La hora del transporte público gratis

La gratuidad del transporte colectivo comienza a entusiasmar tras el éxito de algunas ciudades (Getty)
La gratuidad del transporte colectivo comienza a entusiasmar tras el éxito de algunas ciudades (Getty)

¡Qué maravilloso sería poder recorrer grandes ciudades como México D.F., New York o Madrid sin pagar un centavo! En esas y otras extensas urbes alrededor del mundo millones de personas dependen del transporte público para sus desplazamientos diarios. Pero no siempre el costo del pasaje en autobuses, tranvías y metros seduce a quienes más necesitan viajar.

Después de algunas experiencias exitosas en localidades medianas de Europa, los defensores del transporte colectivo gratis creen que ha llegado el momento de multiplicar la experiencia. Otras voces más cautelosas consideran que la gratuidad no constituye una fórmula mágica. ¿Cómo sostener una infraestructura si no genera ingresos? ¿Pueden los beneficios de la transportación gratuita equilibrar a largo plazo las pérdidas financieras?

Experimentos exitosos

La revolución, como suele ocurrir, ha comenzado en Francia. En 2001 la pequeña ciudad de Châteauroux, unos 270 kilómetros al sur de París, abolió las tarifas del transporte público. Y si bien otras municipalidades francesas habían ensayado la medida antes, ninguna ha alcanzado un éxito tan espectacular.

En los primeros 11 años del proyecto el número de pasajeros aumentó en 208 por ciento. Los residentes en la localidad, con una población de 47.000 habitantes, incrementaron el promedio anual de viajes en autobús de 21 a 61. La iniciativa salvó al sistema de transporte público del abandono y reportó otros beneficios a empresas y ciudadanos.

Tallin ha retado a otras capitales europeas con su programa de transporte público gratuito (Mikael Persson - Flickr)
Tallin ha retado a otras capitales europeas con su programa de transporte público gratuito (Mikael Persson - Flickr)

También en ese país europeo, cerca de la mediterránea ciudad de Marsella, el área metropolitana de Aubagne siguió los pasos de su compatriota en 2009. En los primeros tres años del experimento la afluencia a esos medios creció en 170 por ciento. Para costear la gratuidad, las autoridades triplicaron la contribución de las empresas a la transportación colectiva. Sin embargo, nadie se queja en el mundo de los negocios, porque los empleados ahora llegan a tiempo y de mejor humor.

Pero ha sido Tallin, la capital de Estonia, la más audaz promotora del transporte público gratis. Desde enero de 2013 los residentes en la ciudad pueden utilizar los autobuses, tranvías y trolebuses sin desembolsar un céntimo. Edgar Savisaar, alcalde de esa ciudad del Mar Báltico de unos 430.000 habitantes, ha ganado su apuesta de reducir las congestiones en el centro, disminuir las emisiones de dióxido de carbono y estimular la economía local, pues los consumidores gastan más en los comercios ahora que no deben pagar para trasladarse.

¿Una receta para todos los gustos?

Los promotores de la gratuidad en el transporte colectivo insisten en sus consecuencias positivas para las aglomeraciones urbanas. En primer lugar citan el lógico descenso de la contaminación ambiental y los embotellamientos al disminuir el uso de automóviles. Para las familias de bajos ingresos esta medida puede representar ahorros importantes. Una familia de dos hijos en la francesa Aubagne, por ejemplo, economiza hasta 720 euros anuales gracias a los pasajes gratis.

En marzo París tuvo que ofrecer transporte colectivo gratis para combatir el smog (REUTERS/Charles Platiau)
En marzo París tuvo que ofrecer transporte colectivo gratis para combatir el smog (REUTERS/Charles Platiau)

Por otra parte, el mercado de trabajo también se dinamiza. Las personas en busca de trabajo pueden aspirar a posiciones antes inalcanzables a causa del costo de los viajes. Este acceso más amplio a oportunidades laborales no solo beneficia a los hogares, sino también a los empresarios que disponen de una mayor bolsa de candidatos y en general al presupuesto citadino, engrosado con los impuestos de los nuevos empleados.

La mayor movilidad de los consumidores favorece el florecimiento de los negocios en el centro de las urbes. Así ocurrió en Portland entre 1975 y 2002, cuando las autoridades citadinas levantaron las tarifas del transporte en el downtown. En esa época los comercios prosperaron, el turismo aumentó en la zona, el sector inmobiliario incrementó su valor y la pobreza prácticamente desapareció.

En Estados Unidos el transporte colectivo ha ganado popularidad en los últimos años. En 2013 se realizaron 10.700 millones de viajes por ese medio, la cifra más alta en 57 años.

No obstante, la fórmula podría no funcionar en todas las ciudades. De acuerdo con el experto francés Bruno Cordier, el modelo implantado en Châteauroux y Aubagne no daría resultados similares en grandes urbes como París, donde los pasajes cubren entre el 30 y el 40 por ciento del costo total del transporte público. ¿Cómo remplazar ese monto del presupuesto sin abrumar a empresas o contribuyentes con un alza notable de los impuestos?

En declaraciones al diario francés Le Monde, Cordier sugirió la tarificación según el nivel de ingresos de las familias. Los hogares de menores recursos disfrutarían de rebajas sustanciales, mientras los ciudadanos de elevado estatus económico pagarían el precio completo de los pasajes. Ese sistema funciona ya con éxito en las ciudades de Grenoble y Dunkerke.

En el fondo de este debate sobre la gratuidad se agita también una discusión que incluye otros servicios públicos, como la salud o la educación. ¿Por qué las tarifas de la transportación excluyen a quienes no pueden pagarlas, mientras el acceso a cuidados médicos básicos y a la escuela primaria y secundaria es gratuito? ¿Es la movilidad un derecho de menor importancia que la sanidad o la instrucción? Preguntas que tocan a todos los ciudadanos de sociedades democráticas, sin importar si cada día toman el metro o recorren a pie los caminos del mundo.