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La lesión que agobia a las mujeres afganas

Las mujeres que residen en remotas regiones de Afganistán tienen más riesgo de sufrir fístula obstétrica (Afghanistan Matters - Flickr)
Las mujeres que residen en remotas regiones de Afganistán tienen más riesgo de sufrir fístula obstétrica (Afghanistan Matters - Flickr)

Muchas viven en apartadas regiones del norte de Afganistán, donde ciertas tradiciones hacen dura la vida de una mujer. Cuando esas costumbres terminan por quebrarles la salud, como ocurre a las afectadas por la fístula obstétrica, la comunidad las rechaza. Entonces sufren doblemente, por el malestar físico y el aislamiento social.

La incontinencia urinaria o fecal les destruye la vida. Ajenas a medidas preventivas y sin acceso a servicios médicos especializados, a la mayoría de las afganas solo les queda el azar. Y sin embargo unos pocos cambios bastarían para evitar ese drama a las madres de tan sufrido país.

La tragedia de las adolescentes-madres

El destino de las adolescentes afganas comienza a torcerse cuando los padres deciden entregarlas en matrimonio. Aunque la ley lo prohíbe, en las provincias distantes de Kabul no son extraños los casamientos de niñas. Una pequeña esposa puede costar, por ejemplo, 2.000 dólares, o servir también para pagar una deuda familiar. Casos similares abundan en el mundo: el matrimonio forzoso ata a unas 10 millones de muchachas cada año.

El matrimonio en la adolescencia suele conducir a partos difíciles y con frecuencia fatales (DVIDSHUB - Flickr)
El matrimonio en la adolescencia suele conducir a partos difíciles y con frecuencia fatales (DVIDSHUB - Flickr)

En Afganistán pocas escapan al estrecho papel que la sociedad ha concebido para ellas desde hace siglos. La familia del novio paga por la fertilidad del vientre joven. Luego el esposo espera la llegada sucesiva de los hijos, sin contratiempos. Bajo esa presión, las adolescentes reciben la maternidad como una tarea que las dejará finalmente exhaustas o, al cabo de un parto difícil, exánimes.

Las estadísticas horrorizan. Un estudio de la organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW) reveló hace pocos años que al menos cuatro de cada 1.000 mujeres casadas en Afganistán padecen de fístula obstétrica. La cuarta parte de las diagnosticadas se había casado antes de los 16 años.

Los cálculos actuales sitúan entre 2 y 3.5 millones las mujeres aquejadas de fístula obstétrica en Asia y África. Cada año entre 50.000 y 130.000 nuevos casos se suman a la lista. Pero los datos representan apenas una aproximación, por la dificultad para obtener información en naciones donde los sistemas de salud pública funcionan mal o simplemente no existen.

Una lesión que no debería ocurrir

La fístula obstétrica se produce como consecuencia de un parto obstruido. La cabeza del bebé comprime la vagina y provoca la muerte de tejidos blandos. Finalmente esa necrosis se transforma en un agujero que permite el paso de orina proveniente del uréter, de heces fecales entre el recto y la vagina, o ambos. Las víctimas sufren entonces de incontinencia fecal y urinaria.

Más del 90 por ciento de las mujeres afganas afectadas por fístula obstétrica son analfabetas (Canada in Afghanistan - Flickr)
Más del 90 por ciento de las mujeres afganas afectadas por fístula obstétrica son analfabetas (Canada in Afghanistan - Flickr)

Para las mujeres es apenas la continuación de un largo dolor, que comienza con las labores de parto. Madres muy jóvenes, cuyos cuerpos no están preparados para dar a luz, pueden vivir un alumbramiento que se extiende durante días. Con frecuencia el feto muere en el proceso. La falta de asistencia médica especializada para realizar una cesárea resulta fatal en nacimientos difíciles. En Occidente este problema se erradicó a finales del siglo XIX cuando las cesáreas se integraron a los procedimientos obstétricos rutinarios.

La pérdida del bebé no cierra el drama. Cuando aparece la fístula obstétrica pocas pueden acceder a una cirugía que repare el daño corporal. La operación para cerrar los agujeros en la vagina requiere de profesionales muy calificados, que no abundan en los países en desarrollo de Asia y África. Algunas organizaciones como Médicos sin Fronteras y el Fondo de Población de Naciones Unidas han desplegado proyectos para operar a miles de mujeres y educar a la población sobre las causas de la fístula obstétrica, pero cambiar viejas costumbres cuesta tiempo y vidas.

Ciertamente los sistemas de salud de las regiones menos desarrolladas no serán eficaces de la noche a la mañana. La fístula obstétrica seguirá agobiando a miles de mujeres. Muchas morirán durante el parto; otras perecerán por enfermedades derivadas de la incontinencia o por mano propia, cuando decidan suicidarse ante el rechazo de la comunidad.

Sin embargo, la estricta prohibición de los matrimonios en la adolescencia podría salvar miles de vidas y evitar la angustia que viven las jóvenes aisladas por esa lesión. Los gobiernos deberían sumar las consecuencias de la mortalidad infantil, las muertes maternas y la incapacidad posterior de las mujeres con fístula obstétrica para comprender también la repercusión económica de un padecimiento prevenible.

¡Qué ingrato destino para mujeres que, al cumplir con un rol atávico, sufren heridas que las laceran por siempre! En lugar del repudio deberían recibir reconocimiento, como víctimas de una guerra silenciosa.