Los disputados huesos de Cristóbal Colón

Al turista que entra en la catedral de Santo Domingo (República Dominicana), conocida también como la Catedral Primada de América, le muestran el sepulcro donde se afirma que descansan aún los restos de Cristóbal Colón, el navegante que descubrió para España los primeros territorios americanos. Sin embargo, en la Catedral de Sevilla hay un túmulo impresionante en el que cuatro caballeros —que representan los reinos de Castilla, León, Aragón y Navarra— llevan en hombros el féretro del ilustre marino. Para los españoles no hay sombra de duda de que es allí, en Sevilla, donde descansan los restos de Colón. ¿Quién dice la verdad?

Desde que falleciera en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, el Almirante ha tenido más sepulturas que cualquier otro de los grandes personajes históricos. Primero, lo enterraron en la propia ciudad donde murió, tal vez con la intención, ya entonces, de llevarlo más tarde a Sevilla, donde había empezado la aventura —al embarcarse en el Guadalquivir rumbo a Palos de la Frontera— que habría de cambiar la geografía y la historia. Y a la Cartuja de Sevilla trasladaron sus restos tres años después, en 1509.

Esta segunda sepultura se hacía en contra de su voluntad, ya que en su testamento quedaba expreso su deseo de ser sepultado en las nuevas tierras por él descubiertas. Aunque mucho había sufrido en ellas: naufragio, hambre, rebeliones y arresto, debió sentir un cariñoso apego por esas islas paradisíacas, las Indias de su imaginación, a las que viajaría cuatro veces para ampliar los dominios de la Corona española en torno a la cuenca del Caribe.

No sería, sin embargo, hasta 1544 en que este deseo suyo se vio cumplido, cuando su nuera, María de Rojas y Toledo, ya para entonces viuda del hijo del Descubridor, Diego Colón, exhumó los restos de ambos y partió con ellos hacia Santo Domingo, en cuya catedral habrían de reposar por más de un cuarto de milenio.

Pero los españoles creían que los restos de Cristóbal Colón eran parte de su patrimonio nacional. Por eso cuando en 1795 Francia entra en posesión de La Española, las autoridades coloniales exhuman los restos de Colón y se los llevan a La Habana, en cuya catedral vuelven a sepultarlos en un nicho cavado en el muro y cubierto con una lápida modesta, a la espera de erigirle un monumento funerario a la altura de su importancia histórica, que nunca se llegó a construir.

Así pasó otro siglo. En 1898, España pierde los últimos reductos de su imperio colonial en América y los restos de Colón se van de Cuba junto con las tropas españolas. La exhumación, que se hizo en presencia del gobernador Ramón Blanco, reveló que de los restos de Colón quedaban unos pocos huesos sobre un puñado de tierra en el fondo del cajón de plomo. De ahí parte la primera sospecha de que había habido un error en el traslado a La Habana y que el Almirante, después de todo, continuaba en Santo Domingo.

El 20 de enero de 1899, el pueblo de Sevilla recibió con alborozo al navío Giralda que traía de regreso, luego de 355 años de ausencia, los despojos del Descubridor, que fueron enterrados, con gran pompa, en una tumba provisional en la catedral hasta su traslado, en 1902, al mausoleo definitivo donde hoy reposan.

No obstante, los dominicanos aún sostienen que los auténticos restos de Colón siguen estando en Santo Domingo, y basan esta afirmación en un ataúd de plomo, hallado en esa catedral en 1877, con esta inscripción: “Varón ilustre y distinguido, don Cristóbal Colón”. Estos presuntos restos fueron exhumados, una vez más, y enterrados de nuevo en el gigantesco faro a Colón, erigido en Santo Domingo en ocasión del V centenario del descubrimiento.

Los españoles, queriendo despejar estas dudas de una vez y por todas, volvieron a exhumar los restos de la catedral de Sevilla en 2003 para someterlos a un minucioso examen de ADN, el cual sirvió para corroborar la autenticidad: en comparación con los restos de Diego Colón (no el hijo, sino el hermano del Almirante), se afirmaba la existencia de una madre común.

Pero la duda persiste, precisamente por la pobreza de estos restos: unos huesecillos que apenas pesan 200 gramos. ¿En solo 500 años puede haberse reducido a tan poco el esqueleto de un hombre? Tal vez sucede que tanto los españoles como los dominicanos están en lo cierto, y que los restos de Cristóbal Colón se encuentran repartidos a ambos lados del océano que el navegó para extender la civilización de Occidente.