Las cuentas pendientes del "país más libre del mundo"

Justin Trudeau ha prometido cambiar el papel de Canadá en la arena internacional (EFE/Chris Roussakis)
Justin Trudeau ha prometido cambiar el papel de Canadá en la arena internacional (EFE/Chris Roussakis)

Treinta y cinco millones de canadienses añadieron esta semana un nuevo motivo para sentirse orgullosos. Y no se trata del flamante primer ministro, Justin Trudeau, cuyos atractivos físicos provocan la envidia mundial. El Instituto Legatum, con sede en Londres, ha declarado a este país norteamericano "la tierra de la libertad", un laurel que tradicionalmente había adornado a sus vecinos del sur.

La primera frase del párrafo anterior es tan exagerada como el título de "país más libre". Aunque el 94 por ciento de los canadienses encuestados afirmen que tienen absoluta libertad para elegir su destino, la realidad reserva áreas sombrías para quien quiera explorarlas. Siempre habrá, por supuesto, gente como el ex primer ministro Stephen Harper, que repetía en cada discursos "Canadá es el mejor país del mundo", etcétera.

Las listas de naciones “más felices”, “más prósperas”, “más… más” entierran los matices en metodologías, variables, análisis matemáticos… Los datos de tales estudios, si bien señalan tendencias en el desarrollo de los estados, también sirven para escribir titulares y aguijar el patriotismo. Maná para periodistas y políticos.

Tierra prometida, tierra sufrida

La historia de Canadá está escrita por las oleadas de inmigrantes que poblaron el territorio al norte de los Grandes Lagos y de un océano al otro. Los franceses y británicos se establecieron en una vastísima región donde ya residían innumerables naciones indígenas. Y luego arribaron otros europeos y asiáticos y finalmente latinoamericanos y africanos.

El barrio chino de Toronto ilustra la diversidad cultural de Canadá (chensiyuan - Wikimedia Commons)
El barrio chino de Toronto ilustra la diversidad cultural de Canadá (chensiyuan - Wikimedia Commons)

En las últimas dos décadas ningún país ha acogido más inmigrantes per cápita que Canadá. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial el número asciende a 10 millones. Hoy uno de cada cinco canadienses nació en el extranjero, la mayor proporción entre los países de economía avanzada.

Canadá adoptó en 1971 el multiculturalismo como política de Estado. En teoría, todos los canadienses pueden mantener sus identidades, sentirse orgullosos de sus ancestros y cultivar un sentimiento de pertenencia al país donde viven. No importa la lengua, la religión o el origen étnico. Los inmigrantes no son empujados hacia la asimilación a una cultura predominante, porque el respeto a la diversidad es precisamente la columna vertebral del ser canadiense.

Los sucesivos gobiernos –liberales y conservadores—han presentado el multiculturalismo como una historia exitosa. Y ciertamente en Canadá apenas ocurren incidentes de tensión interétnica o interracial. Como si la herencia europea y la cercanía de Estados Unidos no influyeran el curso de los acontecimientos en estos dominios de la reina Elizabeth II. Y aunque en general los canadienses de ascendencia francesa o británica reciben a los recién llegados con los brazos abiertos, no todos creen en los beneficios de la inmigración masiva. Cuando la ecuación incluye a refugiados de países en conflicto como Siria, la respuesta es aún menos entusiasta.

La armonía visible entre los canadienses de numerosos orígenes también oculta la tragedia de sus pueblos indígenas. De acuerdo con un estudio de la prestigiosa revista Maclean’s, las llamadas Primeras Naciones en Canadá viven en peores condiciones que los afrodescendientes en Estados Unidos, por ejemplo: más desempleo, menos ingresos, una tasa de encarcelamiento 10 veces superior al promedio canadiense, una tasa homicidios seis veces mayor, peor escolarización…

La mayoría de los indígenas canadienses sobreviven en condiciones similares a las de países subdesarrollados (Shawna Nelles - Flickr)
La mayoría de los indígenas canadienses sobreviven en condiciones similares a las de países subdesarrollados (Shawna Nelles - Flickr)

¿Por qué apenas se habla de racismo en Canadá? La publicación ofrece una hipótesis: la mitad de los indígenas canadienses habitan en remotas reservas y muy pocos en las grandes metrópolis. “Nuestros problemas raciales están literalmente más allá del horizonte, fuera de la vista y de la mente”, señala el columnista Scott Gilmore.

Pero la mayoría de los canadienses y, obviamente, la clase política, prefieren creer ciegamente que ningún otro país es más libre y más tolerante. La historia y el presente abundan en ejemplos contrarios. Canadá es un lugar acogedor para miles de inmigrantes que huyen de crisis y revueltas; un sitio fértil para sembrar una familia; una tierra de oportunidades para quienes aprendieron el valor del esfuerzo. Pero dista del paraíso esbozado por ese título de “tierra de la libertad”.

Los países más prósperos de América Latina

El ranking del Instituto Legatum evaluó este año el desempeño de 142 países en ocho categorías: economía, espíritu empresarial y oportunidades, gobernabilidad, educación, salud, seguridad pública, libertad personal y capital social. El análisis de cada indicador resulta en un concepto de la prosperidad que trasciende la consideración tradicional del producto interno bruto.

Uruguay encabeza la lista de naciones latinoamericanas, en el lugar 32, impulsado por un décimo puesto en libertad personal. Luego siguen Chile (33), Costa Rica (34), Trinidad y Tobago (43), Panamá (46), Argentina (47), Brasil (54), Jamaica (62), Belice (64) y México (67, para completar el top 10 de la región. Entre los menos prósperos se clasifican Haití (140), Venezuela (105) y Honduras (104).