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El daño psicológico que ha provocado el conflicto armado en Colombia

El diálogo entre las FARC y el gobierno acerca la paz, pero no el fin del sufrimiento en Colombia (AFP | Yamil Lage)
El diálogo entre las FARC y el gobierno acerca la paz, pero no el fin del sufrimiento en Colombia (AFP | Yamil Lage)

En esta guerra quizás los muertos sean los más afortunados. Porque para ellos terminó el sufrimiento. Para más de seis millones de colombianos, en cambio, el trauma de seis décadas de contienda no desaparecerá con un disparo, una explosión, una cuchillada. Muchos sobrevivientes de la violencia armada, apenas sobreviven la pesadilla del día siguiente.

Los acuerdos recientes entre las guerrilleras FARC y el gobierno acercan la paz a Colombia. Pero los habitantes de ese país suramericano aún tardarán años en recuperarse de los daños psicológicos, que trascienden lo personal e impactan la economía de cada familia. Las autoridades tendrán que invertir también en la rehabilitación de las víctimas, una necesidad ignorada durante demasiado tiempo.

Huellas en la mente

Madres y padres de hijos desaparecidos, mujeres violadas, hombres sin trabajo, familias que perdieron sus casas, sus tierras y tuvieron que alejarse de las comunidades donde habían echado raíces. Vivieron para contar el horror de las masacres, los asesinatos, los secuestros, los atentados, las detenciones…

Los guerrilleros, los paramilitares, los carteles de la droga, el ejército, la policía... todos han dejado su huella de sangre (Fedayin17 - Wikimedia Commons)
Los guerrilleros, los paramilitares, los carteles de la droga, el ejército, la policía... todos han dejado su huella de sangre (Fedayin17 - Wikimedia Commons)

Colombia ha padecido ese torbellino de violencia desde finales de la década de 1940. La pugna entre liberales y conservadores dio paso al surgimiento de las guerrillas y luego los paramilitares, que finalmente se mezclaron con los carteles para luchar por el control del tráfico de drogas. Solo los ancianos recuerdan cómo era vivir en paz.

Las cifras de desplazados por el conflicto varían. Cualquier estadística, no obstante, revela que la guerra ha trastornado la existencia de millones de familias. Una reciente encuesta nacional de salud confirmó este hecho: un tercio de la población desplazada tiene síntomas de ansiedad y depresión. Esa proporción triplica la tasa nacional. Uno de cada diez colombianos padece algún trauma psicológico.

Entre las víctimas se encuentran alrededor de 800.000 niños menores de cinco años. La mayoría presenta también síntomas de daño psicológico, por haber vivido el desplazamiento o haber nacido en un hogar de padres refugiados.

Un estudio realizado por Médicos sin fronteras (MSF) describe los efectos sobre la psiquis de los desplazados: problemas de memoria, agresividad o aislamiento social, dolores de cabeza y de estómago, y dificultades para conciliar el sueño. Quienes presenciaron combates o fueron testigos de asesinatos, suelen padecer ansiedad, mientras los que sufrieron la pérdida de un familiar (por desaparición u homicidio) tienden a desarrollar ideas suicidas a un nivel que duplica al resto de la población.

 

La mayoría de los desplazados vive bajo el umbral de la pobreza (Carolina Londoño Mosquera - Flickr)
La mayoría de los desplazados vive bajo el umbral de la pobreza (Carolina Londoño Mosquera - Flickr)

Pobreza traumatizada

Los efectos del conflicto trascienden el deterioro psicológico de las víctimas. De acuerdo con el investigador Andrés Moya, 40 por ciento de la población desplazada vive bajo la línea de la extrema pobreza. La persistente precariedad de este grupo podría atribuirse en parte a una especie de “trampa del comportamiento”, señala el académico de la Universidad de los Andes.

“La ansiedad y los trastornos depresivos hacen que la población sea más reacia a tomar riesgos y también más pesimista y desesperanzada con respecto a su posible recuperación”, dijo Moya en declaraciones a Americas Quarterly. Esta actitud de desaliento influye en decisiones cotidianas como “invertir en nueva tecnología, sembrar nuevos cultivos, solicitar un crédito, enviar los niños a la escuela y empezar un nuevo negocio”, explica el estudioso.

Esta parálisis ahonda el abismo de la miseria. ¿Cómo convencer a los desplazados de que aún pueden emprender una vida nueva? El desarraigo erosiona ese orden de cosas y afectos que permite crecer a cada ser humano. 

¿Y después de la paz?

En 2011 el gobierno de Juan Manuel Santos estableció la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, que ofrece reparación económica a quienes han sido perjudicados por el conflicto armado. La nueva legislación anunció también la creación del Programa de Atención Psicosocial y Salud Integral a Víctimas, “para atender las secuelas psicológicas” de la guerra.

Sin embargo, la iniciativa de las autoridades aún dista de satisfacer las necesidades de una población abandonada durante décadas. Las sumas del presupuesto de salud dedicadas a la investigación y tratamiento de enfermedades mentales aún resultan insuficientes.

Por otra parte, Colombia no cuenta con profesionales para responder a la demanda de atención psicológica de los desplazados. La formación en las universidades tampoco se corresponde con las exigencias de un país que ha sufrido seis décadas de violencia armada. La academia carece de estudios profundos sobre el impacto psicológico del conflicto.

Cuando las armas callen, su eco tardará en apagarse en la mente de millones de colombianos. La guerra continuará allí, en silencio, en la pesadilla de cada cual.