El lamentable juego de las discriminaciones

Los emigrantes latinoamericanos suelen encontrar manifestaciones de discriminación en Europa y Norteamérica. Muchos de los “sudacas” que escaparon de las dictaduras militares de los 70 y los 80 aterrizaron en sociedades hospitalarias, pero encontraron también disímiles prejuicios arraigados en la ignorancia de sus anfitriones y en una xenofobia más o menos disimulada. En momentos de crisis económica en el Norte, los venidos del Sur caen como chivos expiatorios de partidos populistas.

El rechazo a los extranjeros no es, sin embargo, patrimonio de los países desarrollados. Algunas comunidades de inmigrantes en América Latina sufren el desprecio de sus vecinos, que por accidentes de la historia nacieron en el lado afortunado de una frontera. Así ha ocurrido, por ejemplo, con los haitianos en República Dominicana, un caso que concentró la atención mundial recientemente.

¿Por qué personas con orígenes comunes o dramas históricos similares, se dejan arrastrar por el espejismo de la superioridad de una raza, un país, una cultura? En el fondo, entre otras causas, podrían estar las políticas que durante décadas privilegiaron la inmigración europea por considerarla indispensable para el avance de las sociedades independientes. ¿Herencia entonces de ese pensamiento colonizado?

Centroamericanos en México

Son “los de abajo”, inmigrantes provenientes sobre todo de Guatemala, Honduras y El Salvador, que viajan al Norte en busca de una vida menos miserable. En el tránsito hacia Estados Unidos muchos sufren discriminación por el simple hecho de no parecer mexicanos. Una escena habitual: los policías y oficiales migratorios les exigen que canten el himno de México, como prueba para revelar su verdadera nacionalidad.

A pesar de la protección oficial bajo la Ley de Migración de 2011, los migrantes centroamericanos clasifican como el tercer grupo más discriminado en México, después de homosexuales e indígenas. Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) de 2010, el 66,7 por ciento de los mexicanos creen que los inmigrantes provocan divisiones en las comunidades. Alrededor de un tercio de las personas encuestadas aseguraron que jamás acogerían a un extranjero en su casa.

A juicio del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la realidad de esas cifras contradice “el discurso y el imaginario social de que las y los mexicanos se autodenominan multiculturales, hospitalarios, generosos con quienes vienen de fuera.” En la práctica la inmigración centroamericana se ha convertido en una fuente de ingresos para funcionarios corruptos y bandas de tráfico humano, estas últimas acusadas, incluso, de utilizar a sus víctimas en el contrabando de órganos.

En México residen cerca de un millón de extranjeros, de acuerdo con el Censo de Población y Viviendas de 2010. Entre 2005 y 2012 las autoridades devolvieron a sus países de origen más de 873.000 personas, casi la totalidad de las detenidas en las estaciones migratorias.

Bolivianos en Argentina

Una noticia sobre la supuesta cesión de 600 kilómetros cuadrados de territorio argentino a la vecina Bolivia desnudó nuevamente, a finales de enero, el sentimiento antiinmigrante en el país austral. La información, desmentida luego por los gobiernos de Buenos Aires y La Paz, desató un enjambre de opiniones xenófobas en la web del diario La Nación, el sitio de prensa argentina con más tráfico en Internet.

La comunidad de inmigrantes bolivianos, estimada entre 1.2 y 3 millones de personas, es la más discriminada en Argentina. En medios locales aparecen con cierta frecuencia artículos que critican la presencia de comerciantes provenientes de esa nación andina, a quienes se califica de amenaza para la sociedad. En el fútbol han sucedido varios episodios de xenofobia protagonizados por hinchas que denuestan de “paraguayos y bolivianos”, en particular contra el equipo Boca Juniors. El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) ha alertado sobre estas expresiones de odio en la prensa y el deporte.

El gentilicio “boliviano” se ha convertido en sinónimo de pobre. El estatus irregular de hasta un millón de inmigrantes bolivianos los deja a merced de traficantes, redes de explotación sexual y laboral, y al margen de las instituciones que protegen los derechos humanos de los residentes en Argentina.

Peruanos en Bolivia

Ladrones, narcotraficantes y estafadores… En el imaginario de millones de bolivianos, los inmigrantes provenientes de Perú representan una masa amorfa de personas con los peores defectos, poco confiable.

Las estadísticas difieren entre ambos gobiernos. Los peruanos en Bolivia no pasarían de unas pocas decenas de miles, según Lima, mientras las autoridades bolivianas calculan ese número en alrededor de 200.000, establecidos sobre todo en El Alto y La Paz.

Pero no todos reciben el mismo trato. De acuerdo con el texto “La migración peruana en Bolivia”, del experto en temas migratorios Jorge Evangelista Calderón, la comunidad peruana se divide en cuatro grupos: los empresarios y profesionales; los empresarios medios y especialistas de nivel medio; los pequeños empresarios y trabajadores; y por último quienes se dedican a la venta ambulante, con frecuencia indocumentados y “más propensos a ser victimizados por la estigmatización creciente”. Entre los primeros, el éxito los conduce a ocultar su origen, para desmarcarse de los estereotipos y, en consecuencia, evitar la discriminación.

El Comité de protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, de Naciones Unidas, ha criticado al gobierno boliviano por su inacción en este tema. Según el informe Políticas migratorias e integración en América del Sur, "la estigmatización de los inmigrantes peruanos resulta principalmente del comportamiento de las autoridades estatales que realizan los trámites migratorios, de la policía y los medios de comunicación."

Colombianos y peruanos en Chile

Hace un año el video publicado en Youtube de unos soldados chilenos que cantaban “argentinos mataré, bolivianos fusilaré, peruanos degollaré”, causó una tormenta diplomática entre esos países suramericanos. El incidente reafirmó apenas un hecho en las relaciones de una parte de la sociedad chilena con los inmigrantes provenientes de otros países latinoamericanos.

En octubre de 2013 un grupo de residentes de Antofagasta organizó una protesta contra la creciente presencia de inmigrantes colombianos en esa ciudad. Aunque la manifestación reunió a unas pocas decenas de personas, que fueron controladas por los carabineros, demostró el sentimiento antiinmigrante en esa región que ha visto crecer el número de colombianos hasta alrededor de 11.000, la mayoría empleados en puestos de baja calificación.

Mientras, en Santiago de Chile la comunidad peruana sobrevive en condiciones precarias en barrios pobres, donde las familias se hacinan en antiguas viviendas que ofrecen poca seguridad en una región removida por frecuentes sismos. La presencia de comerciantes y establecimientos gastronómicos peruanos en el centro histórico de la capital –en la zona conocida hoy como La pequeña Lima—no cuenta con la aprobación unánime de los chilenos, que exigen a La Moneda regulaciones migratorias más estrictas. El ideario racista que enfrenta al chileno blanco, de origen europeo, en especial germano, al latinoamericano indígena o de raíces mediterráneas, sobrevuela esas demandas.