Los ricos que quieren pagar más impuestos

Austria es una pequeña nación armoniosa, vista como un remanso de paz social, describe Libération.
Austria es una pequeña nación armoniosa, vista como un remanso de paz social, describe Libération.

Austria, un país de apenas 8,5 millones de habitantes en el centro de Europa, del cual poco nos hablan las noticias de este lado del Atlántico. Hasta que a un grupo de millonarios se les ocurre la idea de proponer nuevos impuestos porque… ¡son demasiado ricos! O más bien, por un deber cívico hacia la nación donde han hecho fortuna. ¿Locura o sentido común?

Al menos una rareza en este mundo devastado por la codicia de algunos –recordemos por un minuto la pasada crisis financiera, cuyas consecuencias aún sentimos en Norteamérica y la Unión Europea. El gesto de los adinerados austríacos, que podría considerarse un excentricismo, no surge, sin embargo, en el desierto. La discusión sobre la desigualdad social salpica al Viejo Continente y a Estados Unidos. El principal problema, hasta ahora, es que nadie sabe exactamente cómo reequilibrar la balanza.

Pragmatismo frente a la desigualdad

“No quiero ser rico en una sociedad que no puede invertir en un sistema de educación justo”, ha dicho Christian Köck, dueño de la compañía HCC Health Care Company GmbH. Para este empresario austríaco el impuesto sobre la riqueza “no es solo una cuestión moral, sino también de pragmatismo”. Como ha señalado el diario francés Libération, Köck sabe que reclutar empleados mal formados perjudica los negocios a largo plazo.

Miembros del movimiento 'Occupy Wall Steet' protestan en las calles de Nueva York el 17 de septiembre de 2013 (AFP Photo | Emmanuel Dunand)
Miembros del movimiento 'Occupy Wall Steet' protestan en las calles de Nueva York el 17 de septiembre de 2013 (AFP Photo | Emmanuel Dunand)

Luego de las fabulosas ganancias del último año, quizás otros acaudalados austríacos hayan comprendido que compartir una fracción de su fortuna no constituye un acto caritativo, sino una inversión en el futuro del país donde han prosperado. Entre 2012 y 2013 unos 4.600 austríacos se subieron al vagón de quienes poseen bienes y capital equivalentes a un millón de euros o más. Según Libération, la cifra de millonarios ronda los 82.300, con un promedio de activos financieros de 3,19 millones de euros.

Austria también ha caído en el pozo de la inequidad social que se ha profundizado en las últimas décadas en Norteamérica y Europa. Allí el 10 por ciento de la población atesora el 70 por ciento de la riqueza. Viena no exige impuestos sobre las herencias, las sucesiones o las donaciones, mientras los gravámenes sobre la propiedad son mínimos. En cambio, el costo de la mano de obra es uno de los más elevados de Europa.

A pesar de esta desigualdad, los austríacos no han ocupado los titulares con protestas al estilo Occupy Wall Street. “La redistribución de la riqueza marcha muy bien y las clases medias siempre han obtenido su parte”, asegura Libération. No obstante, el Partido Socialdemócrata en el poder aspira a ejecutar una reforma fiscal, que permita reducir los impuestos sobre los salarios gracias a la generosidad de los más ricos. El citado reclamo de un grupo de millonarios ha dado alas al canciller Werner Faymann, que enfrenta en este tema la oposición de sus aliados conservadores.

El canciller federal Werner Faymann espera aprobar un impuesto sobre la riqueza (AFP | Alexander Klein)
El canciller federal Werner Faymann espera aprobar un impuesto sobre la riqueza (AFP | Alexander Klein)

Impuesto sobre la riqueza, ¿solución o problema?

El tema trasciende la política local de un discreto país europeo. En el Reino Unido y Alemania la posibilidad de establecer un gravamen sobre las propiedades inmobiliarias y la riqueza en general, respectivamente, salpican la agenda política. Pero el principal obstáculo en el camino hacia estas medidas que recuerdan la divisa de Robin Hood –quitar a los ricos y dar a los pobres—es el cómo.

Ningún país de la Unión Europea, salvo Francia, mantiene un impuesto sobre la riqueza. Entre la década de 1990 y el inicio de este siglo Austria, Dinamarca, Alemania, Finlandia, Islandia, Luxemburgo, Países Bajos y Suecia abolieron esa medida tributaria con el objetivo de incrementar los ingresos del Estado. ¿Paradójico?

Los detractores de cargar el patrimonio personal afirman que penalizar de esa manera la prosperidad individual ahuyenta a los contribuyentes de altos ingresos. En consecuencia, las clases medias terminan pagando por el déficit de recaudación. Por otra parte, el cálculo de la fortuna imponible requiere el despliegue de una maquinaria burocrática cuyo costo, aseguran, sobrepasa los beneficios de este impuesto.

Ni siquiera el último best seller sobre la economía, “El Capital en el siglo XXI”, del catedrático francés Thomas Piketty, ofrece una respuesta definitiva al dilema de cómo reducir la brecha entre ricos y pobres. Su idea de establecer un impuesto global sobre la riqueza, ha reconocido en declaraciones a la prensa, es utópica, aunque realizable si se adapta a las realidades de cada país.

Entonces, ¿qué hacer para borrar una parte de la inequidad que corroe al capitalismo? ¿Esperar que los millonarios decidan imitar el gesto sensato de sus colegas austríacos?