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La caprichosa geografía del terrorismo

El terrorismo se ha multiplicado a pesar los esfuerzos militares de EEUU y sus aliados (AFP/Banaras Khan)
El terrorismo se ha multiplicado a pesar los esfuerzos militares de EEUU y sus aliados (AFP/Banaras Khan)

No ha pasado un solo día desde el 11 de septiembre de 2001 en que la prensa no haya utilizado la palabra terrorismo. En Estados Unidos la Guerra contra el Terrorismo ha monopolizado el debate político desde entonces, mientras en distantes regiones del planeta se suceden las operaciones militares. De este lado el temor a otro atentado, allá la guerra sumando tragedias.

¿Cuándo concluirá la cruzada antiterrorista? Nadie se atreve a pronosticar una fecha. El fin parece lejano, a juzgar por el incremento sostenido de los actos de terror y la muerte de miles de personas cada año. ¿Ha fallado la estrategia? ¿Hay alguna alternativa a la confrontación armada?

Los muertos y el miedo

En 2013 el terrorismo apagó la vida de 17.958 personas, según la Base de datos global sobre el terrorismo (GTD), considerada la fuente más confiable sobre las actividades terroristas en el planeta. La cifra representó un salto de 61 por ciento con respecto al año anterior. La Universidad de Maryland mantiene en ese registro informaciones sobre el tema desde 1970.

El número espanta, pero no permite descubrir el rostro del terror. ¿Dónde se han cometido esos actos criminales? ¿Quiénes los han perpetrado? El Índice Global del Terrorismo 2014 responde y nos ayuda a comprender la caprichosa geografía de este flagelo planetario.

Colombia ha sido el país más golpeado por el terrorismo en América Latina. (EFE/Leonardo Muñoz)
Colombia ha sido el país más golpeado por el terrorismo en América Latina. (EFE/Leonardo Muñoz)

Más del 80 por ciento de las víctimas de actos terroristas perecieron en cinco países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria. Dos de cada tres asesinatos fueron cometidos por el Estado Islámico, Boko Haram, el Talibán y Al-Qaeda.

A pesar del auge del terrorismo internacional, Estados Unidos y sus aliados pueden respirar con cierto alivio. Las muertes por esa causa en las naciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) –34 de las economías más ricas del planeta— representaron el 0,6 por ciento del total. Seis estadounidenses murieron en ataques terroristas en 2013. Datos del Departamento de Estado, publicados en abril elevan esa cantidad a 16. No obstante, la vulnerabilidad de los norteamericanos en el exterior se ha mantenido en niveles mínimos.

El presidente Barack Obama tiene razones para sentirse satisfecho de su estrategia: la amenaza sobre los ciudadanos americanos, al menos según las estadísticas recientes, ha prácticamente desaparecido. Sin embargo, esos mismos contribuyentes, a salvo de atentados suicidas y bombas, deberán pagar la factura de las guerras en Irak, Afganistán y las demás operaciones militares. El costo de esas campañas ronda los 6 billones de dólares, según cálculos de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad Harvard.

Los estadounidenses, más que temer por sus vidas hoy, deberían mirar con aprensión el futuro por la enorme deuda que dejarán las contiendas.

Una solución militar parece distante en la guerra contra el terrorismo (EFE/Michael Reynolds)
Una solución militar parece distante en la guerra contra el terrorismo (EFE/Michael Reynolds)

El fin del terrorismo

Los datos de la GTD confirman una incómoda verdad: la Guerra contra el Terrorismo ha engendrado más terrorismo. Desde el año 2000 la cantidad de víctimas de acciones terroristas se ha multiplicado por cinco. Como la legendaria Hidra de Lerna, los grupos que asesinan militares e inocentes en nombre de ideologías extremistas han proliferado en todos los continentes.

Una victoria por la vía de las armas parece imposible, o al menos lejana. El Índice Global del Terrorismo 2014 cita un estudio de la no gubernamental Corporación RAND, según el cual la derrota militar ha sido la causa principal de la desaparición de apenas el siete por ciento de los grupos terroristas, desde 1968 hasta 2006. Es un hecho que ha admitido, incluso, el presidente Obama, aunque con ciertos matices.

En un discurso en la Universidad de Defensa Nacional, en Washington, el mandatario estadounidense reconoció en 2013 que el suceso de la estrategia antiterrorista exigía un compromiso sostenido. La “asistencia internacional no puede ser vista como caridad”, afirmó Obama. “Es fundamental para nuestra seguridad nacional y para cualquier estrategia de lucha contra el extremismo a largo plazo”, dijo.

Algunos ejemplos de este apoyo serían el entrenamiento de fuerzas de seguridad, los acuerdos de paz entre las partes en conflicto, los planes para reducir la pobreza y elevar los niveles de educación de las poblaciones afectadas.

Pero en la práctica el esfuerzo bélico ha superado esas alternativas más constructivas. Además, el alcance internacional de organizaciones terroristas como Al-Qaeda y el Estado Islámico, y su orientación religiosa los convierte en objetivos tenaces. La promoción de corrientes moderadas dentro del Islam, basadas en métodos no violentos para solucionar los conflictos, reduciría el atractivo de las ideologías extremas en regiones socialmente convulsas.

El caos actual en Irak y Siria impide cualquier atisbo optimista. Las preguntas sobre el fin del terrorismo permanecerán sin respuesta aún durante mucho tiempo.