es sostenido por una mujer sin pareja, que recibe ingresos como promedio de solo 23.000 dólares anuales. Las norteamericanas trabajan en general más horas que sus similares de otros países desarrollados y disfrutan de menos apoyo gubernamental para criar a sus hijos. Para ellas la utopía de aquellos economistas del siglo XX continúa muy lejos, detrás de un inalcanzable horizonte.