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La falsa juventud que prometen las cirugías plásticas ilegales

La fuerte demanda de cirugías en Corea del Sur ha alimentado las clínicas ilegales (EFE/Jeon Heon-Kyun)
La fuerte demanda de cirugías en Corea del Sur ha alimentado las clínicas ilegales (EFE/Jeon Heon-Kyun)

Se llamaba Claudia o María Alejandra o Cristina… Poco importa el nombre porque muchas han desaparecido en el anonimato, no cuentan en las estadísticas médicas. Las mujeres víctimas de cirugías estéticas en clínicas clandestinas no exhibirán ya sus perfectas figuras en revistas de moda o en las redes sociales. En la búsqueda de la belleza artificial –esa versión moderna del elíxir de la eterna juventud—murieron.

Como brotes de una pandemia, las también conocidas como “clínicas de garaje” han proliferado alrededor del planeta. Los casos de mujeres que sufren complicaciones o fallecen tras someterse a dudosos tratamientos saltan a la prensa lo mismo en Corea del Sur, Estados Unidos, México, Colombia… ¿A qué se debe esa creciente obsesión por transformar el cuerpo que la naturaleza nos dio? ¿Por qué tantas personas ponen sus vidas en manos de falsos cirujanos?

La otra cara

En febrero pasado el gobierno de Corea del Sur endureció las regulaciones sobre las clínicas que ofrecen operaciones estéticas a extranjeros. Seúl, reconocida como la capital asiática de las cirugías plásticas, recibe cada año decenas de miles de turistas que aspiran a obtener la apariencia de las estrellas de la música y la televisión coreanas. Buena parte de los clientes provienen de China, donde la creciente clase media no duda en gastar miles de dólares para lograr un nuevo look.

Las nuevas medidas emergieron luego de que una paciente china cayera en coma en una clínica ilegal de la principal urbe surcoreana. Quienes incumplan con las nuevas reglas deberán pagar multas elevadas y podrían pasar hasta tres años en prisión. ¿Bastarán esos castigos para disuadir a los cirujanos apócrifos? Frente a un mercado de cinco billones de dólares, quizás algunos no soporten la tentación.

En Colombia el Senado aprobó en junio un proyecto de ley para regular el ejercicio de la cirugía plástica. La nueva legislación incluye un registro público de los profesionales autorizados a practicar esos procedimientos y un sistema de exámenes para validar las competencias en esa especialidad.

Según el senador Jorge Iván Ospina, promotor de la medida, cada mes muere una persona en el país suramericano a causa de intervenciones estéticas irregulares. Pero en realidad nadie conoce el número exacto de víctimas, porque muchos casos no llegan a las instituciones de salud. Colombia también representa un mercado muy atractivo para los embusteros: en 2014 los colombianos se sometieron a 357.115 operaciones de este tipo, una cifra suficiente para colocar a la nación en el octavo puesto en el mundo.

Las razones de la vanidad  

Las asiáticas padecen la fiebre de las teleseries y el pop de Corea del Sur, cuyos protagonistas han modificado sus rasgos para parecerse a las celebridades blancas occidentales. En América Latina y Estados Unidos abundan los modelos de belleza –actrices, cantantes, famosas adineradas, estrellas fugaces…-- que consagra la prensa sensacionalista y todo el star system local y global. Belleza sinónimo de éxito, de felicidad de cuento de hadas.

Una encuesta de la Academia Estadounidense de Cirugía Plástica Facial y Reconstructiva atribuyó el auge de las operaciones estéticas a la popularidad de los medios sociales y, en especial, a los selfies. Esa manía por los autorretratos nos hace más conscientes de nuestra imagen. En consecuencia, muchas personas inconformes tratan de emular a los personajes de moda.

Pero la vanidad no basta para justificar la avalancha de mujeres chinas en Seúl, la marejada de biopolímeros en Colombia, la obsesión de las norteamericanas por agrandar los glúteos o de las mexicanas por incrementar el busto. La sociedad, o sea, el mercado de trabajo, premia determinados patrones de belleza. La economía demanda brazos y rostros jóvenes. Las marcas de la edad arrugan el currículo profesional.

Y en esta carrera por la imagen ideal, no todas parten de la misma línea. Los cirujanos clandestinos aprovechan una clientela excluida de los costosos tratamientos en las clínicas certificadas. El sistema castiga doble: por no ser “bella” y por ser pobre, o al menos no tan pudiente como para pagar una cirugía legal. El espejismo de la beldad deja, al desvanecerse, un rastro de cadáveres.

Nota: El texto se refiere a las mujeres como las principales víctimas porque ellas representan más del 85 por ciento de quienes se someten a cirugías estéticas.