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La existencia amenazada de los pueblos indígenas

Los Jarawa, convertidos en una atracción turística, podrían desaparecer como otros pueblos de Adamán (Jeremy Weate - Flickr)
Los Jarawa, convertidos en una atracción turística, podrían desaparecer como otros pueblos de Adamán (Jeremy Weate - Flickr)

Cientos de turistas viajan cada día por la autopista que corta las islas del archipiélago Adamán, al sur de Tailandia. Como un enjambre de curiosos se abaten sobre la reserva de los Jarawa, uno de los pueblos indígenas más antiguos del mundo. Pero quizás en unos años no quedará nadie que pose –o escape—para las fotografías, porque el contacto de esas tribus con la “civilización” suele ser devastador.

En otras intrincadas regiones del mundo, en lugar del turismo, son los buldóceres, colonos dedicados a la ganadería o el negocio de la madera, y grandes compañías agrícolas quienes empujan a los aborígenes fuera de sus tierras ancestrales. Roto el equilibrio natural que los mantuvo vivos durante siglos, se sumergen en una rápida decadencia hasta desaparecer.

Safaris humanos

Los turistas provenientes de la India, el Reino Unido, Estados Unidos e Israel atraviesan las islas Adamán en busca de la exótica imagen de los Jarawa. Pequeños, delgados, de piel negra y pelo crespo, los 400 integrantes de esta tribu son los últimos sobrevivientes de una historia de 55.000 años, iniciada cuando zarparon desde África hacia la Bahía de Bengala.

En 1999 y 2006 ese forzado contacto con el mundo exterior provocó brotes de sarampión. Luego grupos conservacionistas como Survival han denunciado la invasión de colonos indios y cazadores furtivos en el territorio de los Jarawa. Las mujeres de la comunidad han sufrido la violencia sexual de estos intrusos. Esas incursiones trastornan un modo de vida pacífico, sustentado por la captura de cerdos salvajes, la pesca y la recolección de frutas, raíces, tubérculos y miel.

En 1990 las autoridades locales anunciaron que relocalizarían de manera forzosa a los Jarawa, en dos poblados donde deberían cumplir normas estrictas. Para sobrevivir pescarían y se vestirían de acuerdo con un código vestimentario, como si representaran una tragicomedia de sus propias vidas para los safaris. Gracias a una enérgica campaña internacional el proyecto fue abandonado en 2004.

Los Jarawa se salvaron así de la extinción. Peor suerte corrieron sus vecinos, los pueblos del Gran Adamán, de los cuales apenas quedan medio centenar. La colonización británica destruyó en unos pocos siglos una cultura milenaria. Hoy viven en la minúscula Strait Island, dependientes del gobierno de la India y agobiados por el alcoholismo.

Los guaraníes, como otros pueblos americanos, han decaído ante el empuje de la colonización de sus tierras (Roberto Vinicius - Flickr)
Los guaraníes, como otros pueblos americanos, han decaído ante el empuje de la colonización de sus tierras (Roberto Vinicius - Flickr)

Invasiones y enfermedades

La historia se repite con matices de crueldad en otras regiones del planeta.

Los guaraníes, un pueblo que alcanzó 1,5 millones de habitantes antes del arribo de españoles y portugueses a América, hoy apenas reúnen a 43.000 sobrevivientes. El territorio que una vez habitaron entre Brasil y Paraguay, ha sido ocupado a la fuerza por las plantaciones de caña de azúcar –para producir etanol- y haciendas ganaderas. La destrucción de su modo de vida ha empujado a muchos al suicidio. La tasa de muertes por esta razón es 34 por ciento más elevada que el promedio brasileño.

Los Awá, una tribu de cazadores nómadas del este del Amazonas, subsisten apenas bajo el asedio de grandes proyectos agroindustriales, granjas ganaderas y asentamientos de colonos. Si la deforestación en esa área continúa, ese pueblo se extinguirá.

Antes de que las armas de fuego y las leyes “civilizadas” los obliguen a huir, millones de indígenas han caído bajo el azote de la influenza, el sarampión y la varicela. El 50 por ciento de la tribu Nahua, en la Amazonía peruana, pereció durante la exploración petrolera en sus tierras en los años 80. En Indonesia los papuanos han sido diezmados por el VIH/sida, que según representantes de la comunidad fue introducido por el ejército indonesio para aniquilar la resistencia a la ocupación.

El progreso mata

Los pueblos indígenas declinan bajo nuestra idea de progreso, que “nunca les trae una vida más larga y feliz, sino corta y sombría, de la cual solo escapan con la muerte”, asegura el informe Progress Can Kill, de la organización Survival. Ni siquiera en los países de economía avanzada las comunidades aborígenes salen indemnes del contacto con la “civilización”.

En Australia los pueblos originarios tienen 22 veces más probabilidades de morir de diabetes y ocho veces más de fallecer de una enfermedad cardiovascular o respiratoria, en comparación con sus vecinos blancos. La esperanza de vida entre los indígenas de la isla continente es entre 17 y 20 años menor que los descendientes de los colonizadores británicos.

El aislamiento, en cambio, prácticamente garantiza la perennidad de estos habitantes del planeta, que se niegan a participar en nuestro insostenible modo de vida. Aunque convenciones de Naciones Unidas y la Organización Internacional del Trabajo protegen a los pueblos indígenas, poca defensa real les queda ante la avalancha de intereses comerciales. Solo la movilización de los ciudadanos, quizás, detendrá su casi inevitable extinción.