Las balas no curan enfermedades mentales

Una llamada de auxilio al 911. Detrás de la puerta, un hombre o una mujer se niegan a salir. La policía penetra por la fuerza en la habitación. Dispara. La víctima padece un trastorno mental. Esta escena, contada sin nombre ni lugar preciso, se ha repetido con trágica frecuencia en Estados Unidos en los últimos años.

Los agentes del orden deben lidiar con un creciente número de incidentes cuyos protagonistas sufren algún padecimiento psiquiátrico. El desmantelamiento del sistema de salud mental en EEUU los ha dejado prácticamente como el único recurso para enfrentar estas situaciones violentas. La abrumadora mayoría de los uniformados no cuenta con el entrenamiento necesario para tratar a estos pacientes.

A la espera de una ambulancia

“Yo pensé que enviarían una ambulancia, pero llegó la policía y lo mataron”, relató Elsa Cruz a The Guardian, cinco meses después de que una escuadra policial de New Rochelle, en el estado de New York, ultimara a su esposo Samuel Cruz.

Pero la ayuda médica especializada no llegó, como tampoco sucedió en el caso de Mohamed Bah, muerto por la policía de New York en septiembre de 2012. Su madre, recién llegada de África, había llamado al 911 pues le inquietaba la conducta inusual del joven. Los agentes forzaron la entrada al apartamento y respondieron con fuego a las amenazas con un cuchillo.

Hawa Bah ha presentado una demanda contra la ciudad en una corte federal de Manhattan. Su propósito es que el Departamento de Policía de New York (NYPD) adopte un sistema de gestión de crisis provocadas por personas con problemas mentales.

El origen de estos repetidos dramas familiares trasciende el entrenamiento de las fuerzas policiales. El sistema de salud pública norteamericano ha sufrido recortes en torno a los 4.500 millones de dólares desde 2009. De acuerdo con cifras citadas por Bloomberg, el número de camas en hospitales estatales ha caído en 92 por ciento desde mediados de los años 50. El promedio de estancia de los pacientes psiquiátricos en los centros de salud ha descendido en 60 por ciento desde 1993. Aunque los doctores recomiendan estadías de al menos dos semanas para estabilizar a los pacientes, en la actualidad solo permanecen alrededor de ocho días.

Mientras las camas y en general la cobertura médica disminuyen, la proporción de personas con perturbaciones mentales ha aumentado en las cárceles estadounidenses. Se estima que un tercio de la población penal sufre algún trastorno psiquiátrico. La mayoría cumple condenas por crímenes menores.

Y en las calles y hogares del país las enfermedades mentales en distintos grados alcanzan a la quinta parte de los residentes, o sea, 44,7 millones de adultos, según las estadísticas del Departamento de Salud y Servicios Humanos para el 2012. La ansiedad, la depresión, los trastornos bipolares y la esquizofrenia atraviesan la cotidianidad de tal modo que todos los policías deberían recibir formación especializada en crisis psiquiátricas. Solo el 10 por ciento de los uniformados posee ese entrenamiento.

Desactivar la crisis, no exacerbarla

En 1987 el joven negro Joseph D. Robinson perdió la vida en un incidente con policías de Memphis, Tennessee. La muerte de Robinson, un paciente psiquiátrico, provocó un cambio radical en el acercamiento de los agentes del orden a personas con similares padecimientos. El departamento de policía de esa ciudad solicitó la colaboración de la Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales (NAMI), los centros locales de salud y dos universidades, para entrenar a una unidad especializada.

Al año siguiente Memphis estableció el primer Equipo de Intervención de Crisis (CIT). Los miembros reciben una formación de 40 horas, durante la cual aprenden técnicas psicológicas para apaciguar a los enfermos y remitirlos a cuidados médicos. En los equipos integrados en algunas comunidades, psiquiatras acompañan a los policías en sus operaciones en el terreno.

A pesar del éxito del llamado “modelo de Memphis”, apenas una pequeña parte de los agentes en servicio reciben el entrenamiento adecuado. En New York, por ejemplo, la jefatura de la policía argumenta que sus fuerzas asisten a cursos organizados por expertos en psiquiatría. Por otra parte, el número de llamadas relacionadas con ese tipo de incidentes –unas 100.000 al año—representa un por ciento mínimo frente a las 23 millones de interacciones con el público cada doce meses.

No obstante, las reticencias del NYPD podrían desaparecer cuando Bill de Blasio asuma la alcaldía de la metrópolis en enero de 2014.

La academia policial no incluye una preparación específica en trastornos psiquiátricos. Como consecuencia, los agentes suelen reaccionar frente a una persona perturbada como lo harían frente a cualquier otra. Ante gestos agresivos, si se sienten amenazados y las técnicas de sometimiento tradicionales fallan, entonces recurren a sus armas de fuego.

En diciembre de 2012, un estudio de los periódicos Portland Press Herald y Maine Sunday Telegram reveló que alrededor de la mitad de las personas muertas a manos de la policía en EEUU sufrían algún problema mental. The Wall Street Journal cita otra cifra inquietante: mientras la tasa de criminalidad en el país han disminuido desde los años 90, los llamados “homicidios justificados” se incrementaron de 297 en 2010 a 410 el año pasado. Esta categoría comprende, sin distinción, a los criminales y a quienes murieron a consecuencia de una crisis psiquiátrica mal tratada por los uniformados.