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La avidez por las tierras cultivables, ¿una nueva fiebre del oro?

Los indígenas del Valle de Polochic, en Guatemala, víctimas del acaparamiento de tierras (CIDH - Flickr)
Los indígenas del Valle de Polochic, en Guatemala, víctimas del acaparamiento de tierras (CIDH - Flickr)

El artículo primero de una utópica Constitución planetaria debería asegurar a cada familia el derecho a una parcela suficiente para subsistir. Pero los tiempos no soplan a favor de esos futuros ideales. El acaparamiento de áreas fértiles se extiende por los continentes como una renovada fiebre, que codicia la tierra con el mismo ardor de los aventureros buscadores de oro.

Tierra a la venta

La carrera por comprar grandes extensiones de tierra comenzó durante el alza de los precios de los alimentos entre 2007-2008. Ese aumento espectacular alertó a los países desarrollados sobre las consecuencias de una futura escasez. Entonces multinacionales e inversionistas se lanzaron a la búsqueda de países dispuestos a entregar sus zonas de cultivo a empresarios extranjeros.

Especialistas en el tema han indicado también que la caída del mercado inmobiliario y el auge de los biocombustibles estimularon el desplazamiento de capitales hacia la adquisición de tierras en países en desarrollo.

La organización sin fines de lucro GRAIN, con sede en España, va aún más lejos. Según este grupo, que apoya a pequeños campesinos y agricultores, el objetivo de la nueva ola de acumulación de tierras "es controlar totalmente la producción de alimentos".

"El acaparamiento de tierras no es simplemente la última oportunidad de hacer inversiones especulativas con ganancias grandes y rápidas: es parte de un largo proceso de toma de control de la agricultura por parte de las corporaciones con intereses agroquímicos, farmacéuticos, de transporte y venta de alimentos", asegura el grupo en un informe titulado "El nuevo acaparamiento de tierras en América Latina".

No existen cifras definitivas sobre el volumen de tierras afectadas por el llamado “land grabbing”. La falta de transparencia de muchas de las transacciones y la dificultad para separar esa acumulación de territorio de las ventas regulares, dificultan el cálculo. La organización internacional Oxfam, por ejemplo, estima en 32 millones de hectáreas el área vendida a inversionistas extranjeros en los últimos diez años. El proyecto Global Observatory sitúa la cantidad en 32,8 millones de hectáreas desde el año 2000.

Cientos de miles de campesinos camboyanos han sido desplazados para entregar sus tierras a empresas extranjeras (ILO - Flickr)
Cientos de miles de campesinos camboyanos han sido desplazados para entregar sus tierras a empresas extranjeras (ILO - Flickr)

Víctimas de la voracidad

La avidez de los compradores foráneos ha cobrado ya miles de víctimas. En Camboya el gobierno ha confiscado cuatro millones de hectáreas –el 22 por ciento del territorio del país—para entregarlo a inversores de Tailandia, China y Vietnam. Esas ventas han desplazado a cientos de miles de campesinos, cuyas parcelas desaparecen para dar paso a plantaciones de azúcar, caucho y empresas madereras.

De acuerdo con una denuncia presentada en octubre pasado en la Corte Penal Internacional, empresarios, fuerzas de seguridad y políticos han sido cómplices de asesinatos, desalojos forzosos, persecuciones y otros actos en violación de los derechos humanos en la nación asiática.

Episodios similares han ocurrido en Etiopía, donde decenas de miles de personas han perdido sus tierras, que pasaron a manos de inversionistas de China y de estados del Golfo Pérsico.

En Guatemala más de 700 familias indígenas y campesinas fueron expulsadas de sus hogares en el Valle del Polochic, en marzo de 2011. Sus tierras habían sido reclamadas para sembrar caña de azúcar, que alimentaría el ingenio Chabil Utzaj. El accionista principal de esa empresa era el grupo nicaragüense Pellas. El azúcar se exporta al mercado internacional.

Las pequeñas parcelas van cediendo su lugar a grandes plantaciones de cultivos industriales.
Las pequeñas parcelas van cediendo su lugar a grandes plantaciones de cultivos industriales.

A pesar de las promesas del gobierno, 629 familias esperan por una compensación. "El hambre se ha convertido en la realidad diaria para las familias campesinas que antes trabajaban la tierra cultivando maíz, frijol y otros alimentos", ha denunciado Oxfam.

Importadores y exportadores de tierra

La geografía del acaparamiento de tierras despeja cualquier duda sobre quiénes compran y quienes venden su territorio. Un estudio sobre la "Arquitectura del sistema global de adquisición de tierras", realizado por investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia, concluyó que las naciones "importadoras" se localizan en el Norte, las economías emergentes de Asia y el Medio Oriente, mientras las “exportadoras” se concentran en el Sur y en Europa del Este.

La lista de acaparadores de tierra extranjera la encabeza China, seguida por el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y Singapur. Del otro lado, en la cima de los países que han abierto su territorio a los terratenientes foráneos, aparecen Etiopía, Madagascar, Filipinas, Brasil y Mozambique.

Y nadie levantaría la voz contra este comercio de regiones agrícolas si los cultivos contribuyeran a sustentar a las comunidades locales. Además de los desalojos mencionados, la mayoría de las áreas se dedican a plantaciones industriales: soja, palma aceitera, colza y caña de azúcar. Esas cosechas no alimentan a los campesinos, que sin tierras han perdido su principal medio de subsistencia.

El acaparamiento de tierras amenaza con destruir el sistema de pequeños productores que alimenta al planeta. Según datos de Naciones Unidas, con menos de la cuarta parte del área cultivable del planeta, las pequeñas fincas producen el 80 por ciento de los alimentos en los países no industrializados.