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El lugar donde aún veneran a Stalin

Los intentos por derribar la estatua de Stalin han enfrentado la resistencia de los ciudadanos de Gori (Henri Moreau - Wikimedia Commons)
Los intentos por derribar la estatua de Stalin han enfrentado la resistencia de los ciudadanos de Gori (Henri Moreau - Wikimedia Commons)

"Cada ciudad debería tener su Stalin". Esta afirmación no data de los tiempos de Unión Soviética: su autora es Shota Lazarashvili, líder de Stalinets, una organización consagrada a resucitar la veneración por el gobernante comunista. A pesar de la copiosa información sobre los crímenes de José Stalin, aún en su tierra natal y en otras regiones del desaparecido imperio soviético muchos miran con nostalgia aquella época.

La “resurrección” de Stalin no constituye una rareza. En algunos países de Europa del Este, que también padecieron regímenes sanguinarios, la memoria de los dictadores reverdece. Políticos oportunistas prefieren silenciar los desmanes de sus antecesores ideológicos, mientras los libros de historia callan los horrores del pasado.

Una nostalgia pragmática

Stalin nació en Gori, una ciudad de unos 55.000 habitantes en el corazón de Georgia. Desde 1957 un museo conserva decenas de miles de objetos que atestiguan la existencia del difunto dirigente comunista: la cabaña de madera donde nació en 1879, su vagón privado, una estatua de alabastro de tamaño natural, la mascarilla mortuoria... En la boutique venden souvenirs: las típicas bolas de cristal con falsa nieve, adornadas con su imagen.

La muerte de Stalin no puso fin a los crímenes del régimen comunista en la URSS (Wojciech Bijok - Wikimedia Commons)
La muerte de Stalin no puso fin a los crímenes del régimen comunista en la URSS (Wojciech Bijok - Wikimedia Commons)

Los vecinos de Gori han defendido con uñas y dientes el museo. Después del derrumbe de la URSS, los representantes de la incipiente democracia en Georgia prohibieron los símbolos del viejo régimen. Pero ningún gobierno posterior ha podido borrar las huellas de Stalin. Para muchos habitantes de ese país se trata de un héroe que derrotó a la Alemania nazi y dio celebridad mundial a la ex república soviética. Él, el hijo de un zapatero, llegó a un gobernar un temido imperio.

El patriotismo, sin embargo, no alcanza para justificar la adoración por el sucesor de Vladímir Ilich Lenin. Cada año el museo recibe entre 30.000 y 35.000 visitantes, cuyo dinero hace girar en gran medida la economía de Gori. Sin la nostalgia por Stalin la vida en la pequeña urbe georgiana se paralizaría.

Los crímenes silenciados de Stalin

Las cifras del genocidio ejecutado durante el régimen estalinista varían según la fuente. Moscú ha aceptado que al menos 800.000 personas fueron asesinadas durante todo el período soviético. Historiadores como la estadounidense Anne Applebaum, autora de un minucioso libro sobre los gulags, ha reconocido la dificultad de fijar un número definitivo de víctimas a causa de la falta de datos completos en los archivos soviéticos. No obstante, el número real de muertes superaría ampliamente el estimado oficial.

Stalin con la niña Gelya Markizova.
Stalin con la niña Gelya Markizova.

El museo de Stalin en Gori apenas menciona los crímenes del estalinismo. Tampoco los libros de historia posteriores a la caída del comunismo profundizan en el lado macabro del régimen soviético. Esa ausencia explica por qué el 68 por ciento de los georgianos considera aún a su compatriota como un líder sabio, según una encuesta del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, con sede en Washington. Mientras, el 42 por ciento de los rusos lo admira como una de las grandes figuras de la historia.

Esa generalizada ignorancia tiene poco de casual. El gobierno pro ruso de Tiflis y el presidente Vladímir Putin se han encargado de edulcorar la memoria del antiguo líder comunista. El discurso oficial ensalza los supuestos logros económicos del socialismo soviético bajo la conducción de Stalin. La colectivización forzosa de los campesinos y la industrialización acelerada aparecen ahora como hazañas del estalinismo. Los textos de historia no suelen mencionar el terrible costo humano del esas políticas.

Nicolae Ceausescu se ha convertido en una atracción turística. (AFP | Daniel Mihailescu)
Nicolae Ceausescu se ha convertido en una atracción turística. (AFP | Daniel Mihailescu)

Todo tiempo pasado fue ¿mejor?

Esta nostalgia no es patrimonio de georgianos y rusos. En la vecina Rumanía muchos añoran el régimen de Nicolae Ceausescu, el dictador comunista que dirigió ese país de 1967 hasta su fusilamiento en 1989. Una encuesta realizada en noviembre del año pasado reveló que el 44 por ciento de los rumanos creen que las condiciones vida eran mejores bajo el comunismo. Cerca de la mitad de los participantes dijo que Ceausescu había jugado un papel positivo en la historia reciente de esa nación.

La elite gobernante en Bucarest alimenta el olvido. Muchos de los funcionarios de hoy en puestos clave son ex miembros del Partido Comunista. A ninguno conviene que la justicia saque viejos esqueletos del armario. En 2006, una comisión presidencial calculó entre 500.000 y dos millones las víctimas del régimen de Ceausescu, pero las autoridades han evitado investigar a los culpables.

La mayoría de los habitantes de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) también piensan que antes se vivía mejor. En 2009 una encuesta publicada por el semanario Der Spiegel informó que el 49 por ciento de los alemanes del Este reconocía algunos defectos del régimen comunista, pero creían que en general la vida había sido más feliz antes de la reunificación.

La transición hacia la democracia y el establecimiento del capitalismo han sembrado numerables insatisfacciones en los habitantes de Europa del Este y la URSS. La nostalgia por el comunismo, sin embargo, no parece una vía expedita para solucionar los problemas del presente, sino un callejón hacia un pasado sin salidas.

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