Las excéntricas matanzas de la nobleza

Por extrañas razones, no siempre relacionadas con la historia o sustentadas por la razón, la realeza sigue despertando el entusiasmo de millones de personas. Incluso en países donde la democracia ha reinado durante décadas, muchos súbditos aún rinden culto a sus majestades y les perdonan ciertos pecados que a otros políticos costarían el puesto.

Si bien las actuales monarquías se han modernizado, mantienen algunas viejas costumbres que hoy provocan rechazo dentro y fuera de sus reales posesiones. Una de ellas, la caza de animales salvajes, ha causado esporádicos escándalos particularmente en dos países europeos: el Reino Unido y España. Pero las nobles familias de estas naciones no deben sentirse solas en su empeño por conservar la tradición. En los reinos petroleros del Medio Oriente los príncipes también disfrutan el arte de matar aves indefensas.

El raro ecologismo de sangre azul

Cuando el rey Juan Carlos I de España cayó en su safari a Botsuana en abril de 2012, todavía ostentaba el cargo de presidente honorífico de la representación española del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). En su juventud el monarca había apoyado la creación de las primeras zonas protegidas en la península ibérica, pero al parecer esas experiencias de imberbe ecologista se habían borrado de su memoria septuagenaria.

El sangriento tour de Juan Carlos coincidió entonces con lo peor de la crisis financiera en España, que dejó a millones de personas sin empleo ni certezas sobre el futuro. Abrumado por esa situación, el soberano partió al país africano a cazar elefantes y búfalos, todo legalmente y sin que costara un euro –al menos directamente—al erario público.

Tras el estallido del escándalo, el monarca pidió perdón a sus vasallos y prometió, como un chaval a su riguroso maestro, que aquello no volvería a pasar. En el fondo los españoles quizás deberían agradecer a Juan Carlos, porque el viaje a Botsuana profundizó la alianza entre el Palacio de la Zarzuela y la realeza de Arabia Saudita. Gracias a las buenas relaciones de ambas partes con el magnate sirio de la construcción, Mohamed Eyad Kayali, se había sellado un contrato para conectar a Medina y la Meca mediante un tren de alta velocidad de tecnología española.

Tal vez Juan Carlos habría salido mejor del embrollo si se hubiese quedado en casa, disfrutando de unos días de cacería con sus vecinos británicos.

En febrero pasado los príncipes Enrique y Guillermo pasaron un fin de semana en la Finca La Garganta, propiedad del Duque de Westminster. Los muchachos, que suelen acaparar la atención de la prensa inglesa –el primero por incidentes como su desnudo en Las Vegas y el segundo por el matrimonio perfecto con Kate Middleton—se dedicaron a la caza de jabalíes, ciervos, perdices y otros desventurados animalillos.

Nada raro en los descendientes de la nobleza británica, uno de cuyas inolvidables proezas fue la masacre de 3.937 pájaros en un solo día, protagonizada por Jorge V y sus amigotes en 1913. Este mismo personaje, abuelo de Isabel II, viajó a Nepal para celebrar su coronación en 1911. El safari costó la vida a 21 tigres, ocho rinocerontes y un oso.

El week-end de Enrique y Guillermo no habría trascendido más allá de la prensa amarilla de no ser por el compromiso del segundo con la protección de la vida silvestre. El Duque de Cambridge se ha embarcado en una campaña internacional para erradicar la matanza y el comercio ilegal de especies protegidas como los rinocerontes y elefantes africanos. Quizás el joven heredero de la Casa de Windsor modificará sus hábitos cuando la fauna del coto de caza español empiece a escasear.

Los favores se pagan a tiros

El gobierno de Paquistán no esconde su enorme gratitud al reino de Arabia Saudita. La monarquía petrolera ha ofrecido un préstamo de 3.000 millones de dólares a Islamabad, un salvavidas dorado para reflotar la decaída rupia y dar un impulso a la economía del país asiático.

Comentaristas locales han recordado este gesto a la hora de justificar el safari del príncipe Fahd bin Sultan bin Abdul Aziz, que durante tres semanas se paseó por una zona protegida de la provincia de Balochistán. Ese periplo dejó un terrible recuerdo a la fauna local: 2.100 avutardas hubara, una especie amenazada cuya población no rebasa los 110.000 ejemplares.

Ciertamente los intereses de Riad en la región trascienden los derechos a cazar cuando quieran y cuanto quieran en territorio paquistaní, pero la concesión de permisos especiales a la nobleza saudí y otros jeques del Golfo Pérsico muestra el carácter de las relaciones bilaterales. Si el precio por el respaldo financiero de las monarquías petroleras es la vida de unas aves, ¿a quién le importa?