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La crucifixión más sangrienta de la historia del arte

En las mismas fechas en las que Alberto Durero destacaba como uno de los pintores y grabadores más sobresalientes de su tiempo, otro artista alemán, Matthias Grünewald, remataba la que sería su obra maestra: el Retablo de Isenheim (1516), un políptico de nueve tablas que representan distintas escenas de la vida de Cristo y de varios santos, como San Antonio, San Pablo o San Sebastián.

La valiosa obra, realizada junto al escultor Niclaus de Haguenau y custodiada desde mediados del siglo XIX en el Museo de Unterlinden –ubicado en un antiguo convento del siglo XIII, en la región francesa de Alsacia–, no es sólo una de las piezas más hermosas de comienzos del siglo XVI, sino que tiene el dudoso honor de representar en una de sus partes –los dos paneles visibles originalmente con el retablo cerrado–, una de las crucifixiones más sangrientas y explícitas que se conocen.

En efecto, los historiadores del arte que han estudiado la obra destacan siempre la dramática y terrible expresividad de esta crucifixión, que en no pocas ocasiones ha sido calificada como la mejor representación de la horrorosa agonía de Jesucristo en toda la historia del arte occidental.

No en vano, al observar la tabla nos encontramos con una figura de Cristo casi descoyuntada, con las manos crispadas por el dolor y el tronco y los miembros sangrantes y repletos de llagas y heridas causadas por los latigazos.

No hay duda del escalofriante efecto que la imagen provoca en el espectador –y que debía ser aún mayor en la época en que se creó– pero, ¿qué razón pudo llevar a Grünewald a representar la escena con tal grado de crudeza y dramatismo?

En realidad, la tabla del altar de Isenheim no es la única crucifixión pintada por el artista alemán con unas características similares. En la actualidad se conservan varias obras del mismo tema, como la llamada ‘Pequeña crucifixión’ (entre 1511-1520) que se expone en la National Gallery of Art de Washington, y todas ellas cuentan con esa macabra e intensa representación del dolor y la agonía.

La razón de estas oscuras creaciones, en opinión de la mayor parte de los historiadores del arte, se encuentra en la profunda espiritualidad del artista alemán, calificado a menudo de pintor visionario afín al misticismo cristiano.

Según este punto de vista, Grünewald creía que “cada individuo debía experimentar por sí mismo no sólo el disfrute de los triunfos de Cristo, sino también los profundos dolores de su crucifixión”.

El retablo estuvo originalmente en el convento de los antonianos de Isenheim (de ahí su nombre), una orden que desde la Edad Media destacó por su asistencia a los enfermos de ergotismo, una terrible enfermedad conocida entonces como fuego de San Antonio.

Hasta la Revolución Francesa –momento en el que fue trasladado para evitar su destrucción–, el retablo de Grünewald decoró el hospital del convento, donde durante todo el año –a excepción de algunos festivos– mostraba la terrible y aterradora escena de la crucifixión.

Aunque pueda parecer contradictorio, la visión de la dolorosa agonía de Cristo tenía como finalidad confortar a los enfermos atendidos en el hospital pues de este modo se sentían en comunión con el Salvador, que compartía con ellos su dolor.

Sin rechazar esta interpretación de la obra, algunos autores han propuesto también que las escenas pintadas por Grünewald podrían estar influenciadas por las visiones sobrenaturales que decía sufrir Santa Brígida de Suecia, una mística que gozó de notable fama desde el siglo XIV y que dejó por escrito sus ideas sobre el sufrimiento de Cristo en la cruz, suceso que afirmaba haber visto en uno de sus arrebatos místicos.

Por último, tampoco han faltado estudiosos que han querido ver un simbolismo alquímico en la obra del pintor alemán. Según estos autores, Grünewald pudo haber tenido acceso a las obras de un alquimista llamado Gratheus, quien aseguraba en sus textos que las distintas fases de la vida, muerte y resurrección de Jesús servían para representar las fases del proceso alquímico.

Según el paralelismo trazado por Gratheus, el martirio de Cristo simbolizaría las fases de separación del mercurio alquímico y la fijación del azufre, mientras que la resurrección de Jesús estaría representando la obtención de la preciada piedra filosofal.

Una propuesta que, aunque sin duda sugerente, resulta imposible de probar pues, aunque los textos de Gratheus se encontraban entre una recopilación de tratados alquímicos traducidos al alemán que circularon desde la segunda mitad del siglo XIV, no contamos con ninguna evidencia de que Grünewald hubiese tenido acceso a ellos, o de que tuviera interés alguno por dicha disciplina.

Fuente: Yahoo! España
La crucifixión más sangrienta de la historia del arte