El mayor tesoro que se encuentra en la basura

Donde solo vemos basura, los recicladores pueden hallar un tesoro que les rescate la vida (Sam Verhaert - Flickr)
Donde solo vemos basura, los recicladores pueden hallar un tesoro que les rescate la vida (Sam Verhaert - Flickr)

La crisis de principios de los años 2000 en Argentina los envió a la basura. Los “recuperadores”, que sobreviven de la recolección de materiales reciclables, brotaron en aquellos años de pobreza alta en ese país suramericano. Algunos de los que resistieron el rigor de los basurales integran hoy en Mar del Plata una cooperativa, como un sueño crecido donde la gente solo veía desperdicios.

La vida de estos argentinos ha cambiado, pero alrededor de tres millones de latinoamericanos subsisten aún de cribar los residuos en las peores condiciones de salubridad. Estos cartoneros, buzos, pepenadores, metaleros, hurgadores, recicladores —según el país donde vivan—representan paradójicamente la esperanza de un planeta que dispone de limitados recursos.

Una CURA para la miseria

La Común Unidad de Recuperadores Argentinos (CURA) nació en 2004 en el predio de disposición final de residuos de la municipalidad General Pueyrredón, en Mar del Plata. Sus miembros buscaban una salida a la precariedad, que ensombrecía la existencia de decenas de recuperadores en ese vertedero.

La planta de reciclaje garantiza trabajo digno a unos 50 recuperadores de basura (Frente Amplio Unen - Facebook)
La planta de reciclaje garantiza trabajo digno a unos 50 recuperadores de basura (Frente Amplio Unen - Facebook)

Según los testimonios de sus fundadores, la vida antes no merecía ese nombre. El trabajo en el basural a cielo abierto permitía apenas el sustento, mientras las enfermedades sobrevolaban como aves carroñeras. Nada garantizaba una entrada regular de dinero. Las jornadas se extendían hasta el agotamiento.

Hoy la cooperativa es la única en Argentina que administra una planta municipal de separación y recuperación de residuos. En la instalación, financiada mayormente por el Banco Mundial, laboran alrededor de medio centenar de personas en turnos de seis horas. Algunos miembros aún permanecen en el vertedero, mientras otro grupo de recicladores independientes bregan también sobre las montañas de basura. El sueño no se ha completado.

El gobierno local de Mar del Plata ha asignado a CURA un papel central en su estrategia de manejo de los desperdicios en la ciudad balneario, uno de los destinos turísticos preferidos en Argentina. Cada día esa urbe genera un promedio de 400 toneladas de basura. En verano, con el alud de turistas, ese volumen asciende a 1.100 toneladas.  En diciembre pasado las autoridades y la cooperativa firmaron un acuerdo para ampliar la planta y desarrollar la comercialización de los materiales reciclados en la región.

Los vecinos también contribuyen. Desde junio de 2014 los hogares dividen sus desperdicios: en bolsas verdes lo reciclables, en bolsas negras los orgánicos. En declaraciones a la prensa argentina, Daniel Figueroa, miembro CURA, dijo: “Desde la Cooperativa pedimos que –además de tener una ciudad saludable y el medio ambiente—se tome conciencia que nos están dando de comer con los residuos.”

Un tesoro no siempre recuperable

Según el Banco Mundial, alrededor de 15 millones de personas en el mundo se dedican al reciclaje de basura, la mayoría en pésimas condiciones. Solo en América Latina se generan unas 430.000 toneladas de desechos sólidos cada día. Y ese flujo se multiplicará en las próximas décadas. Luego, iniciativas como CURA podrían dar empleo digno a los recicladores durante muchos años.

Los basurales del mundo contienen cantidades fabulosas de metales y otras materias primas indispensables para el sector tecnológico y muy escasas en la naturaleza. Una mina de oro, literalmente: de una tonelada de basura electrónica se pueden extraer hasta 150 gramos de oro, mientras del mismo volumen de material obtenido en una mina apenas cinco gramos del dorado metal.

Pero no todo lo que desechamos regresa. Cada año el mundo desaprovecha 1.300 millones de toneladas de alimentos, suficiente para saciar el hambre de 2.000 millones de personas. En el continente latinoamericano y el Caribe el 15 por ciento de los alimentos disponibles jamás llegan a la mesa. La cifra desconcierta cuando sabemos que uno de cada 10 habitantes de la región se hunde en la pobreza extrema.

Los desperdicios pueden alentar nueva vida, cuando generan empleos y ahorran recursos no renovables, pero también nos muestran una de las facetas más absurdas de nuestra civilización.