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El lucrativo negocio de los instrumentos de represión y tortura

La policía china ha usado su maquinaria represiva contra las protestas en Hong Kong.
La policía china ha usado su maquinaria represiva contra las protestas en Hong Kong.

En tenebrosas cámaras del horror o bajo el sol, en las calles donde bullen las manifestaciones, las armas de la represión desafían al tiempo. De poco ha valido la expansión de las democracias y las leyes internacionales. El lucrativo negocio de los instrumentos para sostenerse en el poder salpica a regímenes despóticos y a sus proveedores, casi siempre empresas de países promotores de los derechos humanos.

Un reciente reporte de la organización Amnistía Internacional reveló el incremento de las ventas de instrumentos represivos fabricados por compañías chinas. El informe llega a pocas semanas de la entrada en vigor del Tratado sobre el Comercio de Armas, un convenio de Naciones Unidas que aspira a reducir los crímenes ejecutados con esos pertrechos.

Un catálogo digno del medioevo

Amnistía Internacional cataloga el equipamiento “Made in China”, que ha encontrado ávidos clientes en especial en naciones africanas. La lista nos recordaría probablemente a los famosos instrumentos de la Santa Inquisición, si no fuese por el ejercicio de la tortura en las dictaduras del siglo XX y aún en regímenes presentes.

La policía china cuenta con un vasto arsenal de instrumentos de represión. (Foto AP/Amnistía Internacional)
La policía china cuenta con un vasto arsenal de instrumentos de represión. (Foto AP/Amnistía Internacional)

Una incompleta antología incluye: esposas para las extremidades; otros dispositivos mecánicos para la inmovilización, como sillas de sujeción; armas de electrochoque (porras eléctricas, escudos paralizantes…); armas contundentes; municiones de goma; irritantes tóxicos como los gases lacrimógenos y aerosoles de pimienta.

En julio pasado la Unión Europea endureció el reglamento que prohíbe la venta de instrumentos para aplicar la pena de muerte o torturar. La lista desconcierta no solo por su latente crueldad, sino porque empresas e individuos del Viejo Continente comerciaban estos productos legalmente hasta 2005, cuando entró en vigor la primera normativa sobre este tema.

Horcas, guillotinas, sillas eléctricas, cámaras herméticas para la administración de gas letal, porras y escudos metálicos con púas, látigos de múltiples colas, grilletes y cadenas colectivas… Curiosamente, el uso de una parte del material de seguridad se considera legítimo, incluso por organizaciones como Amnistía Internacional.

¿Cómo llamar civilización –“estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de su ciencia, artes, ideas y costumbres”, según la penúltima versión del Diccionario de la RAE—a una sociedad que aún se permite semejante catálogo de los tormentos? Una pregunta ingenua. Quizás.

El jugoso negocio de la represión

El reporte de Amnistía Internacional señala a más de 130 empresas chinas que se benefician del comercio de la represión. Alrededor de medio centenar exportan sus producciones, sin importar la utilización que gobiernos extranjeros hacen de ese arsenal. El texto menciona el caso de países africanos como Liberia, Uganda, la República Democrática del Congo y Madagascar, donde los instrumentos fabricados en suelo chino han servido para consumar violaciones de los derechos humanos.

La organización exige a Beijing establecer controles más estrictos sobre las ventas de compañías estatales y privadas, al tiempo que reconoce la escasa supervisión del comercio de este tipo de armas en el mundo. Por otra parte, la nación asiática aún ocupa un papel relativamente menor en el mercado mundial de armamento, por detrás de potencias como Estados Unidos, Rusia y Alemania (solo las dos primeras acaparan más de la mitad del total).

Las protestas que han atravesado el planeta han impulsado la venta de armas represivas.
Las protestas que han atravesado el planeta han impulsado la venta de armas represivas.

Los sucesivos levantamientos populares en los países del norte de África y el Medio Oriente, además de Brasil, Turquía, Ucrania y Venezuela, han disparado el mercado de las llamadas armas no letales, “diseñadas con el objetivo de “minimizar bajas y heridas graves, así como reducir los daños a la propiedad”, de acuerdo con la definición del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Según la consultora MarketsandMarkets, las compras de ese tipo de pertrechos ascenderán a más de 1.100 millones de dólares para 2018. Se estima que cerca de la mitad de las empresas relacionadas con la venta de instrumentos de represión y tortura son estadounidenses.

Los compromisos internacionales en esta materia chocan con la corrupción y los agujeros legales, la absoluta falta de regulación o, en el peor de los casos, la indiferencia de los gobiernos. Mientras produzca ganancias, será muy difícil detener la comercialización de las armas que aplastan derechos civiles y políticos. Si en algo nuestra especie ha avanzado notablemente, es en diversificar las formas de hacer dinero, sin preguntar.